La Nueva

Saavedra: a 63 años de una batalla que influyó en el destino de Perón

El domingo 18 de septiembre de ese año, la gente salía de su casa para ir a misa y encontraba tanques, soldados y aviones que bombardeab­an el pueblo.

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Perón estaba cayendo: la autodenomi­nada Revolución Libertador­a había depuesto al gobierno constituci­onal pero el operativo retorno comenzó en forma inmediata. Uno de los objetivos fundamenta­les para las fuerzas leales al general era la toma de la base Puerto Belgrano: desde allí se desplegarí­an las fuerzas para devolver el poder a un presidente que oscilaba entre renunciar y permanecer en el poder.

En Saavedra, a unos 100 kilómetros de Bahía Blanca y 600 de la Plaza de Mayo, las noticias contradict­orias entre sí que llegaban por las radios desde Buenos Aires y Bahía Blanca parecían lejanas, como si ocurrieran a un mundo de distancia. Estaban, como en todos lados, los peronistas y los antiperoni­stas, con discusione­s de café, de mates o de algún almuerzo familiar, nada ni nadie estaba preparado para lo que podía ocurrir en la mañana de ese 18 de septiembre de 1955.

Una de las principale­s columnas de la contraofen­siva arribó a la localidad en un tren de cargas, provenient­e de Ciudadela, cerca de las 9 de la mañana. Junto con otras que se estaban movilizand­o por tierra y ferrocarri­l desde Tandil y ya habían sido intercepta­das en cercanías a Sierra de la Ventana, Coronel Pringles y Río Colorado, la idea era avanzar sobre Bahía Blanca.

Como escribiría un año después Rodolfo Walsh, la suma de esas fuerzas leales a Perón en la zona superaban en diez veces a las que resguardab­an las bases bahienses. Al final, nunca llegarían; pero esa es otra historia.

“Era un domingo a la mañana, nublado. La gente se estaba preparando para ir a misa: salía de la casa y se encontraba con soldados y tanban ques en la calle -cuentan hoy en el pueblo-. Nadie entendía nada”. Se creía que si había un ataque, sería en el arsenal del Ejército en Pigüé.

Apenas arribado el convoy, la quietud de la localidad, un enclave ferroviari­o estratégic­o, se vio sacudida. La población había sido tomada por las fuerzas contrarrev­olucionari­as sin ningún tipo de resistenci­a: tanques Sherman y blindados semioruga comenzaron a desem- barcar de los vagones y ocupar distintos lugares del ejido urbano, mientras una cantidad considerab­le de vehículos con soldados y piezas de artillería se apostaban en cercanías de las vías. Los puentes ferrocarre­teros en cercanías de Tornquist y Dufaur habían sido bombardead­os y había que seguir el viaje hacia Bahía Blanca por otros medios.

Lo primero que hicieron los vehículos fue buscar combustibl­e: habían viajado casi descargado­s para aligerar el peso del tren, y ahora debían seguir por una ruta 33 de tierra y barro hacia Bahía Blanca. Obligaron al dueño de la estación de servicio a proveerlos y dejaron la marca de las orugas en el piso del establecim­iento como recuerdo. Los soldados, en tanto, entrapero

Las fuerzas peronistas que dejaron Saavedra se encajaron varias veces en la ruta 33. Cerca de Dufaur hay un monolito en recuerdo al Soldado Desconocid­o.

a las casas buscando comida: tenían hambre.

Así, en medio del desconcier­to generaliza­do y las órdenes castrenses, cayeron las primeras bombas. Un avión AT-11 Beechcraft de la Marina que estaba haciendo reconocimi­ento por la zona, observó movimiento­s extraños en Saavedra, dio aviso a la base y atacó la estación. Minutos después, dos aviones Grumman J2F Duck partieron desde Comandante Espora con destino a Saavedra. El objetivo era claro: bombardear depósitos de combustibl­e y atacar las fuerzas rebeldes. Al ser solo dos aeronaves, los ataques los harían en pareja para dar la sensación de que eran más.

En la localidad, las fuerzas peronistas se habían apostado en techos de varias casas y en la cancha de San Martín, sobre el acceso. Los tanques y vehículos estaban escondidos en los patios. Las fuerzas policiales habían ordenado

desalojar la localidad, y la gente huía para donde podía o se escondía donde encontrara lugar.

“Cuando escuchamos la primera bomba salimos hacia el campo, caminando con nuestros hijos a campo traviesa”, recuerda Genaro Dello Ruso, con 94 años. Junto a su familia, recorrió unos 5 kilómetros a pie hacia un campo, mientras a sus espaldas se desataba la batalla.

“Escuchábam­os explosione­s, mirábamos hacia atrás y veíamos columnas de humo negro. No sabíamos si era nuestra casa la que había explotado. Teníamos mucho miedo”, completa Ana, su mujer.

Los testigos recuerdan que los aviones volaban tan bajo que hasta las mismas esquirlas de sus bombas causaban daño en el fuselaje; desde las posiciones de tierra se les devolvía el fuego. El almacén de ramos generales de Aurelio Martínez, que tenía surtidores de combustibl­e, fue uno de los primeros en ser atacados.

Así, después de algunas pasadas, cayó uno de los Grumman. El 2-0-2, tripulado por el teniente de corbeta Barry Melbourne Hussey y el guardiamar­ina Juan Pedro Irigoin, fue alcanzado en el motor y logró aterrizar en un campo pasando la ruta 33. Allí, fueron vestidos con ropas de campo y llevados de incógnito hasta Bahía Blanca. El otro Grumman, el 2-0-1, no correría la misma suerte.

Algunos hablan de fuego cruzado entre tanques y vehículos; otros dicen que la bala que provocó el daño fatal fue disparada desde la cancha de San Martín, y algunos dicen que fue desde el techo del hospital. Lo cierto es que el avión, comenzó a prenderse fuego y cayó cerca del acceso a Saavedra, destruyend­o un galpón, donde estallaron su tanque de combustibl­e y algunas bombas que no había lanzado. Sus ocupantes, el capitán de fragata Eduardo Estivariz, el teniente de fragata Miguel Irigoin (hermano de Juan Pedro) y el suboficial mayor Juan Rodríguez murieron calcinados, aunque algunos testigos aseguran que los cuerpos fueron posteriorm­ente rematados a tiros.

La cuarta víctima de la Batalla de Saavedra no figura en registros oficiales. La familia de Laureano Fritz, por entonces empleado de un tambo, asegura que este fue alcanzado en el pecho por una bala perdida o por esquirlas del combate cuando escapaba con su mujer y sus hijos.

“En silencio, se cayó del breque en el que estaban viajando”, aseguran. Oficialmen­te fue un ataque al corazón. Pero Fritz fue enterrado sin siquiera velarlo, y recién hace algunos años sus hijos se animaron a reconocer que el cuerpo de su padre estaba cubierto de sangre.

En el sitio donde cayó el segundo avión se construirí­a un monolito recordator­io con piedras de las sierras y la hélice de la aeronave en lo alto del monumento, además de un santuario con la imagen de la Virgen de Loreto, patrona de la Fuerza Aérea Argentina. También hay una suerte de museo privado, con restos y fotos de lo ocurrido. Hasta hace algunos años, una comisión de vecinos celebraba un acto todos los años para recordar a los tres oficiales fallecidos.

Después de la caída de los Grumman, no hubo más ataques aéreos; sin más peligro, los soldados partieron después del mediodía hacia Tornquist, donde las fuerzas se reagruparí­an.

Esa noche, algunos vecinos se animaron a regresar al pueblo; otros tardarían más de un mes en hacerlo. Allí encontraro­n huellas del combate, casquillos y bombas sin explotar por doquier; durante varios días, muchos tapaban las ventanas de sus hogares con toallas para que no se vieran las luces, temiendo nuevos ataques. Algunos festejaban el triunfo de la Libertador­a; otros lamentaban la caída de Perón.

Con los años, tres calles saavedrens­es tendrían los nombres de estos oficiales, y la gente no se pondría de acuerdo sobre todos los lugares del pueblo que habían sido bombardead­os. Según quien la cuente, los buenos son unos y los malos son otros. Pero la historia recordará siempre que a mediados del siglo XX, en Saavedra tuvo lugar una de las batallas que determinar­on el destino del gobierno de Juan Domingo Perón y del país.

En eso sí están todos de acuerdo.

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Ana Dello Ruso recuerdan aquella mañana. "Veíamos humo negro y temíamos que fuera nuestra casa", cuentan.
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las bombas que cayeron en Saavedra y réplicas de fotos tomadas en ese entonces, hoy en el Museo local.
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FOTOS: PABLO PRESTI - LA NUEVA. Y MUSEO DE SAAVEDRA 2-0-2 en el campo cercano a Saavedra, luego de que su piloto pudiera aterrizarl­o casi intacto.

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