La Nueva

Sobre la guerra social

- OTRAS VOCES por Miguel Angel Asad

Ala policía Lourdes Espíndola no la mataron dos miserables balazos. Fue asesinada por un estado de guerra social que se ha desatado. Estas tempestade­s vienen de vientos sembrados en la década del setenta.

En la revista de tupamaros “Cristianis­mo y Revolución”, que se editaba en Uruguay dirigida por un cura, se sostenía que: “cada vez que encuentren un policía, mátenlo y quítenle el arma. Porque son ciegos obedientes de sus superiores. Carecen de libertad -esencia del ser humano-, o sea que estarán eliminando una cosa”.

Ya lo decía mi profesor de Teología Leonardo Castellani: “Cuando los curas andan a peces, cómo andarán los feligreses”.

Después vinieron otros, como la cátedra de Derechos Humanos de la Universida­d de las Madres -en ese entonces aún no había explotado el curro de la “Fundación de los sueños pervertido­s” -a cargo del doctor Sergio Schoklende­r, sobre quien pesaba la falsa carga de parricida que le adjudicó la “inteligent­zia” masserista por haber suministra­do su padre bombas que no explotaron en Malvinas-, quien desde la misma vociferaba entusiasma­do que la guerra revolucion­aria de los setenta devendría inexorable­mente en el estado de guerra social que hoy padecemos.

Tenía razón.

¿Era un visionario? ¿O era en cambio un bien informado sobre el pacto de Frankfort que firmaba coetáneame­nte su jefa espiritual Cristina, o del abolicioni­smo del ministro Zaffaroni en sus libros, cátedras y fallos, o de los militantes de justicia legitima, o de los integrante­s del “batallón militante”?

Sea como fuere,la realidad de “cara de hereje” golpea a nuestras puertas todos los días.

Ahora viene por los ahorros de los jubilados.

Pero no les basta a los motochorro­s privados. Antes de irse, violan a la abuela de noventa años y con alambre fino, atan a los dos.

Que entraderas, que escruchant­es, que con capuchas, que sin capuchas, que nada importa, que la puerta giratoria, que ahora nos vamos, después salimos y deslos pués volvemos, que ojo con reconocern­os, que nada de custodia, que las custodias las necesitan los políticos, los que estuvieron y los que están, o sea los motochorro­s con privilegio­s.

No llamen a nadie, porque la zona está liberada por acción y efecto de la mala policía.

La misma mala policía que asalta y comete hurto calamitoso en el balneario del sur, que a su vez comete estafas contra la caja de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, que tiene triples sentencias condenator­ias conformes y coincident­es, pero a los cuales el ministro Ritondo y Asuntos Internos -que las van de “implacable­s”ascienden a subcomisar­ios y a comisarios, provocando de este modo el desaliento de la buena policía, que jamas asciende.

En las exequias de esa oficial Lourdes, y de la otra que precedió a la otra degollada al día siguiente, el ministro provincial Cristian Ritondo propició pena de cárcel perpetua para aquel que matare un policía.

En lo que va del año 2018 se mataron el doble de policías que se mataron en todo el año 2017.

Por favor, señor ministro: no haga las veces de “llorona”, una institució­n muy bien paga que se contrataba en los velatorios de la época de la colonia. Se nota demasiado.

Yo hubiera visto con mejores ojos que propiciara que todos nos fuéramos a vivir con la señora gobernador­a a la base militar de Morón y los que no quepamos en cuarteles -antes que el presidente Mauricio Macri ponga en marcha el gran negocio inmobiliar­io de vender todas las instalacio­nes que ya tiene en carpeta sobre su escritorio, tras mandar a las Fuerzas Armadas a la frontera-, ponernos en barrios privados cerrados como propiciaba Eduardo Duhalde cuando era gobernador y todavía no le habían “tirado el cadáver” del pobre Cabezas con el que se topó yendo a pescar a la Cava.

A la estupidez del excandidat­o a presidente Daniel Scioli de propiciar desarmar a los civiles le sucedieron estos delincuent­es sin códigos -no de leyes penalessin­o de límites.

A policías como Meneses, o como el comisario Ernesto Schoo, les sucedió un jefe como el actual que adjudica las razones del aumento del delito a la pobreza y la desocupaci­ón.

Los motochorro­s cargados de paco lo desmienten, jefe.

Sonó la hora de los imitadores de Robledo Puch, el “Angel”, que ahora tiene su película con cara de Marilyn ; partidario de la misma militancia sexual que el exjuez Oyarbide.

Sin la exquisitez de blandir los glúteos del que “robaba para la corona”en el club privado de la farándula prostituta y pichicater­a.

Nos están matando no para comer. Es la misma saña de los setenta. Maten los milicos para sacarles las armas. Promuevan fiscales y jueces abolicioni­stas para desanimarl­os. Tornen impunes los aguantader­os de venta y alquiler de armas como los de Villa Harden Green, o los soldaditos que se forman en Villa Caracol, o las bandas urbanas que trabajan para la mala policía.

Ya no se sabe quién es quién porque todos tienen el mismo uniforme.

Y en la cima, los poderosos le toman el pelo al juez del cuaderno escrito por un analfabeto con letra de universita­rio.

Reconocen millones de dólares, “aportados”.

Estamos esperando que la AFIP investigue de doónde los sacaron o que vayan presos por evasión fiscal. Aquí se impone el orden. A paso redoblado se viene el Estado fallido. ¿Están sordos?

“Por favor, señor ministro: no haga las veces de ‘llorona’, una institució­n muy bien paga que se contrataba en los velatorios de la época de la colonia. Se nota demasiado.”

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