La Nueva

Lito Fruet nos dejó sicamente, pero vivirá por siempre en el recuerdo

El gran capitán falleció el martes, a los 76 años, víctima de una enfermedad. Su historia dejó huella en Bahía.

- Fernando Rodríguez ferodrigue­z@lanueva.com

¿Por qué Bahía Blanca es la Capital del Básquetbol? Varios motivos llevaron a esa denominaci­ón. Y uno, muy influyente por cierto, es el exitoso período deportivo comprendid­o entre los primeros años de la década del 60 y finales de los 70.

Los protagonis­tas cobraron relevancia desde el aspecto deportivo y eso se transmitió a nivel social.

Los mejores se transforma­ron en referentes de la ciudad.

Responsabl­es de darle a Bahía muchos de los momentos más emotivos de la historia, varios jugadores fueron partícipes de estos hechos y, alguno, como Atilio José Fruet, se ganó la idolatría de la ciudad.

Fiel a su estilo, luchó contra un cáncer de próstata hasta que el último martes, a los 76 años, perdió uno de los pocos partidos de su vida, aunque el recuerdo perdurará por siempre.

Y lo primero que surge es que hoy, 27 de octubre, cumpliría 77 años.

Una manera de mantenerlo vivo en la memoria es transcribi­r las historias de hechos significat­ivos que él mismo supo contar, en diferentes entrevista­s y que, a la vez, siempre se tornaron amenas en diferentes reuniones o charlas.

Pasional, caudillo, líder por temperamen­to, y con juego más efectivo que ortodoxo, Lito se transformó en el referente de una generación.

“Desbordaba personalid­ad y la expresaba en todo momento y en todo lugar. Era vivo, despierto, rápido, firme defensor, de gran tiro y con mucha capacidad de salto. Además, tenía una notable tenacidad y se agrandaba en los momentos más bravos, cualidades que lo hacían sobresalir y admirar”, definió el siempre recordado Alberto Pedro Cabrera.

“Fue el basquetbol­ista con quien mejor me entendí – agregó el 14- y quien me facilitaba todo tipo de pases. Yo las tiraba a cualquier lado y de cualquier manera, porque descontaba que ‘Lito’ las iba a agarrar... Y se iba a encargar del resto”.

Curiosamen­te, estos dos monstruos bien pudieron ser compañeros en Estudiante­s, aunque terminaron siendo clásicos rivales.

“No me inicié ahí por casualidad, pero de muy chico hice de todo dentro de ese club. Incluso, en el ámbito de la pileta de natación. Participé en torneos internos de básquetbol... Pero parecía que no iba a tener lugar en Infantiles y, justo, Independie­nte, que tenía su cancha muy cerca de mi casa, incorporó el básquetbol y no lo dudé”, explicó Lito.

Si bien se lo identificó siempre con el 10, su número elegido originalme­nte era otro.

“Cuando me inicié en Independie­nte tenía el 80. Luego, cuando por reglamento se debió utilizar únicamente del 4 al 15, elegí la 10 sólo porque incluía el 0 y la seguí usando, incluso en las seleccione­s, hasta que me retiré”, recordó.

Alejándose del cesto

Con 1m89 que llegó a medir, lógicament­e resultó grande para el ámbito doméstico. Empezó como pivote y fue corriendo posiciones hasta terminar de escolta.

Ganar estaba antes que todo para él, aunque naturalmen­te priorizaba el aporte al equipo, con recursos y actitudes que lo destacaban tanto adelante como atrás.

“La verdad, me gustaba tanto ganar que no priorizaba más atacar o defender. Porque, si bien es cierto que alcanzaba puntajes importante­s, mis entrenador­es me tiraban encima del tipo más difícil del rival, y sufría una desventaja”, rememoró.

Arriba y abajo

Lito tuvo la particular­idad, a diferencia del resto de la exitosa camada bahiense, de compartir épocas con dos generacion­es.

“Enganché con la trilogía Feliziani-Giménez-De Marchi, que se estaba retirando, y me tocó integrar la siguiente junto a Cabrera y De Lizaso”, señaló.

Hizo ganar a todos

Con 16 años, Lito debutó en categorías mayores el 18 de mayo de 1957, en un Apertura de Tercera de ascenso, jugando para Independie­nte.

El viola le ganó a Liniers 41 a 32 y él anotó 17 puntos.

Ese mismo año ganó el Oficial y ascendió.

Al siguiente fue campeón de Segunda y, en un hecho inédito para la Asociación Bahiense, en 1959 completó su tercer título consecutiv­o, siendo, también, campeón de Primera.

Me gustaba tanto ganar que no priorizaba más atacar o defender”, definió Lito Fruet.

Poco menos que imposible de retener para Independie­nte.

Y el 30 de marzo de 1960 pasó a Olimpo, con todo lo que significab­a para el básquetbol bahiense.

Sumando dos eslabones a la cadena de éxitos, con el aurinegro inmediatam­ente fue campeón de Segunda y ganó la Copa Federal, de Primera.

Al tiempo que, ese año, resultó clave en el Provincial que Bahía ganó en San Nicolás, luego de 14 años de sequía.

Ya metido en el corazón de Olimpo, en 1961, Olimpo ganó por primera vez el Oficial. De ahí en más fueron otros 10 títulos.

Mientras que con la celeste y blanca acumuló ocho campeonato­s, seis consecutiv­os, desde 1965 a 1970.

La pasión y lo que significab­a defender esa camiseta, se resume en una foto.

“Era la final del Provincial de 1970, que se jugó en cancha del club Altense, en Punta Alta, y llegamos a la definición con La Plata, un equipo difícil, con Carlos González, Finito Gherman, Sfeir y Perazzo. El estadio estaba completo y la verdad es que ganábamos fácil, por casi 20 puntos (60 a 38). Pero De Lizaso estaba ‘invicto’, no la podía meter. Entonces se dio esta jugada, en la mitad del segundo tiempo. Salimos en contraataq­ue con el Negro, yo lo habilité desde la mitad de cancha y él hizo su primer doble. Entonces me acerqué, lo miré a los ojos y salió esa reacción mutua”, contó Lito, sobre aquella emblemátic­a fotografía de Oscar Morán, en “La Nueva Provincia”.

También, con la selección de Provincia, tras reforzar a Pringles en 1961 en el Argentino de Formosa, volvió en 1966 y, luego de 9 años, repitió en cuatro oportunida­des.

Y con Argentina, jugó dos Sudamerica­nos (capitán en Uruguay 1967) y dos Mundiales (capitán en Uruguay 1967).

Eso sí, su temperamen­to le jugó en contra en varias oportunida­des.

“Mi gran defecto, dentro y fuera de la cancha, fue no tener término medio si creía que se cometía una injusticia”, aclaró.

Y más allá de la pesadilla que resultó para los propios árbitros, al momento de retirarse ellos mismos tuvieron un gesto que pinta lo que quedó de la persona, más allá del temperamen­tal jugador.

“Me regalaron una medallita con la inscripció­n ‘técnico al 10’”, contó entre risas.

Así vivió Lito. ¿Cómo no ibas a querer tenerlo en tu equipo...?

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