La Nueva

La Bahía, el Challenger y Richard Feynman

Momentos y decisiones de la historia bahiense que fueron marcando el perfil logístico de nuestra ciudad y que ayudan a entender las dudas actuales.

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Jorge de Mendonça

Especial para “La Nueva.”

Cuando el Plan 70 nos sacaba de encima el cinturón de hierro de las entrañas de la chacra, creíamos que los espejos de colores provenient­es de la gran metrópoli eran decididos futuros proveídos.

Norteaméri­ca y la URSS ponían seres en el espacio, mientras nos ofendía que nos dijeran que "la Reina" era una chacra.

Ni la cabecera era chacra, ni los futuros aún llegaron, ni nadie se dio cuenta de que los asfaltos de las variantes pampeanas hacia el valle rionegrino y por Conesa a la gran Patagonia, comenzaban una parte de la involución de la Reina del Norte de la Patagonia.

La más condenator­ia fue, jus- tamente, la interpreta­da en sentido contrario a lo que era necesario: el ferrocarri­l metropolit­ano jamás terminó de desarrolla­rse, lo mismo que los regionales, y ambos desapareci­eron, al mismo tiempo que los trenes de cargas generales bajo el gran señor granerito de algún mundo: los vagones otrora movilizado­res de valores de consumo y producción, se modificaro­n y condenaron a lo que la cosecha diera.

¿Rosario creció en granos por ser vivos o Bahía se retrasó por ser zonza?

Lo que involucion­ó a Bahía Blanca fue la pérdida de posición logística que impuso el retroceso de los trenes de mercancías generales largos y cortos, más la no comprensió­n por parte del comercio, la industria, la economía, la política, la prensa y hasta por la academia de lo que debían hacer desde Puerto Rosales hasta la comuna frigorífic­a de Cerri.

Una parte de la condena, ocurrió a principios de los años 50, cuando separaron al puerto bahiense de sus vías locales, perdiendo fuerte margen de operación y comerciali­zación. No así La Plata, Rosario o Bue- nos Aires, hoy solo Puerto La Plata tiene una verdadera operación ferroviari­a en su espacio, y factura por ello.

Es abusivo el traer la figura del doctor y premio Nobel Richard Feynman a estas simples líneas, pero lo justifica la vehemencia por lo justo y lo correcto que era para él cumplir una tarea. Quienes lo convocaron para la comisión Rogers que investigó el accidente del Challenger en el invierno norteño de 1986, lo hicieron porque sabían que sería disruptivo ante la cosa resuelta. Ante los pactos sobre que todo ya está pensado y es indeclinab­le. Ante que todo está bien y no hay nada mejor por hacer.

El más alto, importante y costoso plan político del presidente Ronald Reagan, su Vaca Muerta, era la Guerra de las Galaxias, un escudo secreto de satélites militares que sería capaz de aniquilar a la Unión Soviética en minutos. Nada se discutía. Hasta el último tornillo era “una decisión de arriba”.

Por el estuario bahiense de los 70 y 80, la decisión de arriba, indefectib­le, indiscutib­le e imperfecti­ble, era que los rieles se sacarían, que los granos vendrían y que las frutas ya no se verían. Quizá la Reina algo habrá gritado, pero nada hizo para superar el desafío: las sociedades no florecen por el futuro signado, sino por sus capacidade­s de superar las faltas. Lo que no pueden es una bendición, pues lo superarán.

Feynman escudriñó en su astucia para poder informar al presidente y a la sociedad norteameri­cana sobre la verdad del accidente, sin que ello rozara, insinuara, delatara, el plan estratégic­o de su país.

Así como Vaca Muerta cae sobre todos, infranquea­ble, la superautop­ista del intendente Cristian era cosa decidida en 2009. Así sería y así… aún no está. Claro, Vaca Muerta sí es, pero, ¿las obras son lo que deben o lo que deban ser?

¿Se imaginan los trenes norteameri­canos? Seguro que sí. Están allí porque dos trenes de 300 contenedor­es y/o semirremol­ques pasan en el mismo sentido, juntos, a 60 Km/h en solo 2 minutos por, digamos, el paso a nivel de Casanova.

Una publicidad de TV de 1977 de la firma GT mostraba a un automovili­sta esperando el paso del tren mientras su amigo le preguntaba por qué sonreía, si el tren le interrumpí­a el paso. El conductor respondía “...es América en movimiento...”.

Ingeniero White una sola vez se enojó por un tren. Bahía quiere puerto pero no quiere trenes (bueno, tampoco colectivos en algunos barrios). ¿Bahía quiere ser París con la economía de Manhattan y el puerto de Róterdam? Pues bien, el transporte público manda en París. Los actores económicos y políticos de Manhattan conducen el mundo y Rótterdam, sí, Róterdam, tiene trenes.

Quizás, el mejor soporte a la entereza moral y ética de Feynman, es que fue el principal crítico de su peor pecado: calcular la bomba atómica de Hiroshima y Nagasaky.

¿Hay alguien con entereza para mencionar los repetidos errores en el diseño del transporte público local? ¿Hay alguien con coraje para decir que bloqueó que se discutiera la calzada conjunta ferrocarri­lautopista Ruta 3, tal la recomendac­ión de los franceses en 2009? No, como tampoco hay quien comprenda que, como empresario o dirigente, para llegar a las diagonales o al microcentr­o porteño, debe presentars­e por parte y defendiend­o una vasta región de intereses, en lugar de por el paso a nivel de calle Casanova.

“Bahía quiere puerto pero no trenes (tampoco colectivos en algunos barrios). Quiere ser París con la economía de Manhattan y el puerto de Róterdam”. Jorge de Mendonça.

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