La Nueva

El circo se encontró con una realidad que no esperaba

Los integrante­s de Cirque XXI 360 están viviendo la cuarentena en el parque de Mayo. No pudieron debutar en Bahía: hace tres semanas pidieron permiso al municipio para quedarse y esperar que todo pase.

- Belén Uriarte buriarte@lanueva.com

Unas 60 personas que trabajan en el Cirque XXI 360 están cumpliendo la cuarentena en el parque de Mayo como consecuenc­ia de las medidas adoptadas para frenar la pandemia de coronaviru­s. Las restriccio­nes comenzaron el día en el que pensaban debutar y ante las dificultad­es para trasladars­e, pidieron permiso al municipio para quedarse. Hoy, sin otra fuente de ingreso y gastando lo que les queda de ahorros, esperan que todo pase cuanto antes para presentars­e en nuestra ciudad.

Gabriel Credidio tiene 43 años y está en el circo desde los 15. Dice que hay dos tipos de cirqueros: los que vienen de generación en generación y los que vieron al circo en su pueblo, les gustó y se fueron con él.

El cordobés, nacido en La Falda, es de los segundos.

Empezó dándoles de comer a elefantes, leones, tigres, osos y chimpancés. Después dio una mano para armar y desarmar el circo. Fue payaso, locutor, acróbata, conductor de camión y hasta electricis­ta. Hoy es el representa­nte del Cirque XXI 360: se encarga de la parte administra­tiva, las giras, la prensa, y los trámites en general.

Gabriel y todos sus compañeros se encuentran desde hace tres semanas en el parque de Mayo. Los shows fueron suspendido­s por las medidas tomadas ante la pandemia del coronaviru­s, pero ellos decidieron quedarse.

“El 5 de marzo era el estreno y no pudimos hacerlo. Teníamos pensado hacer seis funciones semanales hasta Semana Santa, pero el día del debut las autoridade­s nos dijeron que no podíamos abrir porque el día anterior habían sacado un decreto para no dar más habilitaci­ones”, contó.

Sabiendo que el estreno no era posible y que por unos cuantos días no iban a poder trabajar, Gabriel fue hasta el Municipio y pidió autorizaci­ón para quedarse con todo el elenco — conformado por unas 60 personas— ya que trasladar el circo significa un gasto muy grande.

Desde entonces están cerca del acceso principal al parque, cada uno en su motorhome o casa rodante. Sin otra fuente de ingreso y gastando lo que les queda de ahorros, esperan que todo pase cuanto antes para poder volver a trabajar en la ciudad.

“Todos los circos nos pusimos a disposició­n para que utilicen nuestras instalacio­nes para hospitales y nuestros vehículos de publicidad sonora para difundir los comunicado­s oficiales. Se trata de ayudar un poco y ponernos en el lugar de todos”.

*** Cuando tenía 15 años Gabriel conoció a los dueños del circo Lowandi por sus papás, quienes tenían una reserva animal llamada Tatú Carreta y hacían intercambi­o de animales, “algo muy común en esa época”.

Empezó a ir al circo y ya no quiso otra cosa, a pesar de que su familia no estaba de acuerdo. Gabriel recuerda que en su adolescenc­ia se escapaba para ir a aquella carpa que robaba toda su atención.

Después, lo buscaban desde la comisaría: como no había celulares para comunicars­e, cuando la gente quería contactar a alguien del circo llamaba al fijo de la comisaría y la policía daba aviso a esa persona, que se presentaba en la sede policial esperando que el teléfono volviera a sonar.

Con los años, sus papás entendiero­n que el circo era su pasión y lo dejaron ir.

Hoy tiene tres hijas. Leonela (21) y Yamila (18) —nacidas y criadas en el circo— trabajan con él como acróbatas. Luna, que tiene 11, todavía vive con su madre en Mar del Plata y los visita en vacaciones y fines de semana largos.

“Le encanta venir. Baila y está aprendiend­o cosas del circo. El día de mañana decidirá qué quiere para su vida”.

*** Gabriel dice que además de su vida, el circo es una fuente laboral para más de 2.000 familias argentinas que viven diariament­e de él. Además, cuenta que en cada localidad donde paran les dan trabajo a unas 15 o 20 personas que ayudan a armar las instalacio­nes, acomodar los elementos y publicitar los shows.

“Es lindo andar y recorrer. Mientras todo el mundo paga por conocer lugares, a nosotros nos pagan para andar recorriend­o y llevando un poquito de alegría y cultura de circo a cada lugar de la Argentina”.

Cuenta que anduvieron de norte a sur y de este a oeste. Entraron a pueblitos muy chicos donde sus niños no conocían a muchos animales o jamás habían visto un camión. Y en varias localidade­s fueron a centros culturales a dar talleres, recorriero­n hospitales y ofrecieron funciones a beneficio.

Gabriel asegura que es la manera de devolver a la sociedad un poco de todo lo que les aporta a ellos.

Si bien en el camino van dejando familias y amigos, el contacto sigue a través de las redes sociales y WhatsApp. Además, suman nuevas amistades en cada recorrido: cuando vuelven, son quienes les abren las puertas de sus casas y también aceptan conocer el mundo mágico del circo.

“A veces la gente no sabe o tiene un mito de que comemos todos de una sola olla y dormimos todos debajo de la misma carpa. Pero ahora el circo tiene sus comodidade­s, no como antes que vivíamos en carpa: tenemos motorhome, con casa rodante y tráiler, por dentro son como departamen­tos. Creció mucho gracias a la tecnología: ahora los chicos ven circos de la hostia por internet y tenemos que brindarles espectácul­os acordes”.

***

La vida en el circo tiene muchas particular­idades, pero todos los servicios garantizad­os.

Casi todos son monotribut­istas —algunos de montaje están contratado­s— por lo que cuentan con obra social: de todas maneras, acuden en general a hospitales públicos porque la mayoría de las prestadora­s ofrecen el servicio únicamente a los residentes.

La educación es un poco más movida, pero aún así los hijos que viven con sus padres en el circo están escolariza­dos: Gabriel cuenta que por ley, tanto las escuelas primarias como secundaria­s, deben darles clases a los chicos de vida errante mientras sus papás trabajan en esa localidad.

“Llevan un cuaderno que se llama “Pase golondrina”, en el que cada escuela pone notas conceptual­es o finales de acuerdo a cómo vayan en cada materia. Durante el recorrido, se buscan los analíticos por las

“La gente tiene un mito de que comemos todos de una sola olla y dormimos todos debajo de la misma carpa".

distintas institucio­nes y se van completand­o hasta llegar al último año: algunos pasan por más de 20 escuelas”.

Una vez que egresan, muchos deciden anotarse en carreras a distancia para poder continuar con el circo.

Gabriel dice que es muy gratifican­te la vida del cirquero: si tiene que elegir lo que más le gusta, se queda con los aplausos y las caras de felicidad o asombro de los chicos en cada función.

Solo encuentra una complicaci­ón: la naturaleza.

“Las tormentas y los vientos son lo más complicado­s. Hace 3 años, un tornado nos tiró la carpa. También suele haber accidentes: en esta empresa por suerte no hubo más que esguinces y quebradura­s, pero en otras hubo muchos problemas con el globo de la muerte”.

Cuenta, además, que vienen peleando a nivel nacional para que el circo sea reconocido como patrimonio nacional y tener así apoyo gubernamen­tal: dice que no se trata de dinero ni de subsidios sino de poder acceder a todas las ciudades a las que hoy no entran por la negativa de ciertos municipios.

*** Gabriel cuenta que viven la cuarentena como tal: están aislados —cada uno se encuentra en su casa rodante o motorhome— y hacen las compras de manera individual. Incluso entrenan por separado: cada uno hace ejercicios en su sector para mantenerse en forma y no perder el ritmo habitual de entrenamie­nto.

Lo que sí comparten es cierta preocupaci­ón porque los ahorros no son muchos: venían de una temporada no muy buena en

Necochea y en Bahía ni siquiera pudieron comenzar.

Desde hace varias semanas están dentro de un parque que luce despoblado y cada tanto se inunda por las voces de policías y gendarmes que recuerdan por megáfono que estamos en cuarentena y no hay que salir de casa.

“He recorrido el mundo trabajando y la verdad nunca viví algo así. No tomamos conciencia y pensamos que estas cosas solo pasan en las películas. Pero esto nos hace ver que no somos inmunes, que también nos puede pasar a nosotros”.

Pese a la pandemia, los días no trabajados y el encierro abrumador, Gabriel mantiene su positivism­o. Mientras aguarda que todo pase pronto para volver a ver las caras de sorpresa y alegría de tantos chicos, pide que le gente no deje de soñar.

“Si otro pudo hacerlo, yo puedo hacerlo. Y si nadie nunca lo hizo, puedo ser el primero”, manifiesta antes de despedirse.

Entrenan por separado: cada uno hace ejercicios en su sector para mantenerse en forma y no perder el ritmo de entrenamie­nto.

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FOTOS: EMMANUEL BRIANE-LA NUEVA. UNAS 60 personas conforman el elenco del circo que quedó varado en el acceso al parque de Mayo. Pusieron a disposició­n sus instalacio­nes y vehículos.
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