Ascasubi: en tiempo de aplausos, el adiós a un grande
Jorge Raúl Alegría brindó alivio y atención a mucha gente cuando no había médicos ni enfermeros en el pueblo.
“Golpean la puerta de calle. Es una hora incierta de la noche. Se reiteran los golpes cada vez más intensos, más imperiosos. Desde nuestro dormitorio, con mi hermana escuchamos a mi papá atender, luego lo vemos venir, pasar frente a nuestra habitación y volver al rato, para salir de la casa, ahora ya con un farol ‘Sol de noche’ en la mano. Papá, como tantas otras noches, acababa de interrumpir su descanso, para ir a asistir a alguien que lo necesitaba, en un tiempo en que el pueblo se estaba formando. Esta situación, reiterada tantas veces, dejó una impronta imborrable en la memoria fiel testigo de su generosa entrega, esmerada, silenciosa.”
Así comienza Mis Vivencias, el libro de relatos en el que Jorge Raúl Alegría inmortalizó no solo gran parte de su vida –antes de partir, el pasado 26 de febrerosino la historia del desarrollo de este pueblo del partido de Villarino.
“Posiblemente la semilla haya estado en su origen, amparada en los férreos principios de la conducción materna, la formadora custodia de un fuerte espíritu valdense y posteriormente se haya ido afianzando en su temprana juventud, durante sus habituales conversaciones con el doctor René Favaloro”, resalta su hija Magdalena Alegría.
Define a su padre como un observador atento de la vida, con inquietudes y cuestionamientos que volcaba en sus escritos, reservado y volcado más hacia adentro que hacia afuera.
El homenaje de sus hijas en los siguientes párrafos.
“Su porte humilde no contrastaba con la elegancia ni dejaba resquicios para la mediocridad. Singular. Sobrio. Austero consigo mismo. No supo registrar el código de la acumulación y el consumismo. El daba…”, mencionó.
"En su fragilidad humana, oscilaban en alternancia la amargura y la mansedumbre, la pasión, la ira, la cerrazón, la premura, la paciencia, el coraje, los miedos, la incertidumbre”, destacó.
Metódico. Maestro de la voluntad, el esfuerzo y la templanza. Ternura y delicadeza en su justa medida. Cuidadoso vigía de la armonía familiar, disfrutaba intensamente de esas reuniones. Respetaba y amaba la naturaleza, las cosas simples, la pintura, el teatro, las artesanías y la pesca en soledad o con algún amigo.
Su honestidad no dio cabida para las provocaciones de la corrupción, y la injusticia y la difamación no pudieron hacer mella en su inalterable integridad. Silenciosamente, siguió su camino, con la paz y la libertad que caracterizan a los hombres que defienden la Verdad y son fieles a sí mismos.
Logró recoger el amor de todos aquellos quienes supieron conocerlo y el respeto y agradecimiento de un pueblo, como todo hombre de bien se merece. Ese fue Jorge. Un triunfador de valores trascendentales.
“Se fue un grande… un grande de Ascasubi”, comentó un vecino del lugar. Y alguien agregó: Sin lugar a dudas se fue en busca del premio de los justos…
Su hija Magdalena lo recuerda como un observador atento de la vida, con inquietudes y cuestionamientos, muy reservado.