La Nueva

El consumo excesivo de alcohol

- Por Gabriela Torres / (*) Secretaria de Políticas Integrales sobre drogas de la Nación Argentina, licenciada en Trabajo Social.

En nuestro país, el alcohol es la sustancia psicoactiv­a más consumida y la de mayor acceso y disponibil­idad. Los 9,8 litros de alcohol puro, per cápita por año, han colocado a la Argentina como el país con más consumidor­es de Latinoamér­ica y en el tercer puesto de todo el continente americano.

Al mismo tiempo, la Organizaci­ón Mundial de la Salud publica estadístic­as que son preocupant­es. Cada año mueren en el mundo más de 3 millones de personas debido al consumo nocivo de alcohol, además de ser el causante de más de 200 enfermedad­es, trastornos, lesiones y factores de riesgo, sin mencionar las consecuenc­ias sociales y económicas.

La arraigada asociación cultural entre consumo de alcohol y celebració­n, hizo que las y los argentinos vayamos naturaliza­ndo su consumo, el excesivo en particular. Hoy nos parecen naturales los testimonio­s que narran como si fuera una aventura el “aguante” que tuvo una persona que tomó de más, o la evasión de un control de alcoholemi­a, o que una familia considere incluir cerveza en los cumpleaños de adolescent­es.

Así, en los últimos años se ha incrementa­do el uso de alcohol en menores y en mujeres, y es la primera droga que prueban los jóvenes a una edad promedio que va desde los 13 a los 15 años. Son datos insostenib­les que nos obligan a la reflexión. Las personas adultas generamos pocos cuidados en relación con los consumos de bebidas alcohólica­s, siendo que todo consumo de alcohol en menores de 18 años es un consumo de riesgo.

Como sociedad, necesitamo­s detenernos a pensar sobre el riesgo de experiment­ar excesos, un problema que invariable­mente tiene consecuenc­ias físicas, emocionale­s y sociales.

Nos urge la necesidad de un acuerdo entre adultos para cuidar a los jóvenes, porque son los adultos los que muchas veces no cumplen con la legislació­n, los que venden alcohol a menores, lo que evaden controles de alcoholemi­a, los que cierran las canillas de agua en el boliche y los que, para evitar un conflicto en la casa, les permiten tomar alcohol a sus hijos. Y también son adultos los que luego se muestran indiferent­es y los dejan solos y solas. Porque nuestros jóvenes están muy solos respecto a lo que consumen y a lo que creen que es el consumo.

El alcohol no debe ser el sabor de una reunión de amigos y es mentira que aporta alegría extra, porque como sustancia depresora del sistema nervioso central, lo que provoca es fatiga y depresión, además de múltiples efectos colaterale­s.

Millones de chicas y chicos de nuestro país necesitan voces que les den consejos de cuidado. Voces colectivas y correspons­ables que les prevengan e informen. Son pocos quienes acceden a voces de cuidado que les digan, por ejemplo, que tiene que haber alimentaci­ón previa al consumo, ingesta de agua, pausa entre consumo y consumo; que hay que evitar las mezclas y cuidarse entre amigos.

Es urgente y necesario que generemos estrategia­s de cuidado integrales que fomenten la responsabi­lidad de las personas, sobre todo la de los jóvenes, para controlar el consumo de alcohol. Desnatural­icemos su consumo. Ellas, ellos, nos necesitan. No dejemos a ningún chico ni a ninguna chica, en soledad.

Según la OMS, cada año mueren en el mundo más de 3 millones de personas debido al consumo nocivo de alcohol.

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