La Nueva

Cada uno te llora a su manera, Diego

Un encuentro con Maradona, en Marisol. La distancia que tomó el 10 hasta comprobar que no estaba frente a enemigos. Y el arrepentim­iento por no aceptar compartir un asado.

- Walter Gullaci wgullaci@lanueva.com

“Diego es un Dios sucio, pero sucio de barro humano. Genio y pecador. Por eso es el más humano de los Dioses", dijo alguna vez Eduardo Galeano.

Pues murió ese Diego. Y nos resulta imposible despojar al ídolo eterno de sus flaquezas y contradicc­iones. Una sensación bipolar. Pero el problema es nuestro. Siempre fue nuestro. Jamás de él. Porque su magia con la pelota resultó suficiente para llenarnos el alma. Como dibujara en palabras el inolvidabl­e Roberto Fontanarro­sa: "No me importa lo que Diego hizo con su vida, pero si me importa lo que hizo con la mía".

Entonces lo terminamos de adoptar como bandera en el ´86, aquel día del gol con la mano a los ingleses. Cuando les dijo en la cara “nosotros también podemos robarte”. Y seamos sinceros. Nos encantó. Pero mucho más cuando al ratito, los humilló con aquella maravillos­a apilada de “barrilete cósmico”. “Viste, ahora te hice un gol en serio”.

Y resultó ser el mejor de los mundiales.

Con esa misma rebeldía que lo había llevado a desafiar al norte rico de Italia con aquella gesta napolitana del sur pobre.

*** Conocí a Diego en 1994, en Marisol. Una tardecitan­oche bien estival. A pocos meses del lacerante "me cortaron las piernas" del Mundial de Estados Unidos.

A Fabio Pallero, por entonces telefonist­a de “La Nueva Provincia”, le llegó la data de que el “10” había recalado en ese pequeño balneario dorreguens­e para desconecta­rse del circo mediático. Aún seguía fresco el incidente de los tiros con una escopeta de aire comprimido contra algunos periodista­s voraces de su intimidad.

Y allí fuimos con Pallero y el querido fotógrafo Nino Malaspina, ya fallecido.

Para comprobar, por si hacía falta, casi todas las presuncion­es que teníamos del astro.

Ver a Dalma y Gianinna, muy pequeñas, huir despavorid­as cuando vieron a Nino con su cámara al hombro, nos ubicó de entrada. Esa familia vivía bajo presiones imposibles de dimensiona­r desde el lugar del ciudadano común.

Ver a Claudia Villafañe regando el jardín árido de una casita simple, modesta, casi en el medio de la nada, nos ubicó más aún. Esta gente sabía de lujos, pero también de lo que significab­a haber surgido de Villa Fiorito. Y segurament­e, con las carencias más infinitas.

Y ver finalmente a Diego, recibirnos con el gesto adusto, distante, y un desplante tras otro, nos ubicó en la vereda de enfrente del ídolo. Ni siquiera esa frase para romper el hielo lo soltaría un poco: “Diego, ¡estás reflaco! Vas a desaparece­r…”.

Hasta que el ídolo, en sus estados más cambiantes de humor, decidió que no éramos sus enemigos.

-Diego, esto no te lo pregunta el periodista. Es algo que quiere saber mi vieja, que como a tantas otras madres le preocupa tu salud más que lo que hacés con la pelota. ¿Cómo llevas el problema de la adicción?

-¿No ves cómo estoy?

Hace un rato me lo dijiste (se paró para mostrar su estado de delgadez increíble). Decíselo a tu mamá. Contale que estoy bárbaro.

Y a partir de ahí todas fueron sonrisas y respuestas de alguien decididame­nte distendido. A tal punto…

-Muchachos, ¿se quedan a comer el asado?

-(Hasta hoy sigo odiando aquella negativa llena de pudor) Noooo Diego, gracias. Nos volvemos a Bahía.

En fin.

***

Ya en Sudáfrica, 16 años más tarde en pleno Mundial de 2010, con el Negro Rafael Emilio Santiago convinimos en que cada conferenci­a de prensa de Diego, por entonces DT de la Selección Argentina, se convertía en un verdadero homenaje a su persona.

Frente a él y la interminab­le puesta de grabadores, desfilaban uno tras otro los aduladores.

Aún siendo un ex jugador y ya debilitado en su salud, nunca dejó de resucitar ante el mundo y ante sí mismo.

No quiso, pero tampoco lo dejaron, abandonar el gran escenario.

Como ese trono que le dispensaro­n en cada cancha que visitó durante su última etapa de técnico de Gimnasia.

Una especie de despedida con final anunciado.

La finitud estaba a la vuelta de la esquina.

Y era obvio que Diego ya no podía esquivarla.

*** Todos sabíamos que iba a suceder, pero le dábamos vuelta la cara a la realidad.

Finalmente se fue el célebre futbolista. Sublime e impredecib­le.

Pero además se fue el hombre que desnudó, como ningún otro, nuestras fragilidad­es. En la genialidad y en la miseria.

Por eso cada uno de nosotros te llora a su manera, Diego.

Esta vez nos conmoviste sin condiciona­mientos.

En el oro y en el barro, fuiste un hijo dilecto de la Argentina que supimos concebir.

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MARADONA, con su particular vestimenta, junto al enviado de La Nueva y otra jornada distendida en Marisol

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