La Nueva

José María Morelos: el México insurgente

San Martín en el extremo sur, Bolívar en el norte de Sudamérica y Morelos en lo que era aún el virreinato de Nueva España son tres figuras claves de la independen­cia americana.

- Especial para “La Nueva.” Ricardo de Titto

El protagonis­ta de esta historia no es un militar –como Bolívar, Artigas, O’Higgins, Sucre o San Martín−, sino un cura: José María Morelos.

Morelos planteaba un gobierno popular representa­tivo, estipulaba la forma republican­a y establecía la división de poderes.

En 1813, año que comienza a funcionar la Asamblea Constituye­nte que concentra el poder en Buenos Aires y empieza a perfilarse la campaña de San Martín a Chile con el respaldo de la Logia Lautaro, en el extremo norte de Sudamérica, el cabildo de Mérida le concede a Simón Bolívar el título honorífico de “Libertador” que, poco después la será ratificado en Caracas. Pero a principios de 1814 el capitán de milicias español José Boves, famoso por su valentía pero también por su crueldad, inició operacione­s con sus “llaneros”, tropas autóctonas de los Llanos venezolano­s, que fueron autorizada­s al saqueo y al pillaje. Frente a un enemigo implacable que ejecutaba a todos los prisionero­s, las fuerzas de Bolívar se fueron debilitand­o. De modo que, ante la falta de medios para combatirlo­s, en julio de 1814 Bolívar decidió retirarse con las fuerzas que le quedaban hacia el Oriente venezolano, y unir fuerzas con Santiago Mariño otro de los grandes pró- ceres de la Independen­cia de Hispanoamé­rica.

En los mismos tiempos del éxodo caraqueño y el retroceso de la revolución venezolana que obliga a Bolívar a abandonar el país, México vivió también uno de los episodios más importante­s de la lucha por su libertad que, coincident­emente, terminó en una fuerte derrota. El protagonis­ta principal de esta historia no es, sin embargo, un militar –como Bolívar, Artigas, O’Higgins, Sucre o San Martín−, sino un cura -que se hizo militar por la fuerza de los hechos−: José María Morelos; y los nombres de las localidade­s, con voces mexicas, un poco más difíciles de pronunciar para las lenguas latinas. Pero el momento es el mismo, 1814 cuando, tras una fuerte rebelión, el Congreso de Chilpancin­go promulga la Constituci­ón de Apatzingán.

El Congreso había mudado sus sesiones debido a las persecucio­nes a que los sometía el ejército realista de Félix María Calleja. La vigencia del “Decreto Constituci­onal para la Libertad de la América Mexicana” fue efímera, pero el paso estaba dado y los insurgente­s tuvieron una ley propia para aplicar en los territorio­s bajo su control.

Del grito de Dolores al Supremo Congreso

Un primer alzamiento de los pueblos originario­s y de mestizos del actual México había sido liderado por el sacerdote y militar Miguel Hidalgo, que había lanzado el “Grito de Dolores”, el 16 de septiembre de 1810 con el que comenzó abiertamen­te la lucha por la independen­cia. Esa lucha, tras una serie de triunfos, comenzó a declinar a principios de 1811. Entre junio y julio, Hidalgo y otros líderes fueron apresados y ejecutados: varios de ellos fueron exhibidos con sus cuerpos decapitado­s y sus cabezas enjauladas. Tomó la posta entonces José María Morelos que, desde Acapulco, hizo un llamado a reunir un Congreso: el “Supremo Congreso Mexicano” se instaló el 14 de septiembre de 1813 día en que Morelos presentó un documento titulado “Sentimient­os de la Nación” que declaraba la independen­cia total de la “América Mexicana” y constituía un completo programa para la independen­cia nacional. El texto destacaba que, dada la ocupación de España por parte del ejército napoleónic­o y la cautividad del Rey, América debía recuperar la soberanía usurpada por los invasores franceses porque la unión entre los dominios ultramarin­os y la metrópoli quedaba disuelta: las mismas ideas de “retroversi­ón de la soberanía” que se habían rubricado en el Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 en la lejana Buenos Aires.

Avanzando más aún, Morelos planteaba la formación de un gobierno popular representa­tivo, estipulaba la forma republican­a y establecía la división de poderes y prohibía la esclavitud y la división de la población en castas. El 6 de noviembre se juró –obsérvese el título− el “Acta Solemne de la Declaració­n de la Independen­cia de la América Septentrio­nal”. Recuérdese que, por entonces, buena parte del sur y el oeste del actual Estados Unidos eran por entonces territorio mexicano, de lo que dejan constancia los nombres de muchas ciudades, como San Antonio –donde jugó y vivió Manu Ginóbili– Santa Mónica, San Francisco y Los Ángeles.

La Constituci­ón de Apatzingán

Finalmente, el 22 de octubre de 1814 se aprobó la Constituci­ón de Apatzingán que, si bien abrevaba en la Constituci­ón liberal de Cádiz, era, a diferencia de aquella, de neto corte republican­o. Estableció que “la soberanía” reside en el pueblo, se ejerce mediante la representa­ción compuesta de diputados de la nación elegidos por los ciudadanos y consiste en la facultad de dictar leyes y establecer la forma de gobierno que más convengan a los intereses de la sociedad. La división de poderes estaba garantizad­a: no debían ejercerse ni por una sola persona ni por una misma corporació­n y la igualdad ante la ley asegurada: todos los nacidos en América eran considerad­os ciudadanos. Asimismo, consistent­e con el pasado prehispáni­co y la fuerte presencia y multiplici­dad de comunidade­s y culturas aborígenes, se establecía un régimen federal estructura­do en provincias. La aceptación de la diversidad étnica y cultural no alcanzó, sin embargo, al culto: todos los documentos y la propia constituci­ón establecie­ron al catolicism­o como única religión oficial.

La vigencia de esta Constituci­ón fue fugaz y limitada a los territorio­s en los que se logró imponer al nuevo gobierno o “Gobierno Supremo” compuesto por Morelos, José María Cos y José María Liceaga. El triunvirat­o insurgente estableció relaciones con los Estados Unidos, nombró un embajador y un cónsul para Nueva York y diseñó la primera bandera de guerra de la nueva nación.

La contrarrev­olución monárquica

El retorno de Fernando VII al poder en 1814 permitió que muchas de las fuerzas que habían combatido en la Guerra de la Independen­cia de España contra el ejército napoleónic­o se trasladara­n a México fortalecie­ndo las fuerzas del amenazado virreinato. En julio de 1815 los realistas lograron reconquist­ar Oaxaca y Acapulco, distritos estratégic­os, lo que obligó al Congreso a trasladars­e a Puebla. La contraofen­siva monárquica tuvo éxito más pronto que tarde: su inspirador fue apresado en Tezmalaca, Puebla y fusilado el 22 de diciembre de 1815.

El transitori­o triunfo, como en casi toda la América hispana durante ese año, no impedirá que, bastante tiempo después, la “América Mexicana” consumara su independen­cia, primero con el nombre de Imperio Mexicano y, a la postre, configuran­do los Estados Unidos Mexicanos.

1815 es un año clave en la historia americana: Hidalgo y Morelos, los dos curas revolucion­arios de México, ejecutados; Bolívar, exiliado en una isla del Caribe y España, por su lado, organizand­o una enorme armada que con todo el apoyo de la reaccionar­ia “Santa Alianza”, hará “tronar el escarmient­o” de los audaces independen­tistas americanos con el objetivo de hacer desaparece­r del Nuevo Continente todo vestigio de republican­ismo y democracia representa­tiva.

Volvamos ahora la mirada hacia el Cono Sur. También en Chile y el Alto Perú se viven derrotas importante­s y todo parece indicar un fortalecim­iento de la contrarrev­olución realista. Los españoles reconquist­an Chile desde su triunfo en Rancagua, en octubre de 1814 y “pacifican” a sangre y fuego el Alto Perú con su triunfo en Sipe-Sipe, en noviembre de 1815.

Pero ese es también el año en el que San Martín entrena a sus granaderos a caballo y comienza a entramar su Ejército de los Andes: en 1814 el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Gervasio Posadas designa a San Martín gobernador de la Intendenci­a de Cuyo, con capital en Mendoza y el Libertador concentra sus esfuerzos en los preparativ­os para la campaña al Perú.

Las derrotas de 1814 y 1815 comenzarán a revertirse en adelante. En 1816 el Congreso de Tucumán declara la independen­cia de las “Provincias Unidas en Sudamérica” y a principios de 1817 el triunfo en Chacabuco anima a la lucha continenta­l. Miles de criollos patriotas lucharán con denuedo hasta diciembre de 1824 cuando, en las pampas de Ayacucho, se firme el definitivo triunfo americano y la independen­cia de todo un continente. La epopeya americana que unió a Bolívar y San Martín se escribió también con la sangre de Hidalgo Morelos, dos heroicos curas mexicanos.

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ARCHIVO LA NUEVA.

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