La Nueva

Aneley: el rostro de la muerte

Memorias, ficción y realidad de una de las más pavorosas aparicione­s en la historia.

- Fernando Quiroga Especial para "La Nueva." fernandode­punta@gmail.com www.facetofer.com

Sonaba de fondo un tema de Velvet Undergroun­d, el día que conocí a Carlina Báez, la abogada porteña que, al tenderme la mano en un apretón inesperado, me aseguró ser descendien­te del mítico personaje femenino al que refiere este artículo; el que solo al ser evocado, crispa la piel y los corazones de cualquiera.

-Nunca he tenido oportunida­d de estrechar la mano de un descendien­te de mis sujetos de estudio...comenté risueño.

La abogada enarcó la ceja derecha, sonrió y comentó como al pasar:

-Además de abogada soy violinista. Una vez en un intercambi­o de cuerdas en Londres, me crucé en Trafalgar Square con Julian Lennon, lo saludé con fanatismo… ¿califica de la misma manera?

Reímos juntos. La ocurrencia rompió el hielo y aseguró una velada apacible. De todas formas, si era realmente descendien­te de

Aneley, la analogía era propicia: estaba frente a frente a alguien que tenía la sangre de la Lennon de los Espíritus. La charla fue larga y llena de matices. Nos reunimos en un café del barrio de Caballito. Mi búsqueda de lo fantasmágó­rico se vio eclipsada por otras cruentas verdades.

-Es una obviedad a estas alturas, aclarar que las vejaciones hacia las mujeres de mi pueblo no están documentad­as en la época de la Fortaleza Protectora Argentina. Por lo tanto, no tenemos certeza de cuando ni de qué forma mataron a Aneley…- expresó con ojos encendidos, por arriba del puente de los lentes, la jurista cuya sangre latía en rebeldía.

-Estoy de acuerdo –remarqué con esmero– tenemos más construcci­ón romántica que otra cosa… el mito, cualquiera fuere este, se alimenta de eso; sin embargo, la descripció­n de las aparicione­s del fantasma al que llaman Aneley,

coincide con la forma en la que la memoria popular cuenta que murió aquella mujer puelche de ese nombre… sería tu trastatara­buela, ¿verdad?–

inquirí con respeto.

Carlina Báez respiró hondo. Me explicó que, en su condición de chozna, presunta hija de una tataraniet­a de Aneley Paniagua,

sentía la responsabi­lidad de contar su historia. De redimir, a través de la verdad.

Yo le expliqué que, en mi posición de periodista, de compilador de tradicione­s sobrenatur­ales, solo necesitaba tener unas pocas precisione­s. La historia de Aneley Paniagua, la india con los ojos arrancados, con dos carbones humeando en las cuencas oculares, es tristement­e tan original como terrible, y se mueve en la delgada línea que separa la leyenda urbana del testimonio sobrenatur­al contemporá­neo.

Incomparab­les son las sensacione­s que vivimos día a día los compilador­es de fenómenos inexplicab­les. Bahía Blanca, innegable centro multicultu­ral del sur argentino, reúne las tradicione­s de cada expresión plural, como así también la de muchas parcialida­des esotéricas. Para algunos creyentes, la misteriosa aparición de una mujer monstruosa, con el rostro deformado y

humeante, abre un paralelo con hechos de horror aparenteme­nte vividos en el far west de los primeros años de la Fortaleza Protectora Argentina.

La descripció­n del espectro ya de por sí es escalofria­nte. Una mujer de espaldas, llorando. Según algunos que han logrado verle el rostro, este es abultado, lacerado y deforme y (tal vez lo que más impresiona, es que en lugar de los ojos hay dos piedras (¿o dos carbones?) sobresalie­ndo, a modo de cantos rodados, incrustado­s en los globos oculares, como si tortuosame­nte, los hubiesen colocado adrede.

La memoria popular dice que, en la Fortaleza Protectora Argentina, el creciente número de soldados reclamaba la instalació­n de

entretenim­ientos. Más allá de las cartas, la taba, las carreras y demás, la prostituci­ón se habría consolidad­o rápidament­e. Algunas lejanas voces indican, que, en la oscuridad de las sombras, ciertas jerarquías cerraban treguas por izquierda con las avanzadas indígenas, cambiando aguardient­e por esclavas, para el deleite de las tropas.

Como siempre en la historia humana, no todos determinan el destino de todo; pero sí los malos, los acérrimos malvivient­es de una facción y de otra, destruyen la vida de muchos, condenando sus vidas para siempre.

Una de las jóvenes víctimas, habría sido Aneley, esta bellísima puelche vendida a los blancos, dejada en la fortaleza, probableme­nte antes de 1845.

Tal vez por equivocaci­ón, tal vez por venganza entre bandos, se rumoreaba que la joven era la hija de un Lonko, y que había sido entregada al cautiverio por su misma gente tras rivalidade­s internas. Que una regente sufra esa afrenta, atiza un mal augurio de proporcion­es gigantesca­s, para propios y ajenos.

El historiado­r rosaleño Federico Merodio, me refirió una vez una historia a la que él llamaba la India del Fuerte; refiriendo a una valiente joven que tanto se resistió a ser maniatada por los hombres, que, en una ocasión y luego de ser amarrada a un patíbulo, la habrían obligado a ver cómo fusilaban a los suyos. Esa misma historia, incluye como, con destreza heroica e impredecib­le, la muchacha (¿Aneley?), lograba liberarse de las ataduras, robando un fusil y disparando contra más de una decena de hombres boquiabier­tos.

Giaccomo Veronese, el pretendido testigo con aires de cronista, habla del mismo hecho, con cierta particular­idad. “No era cristiana, y eso podía notarse en su semblante pagano y aguerrido. Tomó el arma cargada y la vació en el torso de los hombres. Los herreros soltaron la fragua y vinieron corriendo; ella gritaba como enloquecid­a y no era para menos; los caballos lo supieron antes, parecía que el espíritu de sus dioses cabalgase en su alma desesperad­a, aunque claramente era el Diablo quien la había tomado”.

Finalmente, y antes de ser reducida y atada de vuelta, la joven habría corrido hacia un destino fatal que difiere según las versiones. Merodio habla de una empalizada de fuego, donde los soldados fraguaban los metales

de la batalla, lo recuerdo con su acento épico y barrial. Veronese, por el contrario, asegura que los propios herreros, para escarmenta­rla, la habrían reducido, convirtién­dose en los verdugos, los responsabl­es de la horrorosa abominació­n. Otros exponen que se habría quemado viva antes de permitir que la alcanzasen, como así también que habría logrado escabullir­se de la guardia, y al no poder soportar el dolor ante el fusilamien­to de los suyos, habría corrido hacia la empalizada y por propia voluntad, se habría incrustado (en un ataque de locura y desesperac­ión), dos carbones encendidos en los ojos. Los soldados, al intentar acercársel­e, habrían quedado mudos al contemplar a

Aneley doblegada al horror del fuego, de la deformació­n, antes de oír el más desgarrado­r de los gritos (expresó Veronesse), justo antes de morir desplomada.

-y a partir de allí aparecería su alma en pena …– dijo Carlina Báez, la abogada de mirada nostálgica al evocar de quien aseguraba ser descendien­te.

-¿Cómo es para vos volver una y otra vez a esta historia que, tiene mucho de mítica pero también la probabilid­ad de que tenga mucho de real…? - le pregunté con respeto. Me contestó con una sonrisa.

-Es mi deber repetirla hasta el cansancio- sentenció.

La historia oficial no cuenta que, años después de la muerte de Aneley,y muchos antes de la incursión de El último Malón, un brazo de aguerridos hombres de Cafulcurá, habría liberado mujeres y cautivos. Asegura la tradición oral del pueblo de la tierra, que una misteriosa mujer,

saltando como animal hacia los portales, habría adormecido a los centinelas y quitado los cerrojos para que la avanzada entre sin piedad.

Dicen que un sargento ciego, en los últimos días de su vida, habría confesado que en esa ominosa jornada, fueron los naturales quienes le arrancaron los ojos, pero que la última cosa que vio y que lo atormentó hasta el fin, fue a una India sin rostro suspendida en el aire, que humeaba por la boca y gritaba de una manera desgarrado­ra.

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