La Nueva

De Lizaso cumple hoy 75 años: “No hay día que no piense en Lito o Beto; los extraño...”

Recuerdos del necochense que en Bahía descubrió otro mundo del deporte. Un trío que marcó a fuego una época.

- Fernando Rodríguez ferodrigue­z@lanueva.com

Polo mira por el espejo retrovisor y puede ver el largo y exitoso recorrido desde que salió de su Necochea natal para instalarse en nuestra ciudad, donde descubrió “otro básquetbol”.

“Era una forma muy distinta de pensar, de ver y sentir el básquet. Para mí fue un aprendizaj­e generaliza­do. En Bahía había mucha pasión”, compara.

Pasaron 57 años desde que tomó aquella decisión que le modificó el camino.

—¿El básquet fue el motivo por el que dejaste la carrera universita­ria?

—Y... sí; tuvo que ver.

—A pesar de que tu objetivo, al principio, no pasaba por dedicarte exclusivam­ente al básquet. -No, pero me fue llevando. Perdí mucho tiempo. Después, cuando era jovencito falleció mi padre y hubo situacione­s que cambiaron el rumbo de mi vida.

José Ignacio De Lizaso llegó a Bahía con 18 años y hoy cumple 75. Siempre hay motivos para festejar, más allá de que no recibirá el llamado de Lito o Beto. Con el tiempo fue enfrentand­o esa realidad, aunque le cuesta terminar de asumirla. Acaso, nunca lo logre por completo.

“No hay día que no piense en Lito o Beto –confiesa-. La verdad que los extraño...”.

Y no es para menos. Los tres fueron referentes de una época cargada de gloria, que hoy se recuerda con melancolía. Fueron responsabl­es de liderar a un grupo que los siguió y, entre todos, afrontaron mil batallas.

Le dieron identidad a la ciudad, excediendo el marco estrictame­nte deportivo.

El básquetbol se convirtió en cultura para Bahía Blanca. Ellos se encargaron de poner de pie a la ciudad, de dividirla puertas adenque tro con los clásicos Olimpo-Estudiante­s y de unirla cuando dejaban la rivalidad a un lado y se ponían la camiseta de Bahía, de Provincia y hasta de Argentina.

Pasaron muchos años y el recuerdo sigue vivo. Aunque es imposible encastrar lo que sucedió entonces en los tiempos que vivimos. No obstante fue tan fuerte el legado que Bahía Blanca, además de recoger los frutos, siguió sembrando básquetbol.

***

Por estos días Polo estuvo en Buenos Aires, visitando médicos para realizarse algunos estudios.

—¿En qué etapa de la vida estás?

—Tengo dos hijos, cuatro nietos, estoy divorciado­s y sigo dedicándom­e al campo. Mi gran pasión de siempre ha sido el básquetbol y trato de seguirlo. No puedo dejarlo de ninguna manera.

El Negro nació en Necochea y vivió hasta los 10 años en un campo de Energía, localidad ubicada a 50 kilómetros. Su vínculo con la naranja comenzó como un simple juego, vistiendo las camisetas de Boca y Rivadavia de la ciudad balnearia antes de vincularse a Olimpo.

—¿Qué te llevó a ser jugador?

—Mirá, ni yo mismo lo sé. El otro día alguien publicó en una página de históricos del básquet un jueguito era como un trampolín, al que apretabas y salía la pelotita. Yo de chico vivía en el campo y mi viejo me regaló uno de esos. Y entiendo que fue lo que motivó mi acercamien­to al básquet, un deporte, hasta ese momento, desconocid­o para mí. Incluso, no tengo antecedent­es de familiares vinculados al básquet.

—¿Cuando surgió la posibilida­d de Olimpo ya tenías decidido venir a Bahía a estudiar Agronomía?

—Sí. Unos meses antes Olimpo jugó en Necochea, en el ‘63. Le ganamos, aunque no jugó Fruet y me sirvió para medirme. Entonces ya integraba la selección de Mar del Plata.

—¿Sabías dónde te metías?

—Realmente no. Sólo sabía que Bahía era una buena plaza dentro de la provincia.

—Claro, es que recién ahí Bahía empezó a forjar su nombre propio.

—Ahí empezaron los amistosos, Bahía ganó el Provincial de Olavarría (1964) después de muchos años sin ganar y se fue formando un equipo que empezó a dejar su huella. Me acuerdo que, entre otros, estaban Pedro Castaldi que jugaba de pivote, Tito Loustau, un gran tirador de ganchos y después llegaron unos lunguitos que nos dieron una mano.

—Y ustedes fueron ensambland­o las piezas, respondien­do como equipo más allá de los egos personales.

—Creo que eso fue muy importante, porque todos tenemos egos. Y el Lungo Brusa fue muy valioso en ese aspecto, hablando con cada uno, priorizand­o siempre a Bahía, olvidando alguna rencilla que se generaba en los clásicos.

—¿Es cierto que la rivalidad Olimpo-Estudiante­s se terminaba cuando cada uno se ponía la camiseta de Bahía?

—Sí, es cierto. Un asado y se solucionab­a. Y en eso el Lungo la tenía bien clara.

—¿Cuándo considerás que empezó a forjarse lo que significa hoy el básquetbol en Bahía Blanca?

—Perdimos con Rusia y Polonia dos amistosos y nos íbamos dando cuenta de lo cerquita que estábamos. Incluso, algunos jugadores altos apareciero­n medio sorpresiva­mente, como Giorgio Ugozzoli, que se adaptó perfectame­nte a pesar de no jugar de chico. Al tener uno de dos metros, que pudiera bancar a uno de los grandes del rival, ya era otra cosa. Después apareciero­n Monachesi, Cortondo... En la media cancha siempre hubo buenos jugadores, como Raúl López, Raúl Alvarez, Miguel Chicharro...

—Hoy serían jugadores profesiona­les.

—Hoy tendríamos ofertas imposibles de rechazar. Por eso, al no haber un profesiona­lismo declarado, ayudó para que el equipo se mantuviera varios años y deje una marca. Muchos de nosotros tuvimos ofertas económicas, que si bien no iban a salvarnos la vida, ni siquiera las tomábamos en cuenta. Lo importante era crecer con Bahía. Después se fueron dando los resultados.

—¿Hay un triunfo que tengas muy guardado?

—Contra Yugoslavia (entonces campeón del Mundo, 78 a 75, el 3 de julio de 1971) y cuando le ganamos a la Unión Atlética Amateur de Estados Unidos (86 a 69, el 20 de septiembre de 1969)... Fueron parte de ese proceso. Pero nuestro gran despegue creo que fue el Argentino del ’66 (en Jujuy). Esa final que le ganamos a Córdoba (82-72), que tenía un gran equipo. Y ahí, casi sin querer, nos propusimos seguir siendo los mejores.

—¿Tu mejor partido?

—Contra Yugoslavia jugué muy bien; había salido Beto faltando cinco minutos y sobre el final manejé el partido, durmiendo la pelota alrededor de 25 segundos. Los yugoslavos pensaron que tenían tiempo de darlo vuelta, pero le tuvimos la pelota y le seguimos jugando.

—¿Te retiraste con el deber cumplido o te quedó algo pendiente?

—Cuando decidí radicar—Un me nuevamente en Necochea ya me costaba mucho viajar. Había conseguido todo lo posible; de hecho, soy el de mayor porcentaje de triunfos en torneos Provincial­es (10 de 11) y Argentinos (8 de 11).

El ideal

—¿Beto era el que reunía todas las condicione­s en cuanto a imagen y calidad?

—Sin dudas. Aunque era jodido igual que nosotros, pero tenía más decoro. Nosotros gesticuláb­amos, nos cobraban técnicos... En cambio él hablaba mucho más despacito. Pero era bravísimo. Igual, esa combinació­n a todos nos dio buenos resultados ¡eh!.

—En una oportunida­d tuviste un cruce feo con él. ¿Qué pasó?

—Se me fue un poco la mano y le pegué en un ojo con el codo, pero...

—¿Dejó alguna herida abierta en la relación?

—En la relación quedó una herida, pero no fue para tanto. Es como que le pedí las disculpas del caso: “Mirá Beto, es imposible que yo pueda apuntarte con mi codo al centro del ojo para lastimarte”. No sé si lo entendió de movida, pero con el tiempo, el hecho de haberlo tratado y, sobre todo, de mostrar arrepentim­iento, un poco fue suavizando la cosa. Pasó mucho tiempo y no quedó ninguna secuela entre nosotros.

—Beto alguna vez te definió: “Su personalid­ad era tan sólida que transmitía confianza”. ¿Fue natural o esa pasión te la contagió el fervor bahiense?

—La verdad que no sé. ¿Qué hubiese pasado si me iba a jugar, por ejemplo, a Mar del Plata? Capaz que también explotaba, o simplement­e hubiera seguido siendo un jugador de selección local. Sí está claro que en Bahía encontré un campo muy propicio para crecer.

—Con Beto fortalecie­ron la relación ya de grandes, ¿no?

—El último tiempo nos habíamos hecho bastante amigos. Me invitaba a cenar a la casa, a jugar partidos de tres contra tres... Se divertía, je. Hasta una vez viajé a Bahía sin equipo y se me apareció con ropa para que jugara.

—¿Qué perdiste con la partida de Lito y Beto?

día fui a ver a Beto a su negocio de seguros pensando que me invitaría otra vez a jugar un tres contra tres y me dijo: “Sabés Negro que me han salido unas manchas en las piernas, pero es medio extraño, porque no me golpeé. Así que esta vez te voy a fallar”. Un mes después me di cuenta de la gravedad del caso y dos meses después, aproximada­mente, falleció. Fue duro. Y el Flaco Fruet fue mi amigo de siempre; pensábamos igual, sin envidia... Las veces que fui a Bahía después que falleció me faltaba algo. Pero así es la vida y de alguna forma nos disfrutamo­s.

—¿Qué tenían en común?

—A los dos les encantaba ganar y, a la vez, aprender cómo podíamos hacer para ganar. Hicimos feliz a mucha gente... Tal vez no ganamos la plata que tendríamos que haber ganado, pero no cualquiera logra que distingan a una ciudad capital nacional de un deporte.

—A raíz de lo que mencionast­e de la plata, ¿sentís rencor por no haber nacido unos años más tarde, cuando el básquetbol se profesiona­lizó?

—No. Las cosas se dieron así. Aunque a veces pienso, qué lindo hubiera sido tener como medio de vida eso que hacíamos con tanto cariño y orgullo...

La gente aún los aplaude por cómo defendiero­n la camiseta. Fruet, Cabrera y De Lizaso, al igual que tantos otros, fueron el orgullo de toda una ciudad. Hoy cada recuerdo es una caricia al alma. Y ese regalo, a esta altura de la vida, no tiene precio.

¡Que los cumplas muy feliz Polo!

“No ganamos la plata que tendríamos que haber ganado, pero no cualquiera logra que distingan a una ciudad capital nacional de un deporte”.

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FOTOS: ARCHIVO-LA NUEVA.
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