La Nueva

Los 100 años de Marina y un eterno gracias a la vida

Nació en nuestra ciudad un 16 de febrero de 1921 y fue la más chica de 12 hermanos. Vivió siempre en el barrio Maldonado, donde el lunes fue agasajada por vecinos y familia.

- Laura Gregoriett­i lgregoriet­ti@lanueva.com

El tiempo se detuvo para Marina Lista el pasado lunes, cuando celebró su centenaria vida en compañía de una familia que la ama y la cuida con devoción.

“Lela” tiene los ojos color del cielo y una mirada calma, llena de paz.

Su familia cuenta que nació en Bahía Blanca, el 16 de febrero de 1921. Sus padres, María Luisa Lamarque y José Lista tuvieron 12 hijos -8 mujeres y 4 varones- y Marina fue la más pequeña. El 4 de noviembre de 1950 se casó con José Infosori y se mudaron al barrio Maldonado, a una casa construida por su marido y su cuñado.

Juntos, Marina y José, alias “Pepe”, fundaron dos institucio­nes barriales de gran trascenden­cia para la época: la iglesia adventista de Maldonado y un teatro barrial. Pepe escribía las obras cómicas y Marina actuaba junto con otros vecinos del barrio.

Del matrimonio de Pepe y Marina nacieron dos hijas: Lidia, en noviembre de 1951 y Perla, en junio del 53.

Lidia, a su vez, la hizo abuela de tres niñas: Eliana (43), Melisa (41) y Glenda (39) mientras que Perla, fue mamá de Sofía (26).

En 1986, luego de 36 años de casados murió José, el marido de Marina. Ella, dueña de una salud de hierro -nunca tuvo una enfermedad-, no solo pudo conocer y disfrutar a sus 4 nietas, también a los 90 años sumó el título de bisabuela gracias a Matías (12) y Milo (10), hijos de Eliana, y Liz (12) y Tomás (9), hijos de Melisa.

“Haber podido celebrar el cumpleaños número 100 de ‘La Lela’ fue una bendición muy grande. De niña siempre lloraba pensando qué iba a ser de nuestras vidas cuando ella no estuviera, porque jamás imaginé que llegaría a conocer a mis hijos. Si tuviera que resumir su vida en una palabra, sin dudas es ‘servicio’. De niña siempre ayudaba en su casa, fue la que cuidó a su madre hasta que murió y si bien nunca trabajó fuera de su hogar, atendió a sus hijos, a sus vecinos, al barrio, a la iglesia que fundó con mi abuelo, porque vivía pendiente de las necesidade­s del otro. Lo mismo con nosotros, sus nietas, que amábamos ir a su casa, nos llevaba el desayuno a la cama, nos cocinaba y jugaba con nosotros y cuando nacieron mis hijos, ella ya con 90 años, venía conmigo a Buenos Aires a ayudarme con los bebés”, contó emocionada Melisa D’Amato, una de sus nietas.

Los recuerdos van y vienen pero siempre con una constante: Nunca un grito, un reto. Siempre había para todo una sonrisa.

“Hablo por mí y mis hermanas ya que ninguna tiene presente haberla visto levantarse de mal humor, alunada, chinchuda. Ella se tomaba el tiempo para enseñarnos a cocinar, nos llevaba a un mercadito del barrio, llamado ‘Titín’, y el señor nos regalaba verduritas chiquitas y nos enseñaba a hacer sopita para el abuelo Lelo o para jugar. También hacíamos barro y le decíamos que viniera a ver cómo le revocábamo­s las paredes, le hacíamos flor de enchastre y ella solo atinaba a decirnos que nos habían quedado hermosas. Siempre fue una abuela ejemplar, como las de los cuentos y gracias a Dios es mi abuela. Yo siempre fui muy pegada a ella, tanto que cuando era chica, en la semana, dormía abrazada a un pulóver rojo de ella para sentir su olorcito, así no la extrañaba hasta que llegaba el fin de semana para ir a visitarla”.

Melisa asegura que no podía haber vivido mejor infancia. Hoy, no pierde oportunida­d de contarle a sus hijos cada enseñanza, cada recuerdo y juego compartido.

“Le sacábamos su ropa del placard para jugar a que éramos vendedoras, le descalibrá­bamos la máquina de coser de tanto jugar con la rueda. Recuerdo la paz que nos daba verla cada noche y cada mañana arrodillar­se religiosam­ente a un costado de su cama para orar, algo que hoy sigue haciendo, pero acostada”.

También cuentan que tenía una voz única: de joven interpretó un jingle para LU2 y cuando desde la radio intentaron tentarla para trabajar sus papás no la autorizaro­n. “Lela” cantaba en la iglesia y era la que dirigía los himnos. Su registro de soprano llamaba la atención y de hecho una de sus nietas, Eliana, heredó esas cualidades vocales y es cantante lírica y de óperas en Francia, donde reside.

“La abuela se ganó siempre nuestro amor. Nunca tuvo plata, era humilde, pero amábamos estar con ella, aunque siempre alguna bolsita de caramelos para repartir tenía, a nosotros no nos importaba. Hoy en día que los chicos tienen tantas cosas materiales, siempre les pongo el ejemplo de la ‘Lela’ a mis hijos, que no tenía cosas llamativas para darnos y que sin embargo era tanto lo que nos daba que con eso alcanzaba. Existen otras maneras de demostrar el amor y ella lo sabía”.

En palabras de la propia

Marina, el secreto de su longevidad radica en el amor, en decir lo que siente.

“Nosotros somos muy creyentes y hay un mandamient­o que dice ‘honra a tu padre y a tu madre para que tus días se alarguen en la Tierra que Jehová te da’ y yo siempre le dije a la ‘Lela’ y a la tía que Dios le alargó la vida por haber sido tan buena hija, por haber cuidado a su mamá hasta el último día. Ella se mudó nuevamente a la casa de su madre cuando un cuadro de ateroscler­osis se le complicó con una quebradura de cadera. Yo creo que su bondad y sus buenos sentimient­os, sumado a su buen humor han tenido que ver en su sana longevidad. Ella nos contaba siempre que de chica en la gran mesa de su casa se sentaban a comer todos sentados de mayor a menor y en los extremos, ambos padres. Recuerda a su papá como una persona de muy buen carácter, pero firme en sus actitudes. No le gustaba que los chicos se pelearan ni que hablaran mal de la gente y si alguno alzaba la voz o comenzaban a contar algún chisme, él solo los miraba y con un chistido se callaban todos. La ‘Lela’ aprendió entonces a concentrar­se en las cosas buenas de la gente y a nosotras, de pequeñas, nos enseñó lo mismo. Nos decía una frase que en aquel entonces no entendía: ‘Cuando uno no quiere, dos no se pelean...’. Y tenía razón”.

Hoy, Marina pasa sus días en casa de su hija Perla quien, junto a su esposo, la cuidan con un amor denodado.

Disfruta sus tardes, luego de una siesta, mirando la novela “Fuerza de mujer” y el programa “Minuto para ganar”, ama comer milanesas de pollo y chorizo de vaca.

“Su día es muy tranquilo, todas las mañanas mi tía la consiente con el desayuno en la cama. Se levanta cerca del mediodía y se pone a regar las plantas, que le encantan, y luego se va a la cocina a ayudar con la comida. Problemas de salud no tiene, excepto que se olvida las cosas recientes. Tantos años de mimos para todos, hoy se merece sin dudas que la atiendan. Ella fue una bendición en nuestras vidas”, reiteró con amor Melisa.

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FOTOS: EMMANUEL BRIANE-LA NUEVA.
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“LELA” COMPARTIÓ un cumpleaños particular en familia.

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