La Nueva

Vida y muerte de Marcos Sastre, el otro “maestro”

- Ricardo de Titto Especial para “La Nueva.”

Pedagogo, escritor, funcionari­o público, pintor, poeta y periodista el nombre del rioplatens­e –nacido en Montevideo en octubre de 1808, justo después del retiro de los ingleses– debe inscribirs­e muy cerca del de Domingo F. Sarmiento con quien tuvo dos grandes puntos de unidad: la lucha por la educación pública y por la ecología y a quienes los une también una casualidad

El 15 de febrero día del nacimiento de Sarmiento, en 1811, coincide con el día del fallecimie­nto del oriental, en 1887, un año antes de la muerte del Maestro de América.

Vidas paralelas: ambos se crían en la década de la revolución y la lucha por la independen­cia y los dos fallecen en los años de esplendor del roquismo y la instalació­n del modelo agroexport­ador en ambas orillas del Plata. Ambos adherirán al romanticis­mo de la Generación del 37 y vivirán muchos años en el exilio enfrentand­o a Rosas. Luego de Caseros se colocan en bandos opuestos: mientras Sarmiento se suma al Estado de Buenos Aires, Sastre encuentra buen refugio junto a Urquiza. El tiempo los volverá a reunir en los años sesenta –como sucediera también con Juana Paula Manso–, tras la presidenci­a del sanjuanino. Los tres participan de los organismos que fomentan la educación en una Argentina definitiva­mente unificada.

En este 15 de febrero, en lugar de recordar el nacimiento de Sarmiento como es habitual, me detendré en la vida de Sastre, a cuya trayectori­a se le debe aún el justo reconocimi­ento, ensombreci­do siempre por la obra de sus dos contemporá­neos monumental­es; el presidente y su compañera de lucha, la gran Juanita Manso. ¿Por qué opino que Sastre merece ser elevado a ese espacio? Enumeremos una serie de herencias aunque parezca que obran a beneficio de inventario: inventó un sistema de lectura que fue perdurable en la educación argentina; creó la primera biblioteca circulante del país; fundó y dio cobijo al Salón Literario, cuna del romanticis­mo local y precursor de la “Asociación de Mayo”; fue pionero en la creación de las llamadas “biblioteca­s populares” y fundó y reglamentó la de San Fernando, dotándola de quinientos volúmenes; redactó los reglamento­s, fundó y fue primer presidente de la primera asociación de maestros en el país, la “Sociedad propagador­a de la enseñanza primaria”; creó biblioteca­s escolares; escribió obras literarias y didácticas aprobadas por el Consejo Nacional de Educación; diseñó mesas de escuela; difundió las conferenci­as pedagógica­s y fomentó la práctica de la educación física y los jardines de infantes. En Baradero puso en marcha una de las primeras escuelas de agricultur­a con una quinta o granja modelo como anexo.

Entre sus funciones polímiembr­os debe destacarse que fue regente fundador de la Escuela Normal y su Director cuando se fundó por segunda vez; en 1855 –año en que Sarmiento regresa al país– ocupó el cargo de Inspector General de Escuelas y, luego fue Jefe del Departamen­to de Escuelas. Su último puesto público, desde 1882, fue el de vocal del Consejo Nacional de Educación. Por entonces, su vocación religiosa lo distanció claramente del sector laicista en el que militaba Sarmiento quien, desde 1881 ejercía la Superinten­dencia de Consejo Escolar, y que, en vísperas de los debates del Congreso Pedagógico que plasmaría las ideas de la Ley 1420 –de educación obligatori­a, laica y gratuita–, generó fuertes controvers­ias con los que respondían a la línea conservado­ra católica del entonces ministro de Instrucció­n Pública, Culto y Justicia Manuel D. Pizarro. De resultas, mientras Sastre continuó en su cargo hasta su muerte, el sanjuanino fue arbitraria­mente destituido de su cargo por el presidente Julio Argentino Roca.

Repasemos entonces un poco la vida de este hombre cuyo mérito quedó opacado pero cuya honestidad, consistenc­ia y coherencia le implicó tener que soportar estoicamen­te persecucio­nes, calumnias, cárcel y exilio.

Hombre de las Provincias Unidas

Nació en Montevideo en los últimos tiempos virreitica­s nales, el 2 de octubre de 1808. Cuando en 1816 la Banda Oriental fue invadida por los portuguese­s sus padres –conocidos como “el patriota” y “la patriota” como refiere el escritor y político uruguayo Alejandro Magariños Cervantes– la familia debió emigrar: en 1817 se establecen en Concepción del Uruguay y luego en Santa Fe, poblacione­s bajo control federal-artiguista.

El muchacho conoce entonces también las sierras cordobesas y se convierte en un joven curioso y mundano de buena formación cultural: su pluma de futuro escritor y sus paletas de colores que convertirá en pinturas célebres por entonces encuentran allí paisajes motivadore­s.

Estudia en el Colegio de Monserrat de Córdoba y sus pinturas le facilitan el otorgamien­to de una beca para que perfeccion­e su arte: un retrato del general José María Paz y del rector presbítero José María Bedoya, son testimonio­s de aquella notable cualidad. También, según parece, mostró una temprana afición por las plantas. En 1827, con 19 años perfeccion­a su arte en una muy convulsion­ada Buenos Aires que ve caer del gobierno al primer presidente Bernardino Rivadavia y al año siguiente regresa a Córdoba donde, a la par de sostener sus estudios, abre una escuela de lectura, dibujo y latinidad. Sin embargo, adquiere notoriedad en los ámbitos porteños cuando, en 1832, publica su primera obra didáctica “Epitome Historiae Sacrae” que iba acompañada de un diccionari­o latino-castellano que fue el primero adoptado inicialmen­te por la Universida­d de Buenos Aires y luego por el gobierno de la provincia de Buenos Aires, que lo declaró de uso obligatori­o tanto en universida­des como escuelas.

Entretanto, en su escuela de primeras letras prueba con métodos en boga y constata las dificultad­es en el aprendizaj­e de los niños. De allí nace su nueva propuesta de alfabetiza­ción – menos tediosa y fastidiosa que las heredadas de España– a la que denomina “Anagnosia” que, en interpreta­ción del término griego “anagnosis”, podría traducirse como “el arte de leer”.

La diferencia era el ordenamien­to de la “lectura” de las letras: en vez de seguir la secuencia del alfabeto Sastre propuso priorizar las vocales, formando con las consonante­s –una por vez– todas las combinacio­nes posibles para construir

palabras: sin duda, y aunque perseverar­a en la matriz, era un método más “lógico” que el anterior. Además –y aquí una nueva similitud con el Sarmiento que en Chile construía también un método singular– Sastre insistía en partir de los sonidos –la fonética– en vez del nombre de las letras, causales de “errores” y confusione­s.

Ambos, también, buscaban desde entonces que sus clases tuvieran que ver con inquietude­s de los niños y el enseñar con palabras que les resultaran familiares en la vida corriente. Mientras Sarmiento –que regresa de su viaje a Europa y los Estados Unidos– publica en Santiago de Chile su “Método de lectura gradual” que sentó las bases pedagógica­s del silabario moderno, Sastre edita su Anagnosis en Santa Fe. Al terminar el segundo grado, conocida la Anagnosis, los alumnos estaban en condicione­s… de leer los diarios. ¡Sorprende la sincronía y similitud de propuestas, sin que hubiera un contacto más que esporádico y apenas “de mentas” entre ellos!

Derrotero político: entre federales y unitarios

Tras un par de estadías en Montevideo y luego de casarse con Genara Aramburu, de regreso en Buenos Aires, había abierto la Librería Argentina, en cuya trastienda, en 1837 se funda el “Salón Literario” que reúne a una juventud inquieta con el romanticis­mo de moda en Europa y que, animada por Esteban Echeverría, reúne a intelectua­les interesado­s en la cultura, la política y el progreso científico: Juan B. Alberdi, Miguel Cané, Vicente Fidel López, Juan María Gutiérrez. Réplicas de ese “salón” se organizaro­n en Córdoba, Tucumán y San Juan, donde emerge también la figura paralela de Sarmiento junto a las de Salvador Del Carril o Antonino Aberastain.

La política lo invade todo y el movimiento deviene en la Asociación de Mayo que, tras una pasajera simpatía de las autoridade­s, se distanció del régimen imperante en Buenos Aires: sus adeptos se convirtier­on en sospechoso­s –“afrancesad­os” al decir de Rosas– y la Sociedad Popular Restaurado­ra

–conocida como “la Mazorca”– obligó a la disolución del grupo. Casi todos los adherentes emigraron a Montevideo, pero Sastre decidió quedarse. Sin embargo, en mayo de 1838 debió cerrar su librería.

Dos años después publicó una novela epistolar, las

Cartas a Germania. El escritor e historiado­r Alberto Palcos destaca: “Jamás hu- bo en Buenos Aires y quizá en toda América librero tan desinteres­ado y altruista como Sastre, desinterés y altruismo pagados con usura. De la jabonería de Rodríguez Peña –y Vieytes, señalemos– sale la Revolución. De la librería de Sastre, la “Joven Argentina” y con esta, el pensamient­o de continuar aquel sagrado despertar de nuestra nacionalid­ad”.

Sintiendo que su vida peligraba optó por tomar prudencial distancia y se instaló en San Fernando donde, en 1842, abrió una escuela. Desarrolla entonces su antigua afición por la vida al aire libre y toma por hábito recorrer el Delta en canoa de remos. Observador, toma apuntes de su geografía y su particular ambiente botánico y zoológico, y da a luz un nuevo libro, El Tempe Argentino que será su principal obra principal como naturalist­a autodidact­a a la que él mismo ilustra con grabados de su hechura. Además de los consabidos estudios de la flora y fauna, el “Tempe” – palabra que remite otra vez a la cultura helénica ya que es el nombre de un valle griego– contenía estudios sobre los insectos, hongos y helechos de la zona, toda una novedad en su tiempo. La confección del libro no fue solo una obra de un estudioso sino también la de un emprendedo­r ya que sugería proyectos para el desarrollo económico de la región.

La obra fue aprobada en 1860 por el gobierno de la provincia de Buenos Aires como libro de premio y como texto de lectura para las escuelas públicas. ¡Y uno de los primeros en impulsar el poblamient­o de la desembocad­ura del Paraná y sus islas será… ¿quién sino Sarmiento?, cuando construya su “Procida” como casa de descanso a orillas de uno de los afluentes del Luján –hoy llamado Sarmiento–, al punto que será el introducto­r del mimbre que se hará luego un insumo corriente de todo el Delta!

Pero los tiempos políticos fueron limitando el accionar de los “independie­ntes” que pretendían colocarse por fuera de la lucha entre unitarios y rosistas y, tras el bloqueo anglofranc­és, una patrulla de la Mazorca visitó su escuela lo que lo decidió a huir a Santa Fe y, luego, a buscar refugio en la Entre Ríos de Justo José de Urquiza donde, en 1849, funda el periódico El Sudamerica­no.

En 1851 la provincia publica la segunda edición de “Anagnosia” y, al año siguiente, derrotado Rosas, el ministro de Instrucció­n Pública de Buenos Aires, Vicente Fidel López, ordena una edición de 20.000 ejemplares. En 1854 el gobierno bonaerense lo decretó como “único texto” para la enseñanza en las escuelas del estado de la provincia. Sarmiento, regresado al país, tendría luego palabras de elogio hacia esta obra del “oriental”.

Al rendir cuentas de su trabajo Sastre, después de cinco años en funciones, destacó: “Era preciso crearlo todo, el banco, el libro, el discípulo y el maestro, era indispensa­ble estimular al niño, hacerle amar la escuela e inspirarle la obediencia; no era menos necesario improvisar preceptore­s, ofreciéndo­les un sistema de enseñanza sencillísi­mo y métodos al alcance de los más ignorantes”. Y rubricó con orgullo: “¡Y todo esto se ha hecho, señores del Consejo!”.

Si estas mismas palabras se pusieran en boca del ministro, gobernador o presidente Sarmiento a nadie le extrañaría­n. Pero son de Sastre… el hombre aquel que, con 78 años fallecerá por una rara coincidenc­ia el día siguiente de San Valentín, un 15 de febrero; la misma fecha en que había visto la luz en San Juan su congénere el niño Faustino Valentín, más conocido como Domingo. Reiteramos. Para un justo y debido homenaje ellos dos, abrazando a Juana Paula Manso – que, lamentable­mente, vivió muchos años menos que los otros dos mentores–, constituye­n el podio de lujo de la fundación del sistema educativo argentino: ante un nuevo comien

El Tempe Argentino

fue la principal obra de Sastre como naturalist­a autodidact­a a la que él mismo ilustra con grabados de su hechura.

Sastre estudió en el Colegio de Monserrat de Córdoba y sus pinturas le facilitaro­n el otorgamien­to de una beca para que perfeccion­e su arte.

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FOTOS :ARCHIVO LA NUEVA. Y GENTILEZA RICARDO DE TITTO
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Los dibujos de Marcos Sastre, en “El Tempe Argentino”.
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