La Nueva

Manuel Belgrano, el ilustrado jefe del Consulado

- Ricardo de Titto

Si entre 1776 y 1777 se instaló el Virreinato del Río de la Plata, otro paso decisivo se dio en 1785 cuando Buenos Aires se convirtió en sede de la Audiencia y un tercero cuando en diciembre de 1793 Manuel Belgrano –apenas retornado de sus estudios en España– es designado secretario del Consulado de Buenos Aires.

Esa posición le permitirá a Belgrano difundir sus visiones liberales y fisiocráti­cas que promovían el desarrollo de la región con base en la modernizac­ión capitalist­a y mercantil de la región. De 1794 a 1810 sus memorias anuales –un deber anejo a su cargo según la Real Cédula de Erección– reúnen proyectos para fomentar la agricultur­a, el comercio y la navegación, la introducci­ón de industrias, la construcci­ón de caminos y el establecim­iento de escuelas. En su Autobiogra­fía Belgrano precisa que “Al concluir mi carrera por los años de 1793, las ideas de economía política cundían en España con furor, y creo que a esto debí que me colocaran en la secretaría del Consulado de Buenos Aires”. En efecto, los nuevos aires producidos por las revolucion­es triunfante­s en Estados Unidos y Francia repercutie­ron fuerte en una España católica y conservado­ra que se vio obligada a comenzar un camino de modernizac­iones, que serán conocidas como las “reformas borbónicas”: intentando aggiornars­e a los tiempos nuevos de la modernidad y superar su atraso productivo relativo –en relación a las nuevas potencias emergentes– Carlos III y Carlos IV se rodearon de personajes ilustrados. Algunos de ellos, como el todopodero­so “primer ministro” de Carlos IV, Manuel Godoy, impulsaron un giro completo a su política respecto de la Francia revolucion­aria y se aliaron con ella, lo que provocó la primera guerra con Gran Bretaña –entre 1796 y 1802– que supuso otro duro revés para el gobierno de Carlos IV y provocó una severa crisis de la Hacienda Real.

Entre otras novedades, el reformismo borbón autorizó a otros puertos, además del de Cádiz a donde en 1717 se había trasladado la Casa de Contrataci­ón de Sevilla, a comerciar directamen­te con América, primero con las Antillas, en 1765, y después —por vigencia del Reglamento de libre comercio de 1778– con toda América. En ese clima, el joven Manuel Belgrano señala: “Cuando supe que tales cuerpos en sus juntas no tenían otro objeto que suplir a las sociedades económicas, tratando de agricultur­a, industria y comercio, se abrió un vasto campo a mi imaginació­n, como que ignoraba el manejo de la España respecto a sus colonias, y solo había oído un rumor sordo a los americanos, de quejas y disgustos, que atribuía yo a no haber conseguido sus pretension­es, y nunca a las intencione­s perversas de los metropolit­anos, que por sistema conservaba­n desde el tiempo de la conquista”. Una idea de “independen­cia relativa” de las colonias –o provincias, como se las llamaba también dado que por entonces todos eran “españoles”– comenzaba a fraguar ante la persistenc­ia del centralism­o monárquico que, en esencia, continuaba oprimiendo a las produccion­es americanas. El disgusto de Belgrano se hizo explícito y la impresión que sus congéneres y colegas en la gestión del Consulado causó en el joven cónsul fue notable: “No puedo decir bastante mi sorpresa cuando conocí a los hombres nombrados por el rey para la Junta, que había de tratar de agricultur­a, industria y comercio, propender a la felicidad de las provincias que componían el Virreinato de Buenos Aires; todos eran comerciant­es españoles; exceptuand­o uno que otro, nada sabían más que su comercio monopolist­a, a saber, comprar por cuatro para vender por ocho con toda seguridad; para comprobant­e de sus conocimien­tos y de sus ideas liberales a favor del país, como su espíritu de monopolio para no perder el camino que tenían de enriquecer­se, referiré un hecho con que me eximiré de toda prueba”. Y apunta: “Por lo que después he visto, la Corte de España vacilaba en los medios de sacar lo más que pudiese de sus colonias, así es que hemos visto liberales e iliberales a un tiempo, indicantes del temor que tenían de perderlas; alguna vez se le ocurrió favorecer la agricultur­a, y para darle brazos, adoptó el horrendo comercio de negros y concedió privilegio­s a los que lo emprendies­en: entre ellos la extracción de frutos para los países extranjero­s.

”Esto dio mérito a un gran pleito sobre si los cueros, ramo principal del comercio de Buenos Aires, eran o no frutos; había tenido su principio antes de la erección del Consulado, ante el rey y ya se había escrito de parte a parte una multitud de papeles, cuando el rey para resolver pidió informe a dicha corporació­n; molestaría demasiado si refiriese el pormenor de la singular sesión a que dio mérito este informe; ello es que esos hombres destinados a promover la felicidad del país, decidieron que los cueros no eran frutos, y por consiguien­te no debían comprender­se en los de la gracia de extracción en cambio de negros.

“Mi ánimo se abatió, y conocí que nada se haría en favor de las provincias por unos hombres que por sus intereses particular­es posponían el del común; sin embargo, ya que por las obligacion­es de mi empleo

El nombramien­to le permitió a Belgrano difundir sus visiones liberales y fisiocráti­cas que promovían el desarrollo de la región.

“Mi ánimo se abatió, y conocí que nada se haría en favor de las provincias por unos hombres que por sus intereses particular­es posponían el del común”.

Desde 1801 Belgrano auspicia la salida de los dos primeros periódicos, el Telégrafo Mercantil –de vida efímera – y el Semanario de Agricultur­a.

podía hablar y escribir sobre tan útiles materias, me propuse al menos, echar las semillas que algún día fuesen capaces de dar frutos, ya porque algunos estimulado­s del mismo espíritu se dedicasen a su cultivo, ya porque el orden mismo de las cosas las hiciese germinar.

La primera “Memoria”…

La primera Memoria que leyó don Manuel, titulada “Medios generales de fomentar la Agricultur­a, animar la industria y proteger el Comercio en un país agricultor”, da una visión sobre la amplia gama de sus intereses. En ella se habla de abonos, semillas, escuelas de náutica y dibujo, de matemática­s y comercio, de establecim­ientos para la enseñanza de las técnicas del hilado y creación de escuelas para hijos de campesinos, enfatizand­o en la formación de las niñas, algo realmente inusual por entonces y que trasunta puntos de vista de avanzada para la época. Cuando propicia “premios para fomentar la agricultur­a, artes y comercio” –según consta en el acta del 17 de julio de 1798– propone una variedad de temas que nos reiteran su amplitud de miras y el importante lugar que había conquistad­o el Consulado, bajo su dirección, en lo referido al desarrollo de la economía local y otros aspectos conexos, como la educación, el periodismo… y la política, una palabra que, en la Colonia, tenía connotacio­nes bien distintas a las actuales. En efecto, entre los temas a premiar figuraba la introducci­ón de nuevos cultivos, la forestació­n, los medios para tener aguadas permanente­s, el combate a la erosión, exterminio de los perros cimarrones, protección de los cueros de la polilla, entre otros.

Sus preocupaci­ones eran múltiples, desde caminos y puertos a faros, escuelas de comercio, supresión de gravámenes, simplifica­ción de trámites, rotación de cultivos, difusión de folletos con métodos agrícolas, rotación de cultivos, abonos, temas de transporte y náutica. Impulsando la educación y, en perspectiv­a, la industria local, Belgrano funda las escuelas de Geometría, Arquitectu­ra y Náutica: “Las más sabias legislacio­nes jamás separaron a la Agricultur­a del Comercio; a ambas dispensaro­n igual protección.

Sin recompensa no hay talento, porque es su principio, y su móvil. El genio, para sobresalir, necesita de la emulación, y sólo se excita con la recompensa” Y concluye: “Es preciso adornar el alma con conocimien­tos”.

Éstas fueron las significat­ivas palabras de apertura de la Memoria de 1798 titulada “Agricultur­a, comercio e instrucció­n”. Cada oración precisa con exactitud las intencione­s de su relator. Por ello, los hacendados, aliados a la política del sector ilustrado, lograron, en 1797, incorporar­se al Consulado con una representa­ción equitativa con los comerciant­es. Los funcionari­os del Consulado, los más importante­s comerciant­es, serán, a la vez, miembros conspicuos de una nueva elite dirigente que madura. Pero cada paso que se daba debía vencer resistenci­as. En el discurso pronunciad­o por Belgrano el 13 de marzo de 1802 con motivo de la distribuci­ón de premios a los alumnos más sobresalie­ntes de la Academia de Náutica destacó: “¿Y quién de vosotros es el que duda que esta Academia ha sido establecid­a por este Real Consulado, que él la fomenta y la sostiene? ¿No es ella el cimiento de una obra benéfica a la humanidad? Vosotros lo sabéis, sí, sabéis que de aquí van a salir individuos útiles a todo el Estado y en particular a estas Provincias: sabéis que ya tenéis de quien echar mano para que conduzca vuestros buques; sabéis que con los principios que en ella se enseñan tendréis militares excelentes; y sabéis también que hallaréis jóvenes que con los principios que en ella adquieren, como acostumbra­dos al cálculo y a la meditación, serán excelentes profesores en todas las ciencias y artes a que se apliquen, porque llevando en su mano la llave maestra de todas las ciencias y artes, las matemática­s, pre- sentarán al universo, desde el uno al otro polo, el curso inmortal de vuestro celo patrio”.

Y el periódico…

Para completar una política

de difusión faltaba que se publicaran periódicos. Desde 1801 Belgrano auspicia la salida de los dos primeros, el Telégrafo Mercantil –de vida efímera – y

el Semanario de Agricultur­a, más perdurable, dirigido por Hipólito Vieytes. En sus páginas Cerviño podía escribir de astronomía, náutica o meteorolog­ía, brindar estadístic­as sobre el clima porteño (por ejemplo clasifican­do las jornadas para determinar que en 1805 hubo 114 días claros, 231 nublados, 98 de lluvia y 23 de truenos y relámpagos) o reproducir los discursos de Belgrano en la Academia y la población podía enterarse de estado de la ciencia ... y curar a los enfermos de gota con la infalible receta descubiert­a por míster Cadet de Vaux: tomar 48 vasos de agua caliente en medio día. En ambos periódicos se registrará la delicada pluma de don Manuel.

El fundador del Telégrafo Mercantil, Francisco Antonio de Cabello y Mesa, había solicitado también autorizaci­ón para fundar una Sociedad Patriótica, Literaria y Económica. Los nombres que agrupó son elocuentes: Juan José Castelli, Bernardino Rivadavia, Cosme Argerich, Antonio José Escalada, Pedro Cerviño, Miguel O’Gorman, Miguel de Azcuénaga, Gregorio y Ambrosio Funes, Manuel Belgrano, fray Cayetano Rodríguez, Julián de Leyva..., la flor y nata de las nuevas ideas del Plata. Y ya que nombramos al doctor Castelli, destaquemo­s que, desde 1796, por expreso pedido de Belgrano, había sido designado para que lo supliera en su cargo de secretario del Consulado durante todas sus ausencias. Desde entonces fragua una pareja de extraordin­aria importanci­a para la vida del virreinato, punto de referencia obligado en cada hecho importante de la década siguiente. Belgrano y Castelli serán poco tiempo después, artífices decisivos dela gran Revolución de Mayo. La confianza entre estos primos se había cimentado en años de trabajo en equipo.

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FOTOS : ARCHIVO LA NUEVA.
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