Espíritu libre y camaleónico
La carta de Juan Martín de Pueyrredón al duque de Richelieu.
Apoco de instalarse, el Congreso de Tucumán, influido por San Martín, designa Director Supremo al diputado por San Luis, Juan Martín de Pueyrredón, el primer gobernante de las Provincias Unidas que, prácticamente, culmina su mandato de tres años, todo un síntoma de estabilidad. El Congreso debía dictar una Constitución y lo hará en 1819 aunque, como impulsó la “unidad de régimen”, fue rechazada por las provincias. Tras la derrota de Napoleón, las tendencias monárquicas dominaban por entonces en Europa y, en el Río de la Plata tanto San Martín –en Cuyo y Chile–, como Pueyrredón –en Buenos Aires– y Belgrano –con el Ejército del Norte— creían que una monarquía moderada o parlamentaria al estilo inglés era la mejor forma de gobierno. ¿Unitarios o federales? Ya por entonces el debate se resolvía en los campos de batalla. El propio San Martín, en febrero de 1816 había dejado clara su posición: “Me muero cada vez que oigo hablar de federación. ¿no sería más conveniente trasplantar la capital a otro punto, cortando por este medio las justas quejas de las provincias? Pero… ¡federación!...”. La disidencia del litoral, entretanto, bajo el liderazgo de Artigas sostenía su Liga de los Pueblos Libres y asumía en sus territorios –Santa Fe, la Banda Oriental, toda la actual Mesopotamia y, al principio, también Córdoba— formas autonómicas que gozaban de la simpatía de las “patrias” o provincias sojuzgadas por provincias más importantes, como La Rioja, Catamarca, Santiago del Estero y Jujuy, que intentaron “independizarse” eligiendo gobiernos propios y fueron intervenidas por las “mayores”, a saber, Córdoba, Tucumán y Salta.
Los esfuerzos centrales estaban puestos en la Campaña a Chile y Perú que arranca con el cruce de la cordillera por el Ejército de los Andes. Impuestos extraordinarios, colectas forzosas, reclutamiento y traslado de víveres y hombres, todo... en función del triunfo de las huestes sanmartinianas; sacrificios que fueron compensados, y con creces. Poco después de cruzar la cordillera se obtuvo el triunfo en Chacabuco y, tras algún traspié –y serios peligros como tras Cancha Rayada– y otros combates menores, en 1818 la batalla de Maipú sellará el éxito de la empresa. Así, a la distancia, Pueyrredón se granjeó otra amistad imperecedera, la del general chileno Bernardo O’Higgins, también integrante e impulsor de la Logia Lautaro.
Si no es rey… que sea príncipe
El resto de las tareas de Pueyrredón como director supremo, desde ya, no fueron sencillas. Hubo de bregar por instalar cierto orden en la desquiciada economía, atendió con fuerza el tema educativo para lo que convocó a tres personalidades distinguidas, los presbíteros Saturnino Segurola, Antonio Sáenz y Domingo de Achega. Además, debió dar respuesta también a un grupo conspirativo –que incluía a Manuel Moreno (hermano de Mariano), Pazos Silva (conocido como Pazos Kanki), Jacinto Chiclana y Domingo French entre otros– que se sumó a otro, organizado por Manuel Dorrego, lo que obligó al gobierno a medidas drásticas y disponer el destierro de varios adversarios políticos, todos ellos incipientes defensores del modelo federal o confederado. Justamente por eso, varios de ellos encontrarán auxilio en la costa este de los Estados Unidos donde, incluso, se publicarán impresos cuestionando a Pueyrredón y el “monarquismo” del gobierno porteño.
El tema, una vez más, eran las divisiones políticas entre quienes buscaban refugio en algún monarca o casa real europea y quienes consideraban que debían darse pasos en pos de un sistema republicano y federativo al estilo del establecido por la constitución norteamericana. Para concretar su plan Pueyrredón había enviado emisario a Europa y una conceptuosa carta al duque de Richelieu, el 14 de marzo de 1818, en la que abogaba por que el duque Luis Felipe de Orleans, sobrino de Luis XVIII, asumiera una monarquía constitucional en el Río de la Plata. Otras gestiones se habían realizado también con la Casa de Braganza o intentando que alguna princesa de esa familia se casara con un Inca. Manuel García, Valentín Gómez y Bernardino Rivadavia –que ya había viajado antes con Belgrano– habían sido comisionados a Río de Janeiro y Europa para tal fin.
Como señala un trabajo
Pueyrredón tuvo que dar respuestas a grupos conspirativos, lo que obligó al gobierno a tomar medidas y disponer el destierro de adversarios.
del ministerio de Relaciones Exteriores: “Por cierto, el futuro de las colonias hispanoamericanas era objeto de preocupación para los miembros del gobierno francés. En 1817, el barón Hyde de Neuville, embajador francés en los Estados Unidos y fiel defensor del principio de legitimidad monárquica esgrimido por la diplomacia francesa en el Congreso de Viena y en la Santa Alianza, propuso la creación de dos monarquías constitucionales, una en Buenos Aires y otra en México. La estrategia era intentar limitar la influencia ideológica y material de los Estados Unidos y Gran Bretaña, aprovechando quizá el apoyo de la corte portuguesa, que estaba establecida en Brasil, para evitar la proliferación de repúblicas.
“El duque de Richelieu, presidente del consejo de ministros y titular de la cartera de relaciones exteriores, se mostró muy interesado por estas observaciones de Hyde de Neuville. A su juicio era menester conseguir previamente el consentimiento del rey de España. Así, creía no sólo resolver el problema de las colonias insurrectas, sino también el de la Banda Oriental, que España había sometido a la mediación de las grandes potencias.
1) Los proyectos por establecer un príncipe o monarca Borbón francés en el Río de la Plata fueron serios; solo la crisis política que subsistía en Europa y en particular en España donde la figura de Fernando VII era muy resistida, impidió que se concretara. En efecto, “no solo dentro del gobierno francés existía preocupación por el futuro de las emancipadas colonias sudamericanas. También llevó a cabo una activa campaña en favor de las mismas monseñor de Pradt –prelado y publicista galo–, quien propuso la reunión de un Congreso colonial y la intervención conciliadora de Europa para evitar la anarquía en América del Sur, región poseedora de recursos de gran necesidad para la Europa
de ese momento, que era un continente agotado por los efectos económicos y humanos de las guerras napoleónicas. Para Pradt, España ya no podía reconquistar sus colonias”. Sin embargo, como bien se apunta, “si en un primer momento este personaje propició el establecimiento de monarquías con príncipes españoles, la realidad hispanoamericana pronto lo convenció de la necesidad de apoyar a las nuevas repúblicas. En la visión de Pradt, la tendencia republicana en el Nuevo Mundo resultaba irreversible, dada la prosperidad evidenciada ya por los Estados Unidos, en contraste con una Europa sumida en permanentes guerras. Pradt tenía gran simpatía por Buenos Aires y ponderaba su acción en favor de la independencia con estas palabras: ‘Boston y Filadelfia, cunas de la libertad americana, no habéis demostrado más magnanimidad y coraje: no tenéis derecho a mayor admiración, y habrá que retiraros vuestros honores, si no se da entrada a Buenos
Aires para compartirlos con vosotros’. Esta propaganda favorable mantenía el interés del gobierno francés por el Río de la Plata. A principios de 1818 el embajador francés en Londres, marqués d’Osmond, insinuó al secretario británico de asuntos exteriores, lord Castlereagh, el nombre del príncipe de Luca para un posible trono en Buenos Aires.
2) Estas expectativas en las cortes europeas para establecer un reino en Buenos Aires se vieron rubricadas por la carta mencionada en la que el propio director supremo escribió en marzo de 1818 –el 5 de abril se consuma el triunfo patriota en Maipú– al ministro de relaciones exteriores francés. En ella Pueyrredón expresaba a Richelieu la firme resolución del Directorio del Río de la Plata de no volver a la dominación española y comentaba su esperanza de que el primer ministro francés no dudaría “en mover el Real ánimo de S. M. cristianísima para aprovechar las disposiciones favorables que han conservado siempre los habitantes por los nacionales franceses y que pudieran ver en lo sucesivo el fundamento de relaciones provechosas a ambas naciones”.
En Europa, realistas… en América, republicanos
Después de Maipú hubo un nuevo encuentro del Director con el Libertador que, enfermo, pasó una temporada en Buenos Aires. Junto a un grupo selecto de políticos y militares, en la chacra “Bosque Alegre” se pasó revista a la situación general y se ajustaron los planes antes de lanzar la expedición rumbo al Perú. El nuevo desafío implicaba preparar una armada eficaz y, nuevamente, Pueyrredón se dio a la tarea de buscar los imprescindibles fondos financieros tema que, por cierto, le hacía ganar no pocas enemistades entre gente de la burguesía porteña que veía la guerra como algo lejano... y la sentía casi como algo ajeno. Cumplida esta nueva tarea, a comienzos de 1819, pronto a cumplir sus tres años de mandato, Pueyrredón renuncia. Y así como era de “componedor” en la política, así también era de inflexible en sus decisiones. En ese mismo año de 1819 el mismo Congreso que continuaba al de Tucumán, sancionó una Constitución, centralista y promonárquica, que fue rechazada en las provincias, lo que puso fin al sistema directorial emergente de ese mismo Congreso. El Congreso, ante la reiteración del pedido, aceptó su renuncia. El 16 de junio de 1819 Juan Martín le escribe a San Martín: “Al fin fueron oídos mis clamores y hace seis días que estoy en mi casa, libre del atroz peso que me oprimía en el Palacio”. Nueva similitud de procederes: Cuando el Libertador concibió que su tarea había sido cumplida, se alejó del poder en Lima y, también, abandonó la lucha activa.
Ambos, Pueyrredón y San Martín, pasarán mayoritariamente su vejez en la lejana Francia. Y el fracasado proyecto monárquico de traer al Plata a un príncipe y futuro rey murió en muy pocos años. Derrocado el directorio por las fuerzas federales el país atravesará varias décadas de guerras civiles, “repúblicas” provinciales, intentos unitarios de retomar el poder, “confederación” liderada por Rosas… y el legajo de un monarca para el Plata quedó guardado en las carpetas de la historia como un frustrado plan pasajero.
Los proyectos por establecer un príncipe o monarca Borbón francés en el Río de la Plata fueron serios, pero la crisis en España lo impidió.
En una carta de marzo de 1818, Pueyrredón expresaba a Richelieu la firme resolución del Directorio de no volver a la dominación española.