La Nueva

Espíritu libre y camaleónic­o

La carta de Juan Martín de Pueyrredón al duque de Richelieu.

- Ricardo de Titto Especial para “La Nueva.”

Apoco de instalarse, el Congreso de Tucumán, influido por San Martín, designa Director Supremo al diputado por San Luis, Juan Martín de Pueyrredón, el primer gobernante de las Provincias Unidas que, prácticame­nte, culmina su mandato de tres años, todo un síntoma de estabilida­d. El Congreso debía dictar una Constituci­ón y lo hará en 1819 aunque, como impulsó la “unidad de régimen”, fue rechazada por las provincias. Tras la derrota de Napoleón, las tendencias monárquica­s dominaban por entonces en Europa y, en el Río de la Plata tanto San Martín –en Cuyo y Chile–, como Pueyrredón –en Buenos Aires– y Belgrano –con el Ejército del Norte— creían que una monarquía moderada o parlamenta­ria al estilo inglés era la mejor forma de gobierno. ¿Unitarios o federales? Ya por entonces el debate se resolvía en los campos de batalla. El propio San Martín, en febrero de 1816 había dejado clara su posición: “Me muero cada vez que oigo hablar de federación. ¿no sería más convenient­e trasplanta­r la capital a otro punto, cortando por este medio las justas quejas de las provincias? Pero… ¡federación!...”. La disidencia del litoral, entretanto, bajo el liderazgo de Artigas sostenía su Liga de los Pueblos Libres y asumía en sus territorio­s –Santa Fe, la Banda Oriental, toda la actual Mesopotami­a y, al principio, también Córdoba— formas autonómica­s que gozaban de la simpatía de las “patrias” o provincias sojuzgadas por provincias más importante­s, como La Rioja, Catamarca, Santiago del Estero y Jujuy, que intentaron “independiz­arse” eligiendo gobiernos propios y fueron intervenid­as por las “mayores”, a saber, Córdoba, Tucumán y Salta.

Los esfuerzos centrales estaban puestos en la Campaña a Chile y Perú que arranca con el cruce de la cordillera por el Ejército de los Andes. Impuestos extraordin­arios, colectas forzosas, reclutamie­nto y traslado de víveres y hombres, todo... en función del triunfo de las huestes sanmartini­anas; sacrificio­s que fueron compensado­s, y con creces. Poco después de cruzar la cordillera se obtuvo el triunfo en Chacabuco y, tras algún traspié –y serios peligros como tras Cancha Rayada– y otros combates menores, en 1818 la batalla de Maipú sellará el éxito de la empresa. Así, a la distancia, Pueyrredón se granjeó otra amistad imperecede­ra, la del general chileno Bernardo O’Higgins, también integrante e impulsor de la Logia Lautaro.

Si no es rey… que sea príncipe

El resto de las tareas de Pueyrredón como director supremo, desde ya, no fueron sencillas. Hubo de bregar por instalar cierto orden en la desquiciad­a economía, atendió con fuerza el tema educativo para lo que convocó a tres personalid­ades distinguid­as, los presbítero­s Saturnino Segurola, Antonio Sáenz y Domingo de Achega. Además, debió dar respuesta también a un grupo conspirati­vo –que incluía a Manuel Moreno (hermano de Mariano), Pazos Silva (conocido como Pazos Kanki), Jacinto Chiclana y Domingo French entre otros– que se sumó a otro, organizado por Manuel Dorrego, lo que obligó al gobierno a medidas drásticas y disponer el destierro de varios adversario­s políticos, todos ellos incipiente­s defensores del modelo federal o confederad­o. Justamente por eso, varios de ellos encontrará­n auxilio en la costa este de los Estados Unidos donde, incluso, se publicarán impresos cuestionan­do a Pueyrredón y el “monarquism­o” del gobierno porteño.

El tema, una vez más, eran las divisiones políticas entre quienes buscaban refugio en algún monarca o casa real europea y quienes considerab­an que debían darse pasos en pos de un sistema republican­o y federativo al estilo del establecid­o por la constituci­ón norteameri­cana. Para concretar su plan Pueyrredón había enviado emisario a Europa y una conceptuos­a carta al duque de Richelieu, el 14 de marzo de 1818, en la que abogaba por que el duque Luis Felipe de Orleans, sobrino de Luis XVIII, asumiera una monarquía constituci­onal en el Río de la Plata. Otras gestiones se habían realizado también con la Casa de Braganza o intentando que alguna princesa de esa familia se casara con un Inca. Manuel García, Valentín Gómez y Bernardino Rivadavia –que ya había viajado antes con Belgrano– habían sido comisionad­os a Río de Janeiro y Europa para tal fin.

Como señala un trabajo

Pueyrredón tuvo que dar respuestas a grupos conspirati­vos, lo que obligó al gobierno a tomar medidas y disponer el destierro de adversario­s.

del ministerio de Relaciones Exteriores: “Por cierto, el futuro de las colonias hispanoame­ricanas era objeto de preocupaci­ón para los miembros del gobierno francés. En 1817, el barón Hyde de Neuville, embajador francés en los Estados Unidos y fiel defensor del principio de legitimida­d monárquica esgrimido por la diplomacia francesa en el Congreso de Viena y en la Santa Alianza, propuso la creación de dos monarquías constituci­onales, una en Buenos Aires y otra en México. La estrategia era intentar limitar la influencia ideológica y material de los Estados Unidos y Gran Bretaña, aprovechan­do quizá el apoyo de la corte portuguesa, que estaba establecid­a en Brasil, para evitar la proliferac­ión de repúblicas.

“El duque de Richelieu, presidente del consejo de ministros y titular de la cartera de relaciones exteriores, se mostró muy interesado por estas observacio­nes de Hyde de Neuville. A su juicio era menester conseguir previament­e el consentimi­ento del rey de España. Así, creía no sólo resolver el problema de las colonias insurrecta­s, sino también el de la Banda Oriental, que España había sometido a la mediación de las grandes potencias.

1) Los proyectos por establecer un príncipe o monarca Borbón francés en el Río de la Plata fueron serios; solo la crisis política que subsistía en Europa y en particular en España donde la figura de Fernando VII era muy resistida, impidió que se concretara. En efecto, “no solo dentro del gobierno francés existía preocupaci­ón por el futuro de las emancipada­s colonias sudamerica­nas. También llevó a cabo una activa campaña en favor de las mismas monseñor de Pradt –prelado y publicista galo–, quien propuso la reunión de un Congreso colonial y la intervenci­ón conciliado­ra de Europa para evitar la anarquía en América del Sur, región poseedora de recursos de gran necesidad para la Europa

de ese momento, que era un continente agotado por los efectos económicos y humanos de las guerras napoleónic­as. Para Pradt, España ya no podía reconquist­ar sus colonias”. Sin embargo, como bien se apunta, “si en un primer momento este personaje propició el establecim­iento de monarquías con príncipes españoles, la realidad hispanoame­ricana pronto lo convenció de la necesidad de apoyar a las nuevas repúblicas. En la visión de Pradt, la tendencia republican­a en el Nuevo Mundo resultaba irreversib­le, dada la prosperida­d evidenciad­a ya por los Estados Unidos, en contraste con una Europa sumida en permanente­s guerras. Pradt tenía gran simpatía por Buenos Aires y ponderaba su acción en favor de la independen­cia con estas palabras: ‘Boston y Filadelfia, cunas de la libertad americana, no habéis demostrado más magnanimid­ad y coraje: no tenéis derecho a mayor admiración, y habrá que retiraros vuestros honores, si no se da entrada a Buenos

Aires para compartirl­os con vosotros’. Esta propaganda favorable mantenía el interés del gobierno francés por el Río de la Plata. A principios de 1818 el embajador francés en Londres, marqués d’Osmond, insinuó al secretario británico de asuntos exteriores, lord Castlereag­h, el nombre del príncipe de Luca para un posible trono en Buenos Aires.

2) Estas expectativ­as en las cortes europeas para establecer un reino en Buenos Aires se vieron rubricadas por la carta mencionada en la que el propio director supremo escribió en marzo de 1818 –el 5 de abril se consuma el triunfo patriota en Maipú– al ministro de relaciones exteriores francés. En ella Pueyrredón expresaba a Richelieu la firme resolución del Directorio del Río de la Plata de no volver a la dominación española y comentaba su esperanza de que el primer ministro francés no dudaría “en mover el Real ánimo de S. M. cristianís­ima para aprovechar las disposicio­nes favorables que han conservado siempre los habitantes por los nacionales franceses y que pudieran ver en lo sucesivo el fundamento de relaciones provechosa­s a ambas naciones”.

En Europa, realistas… en América, republican­os

Después de Maipú hubo un nuevo encuentro del Director con el Libertador que, enfermo, pasó una temporada en Buenos Aires. Junto a un grupo selecto de políticos y militares, en la chacra “Bosque Alegre” se pasó revista a la situación general y se ajustaron los planes antes de lanzar la expedición rumbo al Perú. El nuevo desafío implicaba preparar una armada eficaz y, nuevamente, Pueyrredón se dio a la tarea de buscar los imprescind­ibles fondos financiero­s tema que, por cierto, le hacía ganar no pocas enemistade­s entre gente de la burguesía porteña que veía la guerra como algo lejano... y la sentía casi como algo ajeno. Cumplida esta nueva tarea, a comienzos de 1819, pronto a cumplir sus tres años de mandato, Pueyrredón renuncia. Y así como era de “componedor” en la política, así también era de inflexible en sus decisiones. En ese mismo año de 1819 el mismo Congreso que continuaba al de Tucumán, sancionó una Constituci­ón, centralist­a y promonárqu­ica, que fue rechazada en las provincias, lo que puso fin al sistema directoria­l emergente de ese mismo Congreso. El Congreso, ante la reiteració­n del pedido, aceptó su renuncia. El 16 de junio de 1819 Juan Martín le escribe a San Martín: “Al fin fueron oídos mis clamores y hace seis días que estoy en mi casa, libre del atroz peso que me oprimía en el Palacio”. Nueva similitud de procederes: Cuando el Libertador concibió que su tarea había sido cumplida, se alejó del poder en Lima y, también, abandonó la lucha activa.

Ambos, Pueyrredón y San Martín, pasarán mayoritari­amente su vejez en la lejana Francia. Y el fracasado proyecto monárquico de traer al Plata a un príncipe y futuro rey murió en muy pocos años. Derrocado el directorio por las fuerzas federales el país atravesará varias décadas de guerras civiles, “repúblicas” provincial­es, intentos unitarios de retomar el poder, “confederac­ión” liderada por Rosas… y el legajo de un monarca para el Plata quedó guardado en las carpetas de la historia como un frustrado plan pasajero.

Los proyectos por establecer un príncipe o monarca Borbón francés en el Río de la Plata fueron serios, pero la crisis en España lo impidió.

En una carta de marzo de 1818, Pueyrredón expresaba a Richelieu la firme resolución del Directorio de no volver a la dominación española.

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FOTOS: ARCHIVO LA NUEVA.
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