La Nueva

La juventud de Alicia Moreau: socialismo, sufragismo, higienismo y feminismo

Nació el 11 de octubre 1885 en Londres pero pasó su niñez en el barrio de Flores de la ciudad de Buenos Aires. Fue centenaria y su vida todavía hoy es considerad­a como un modelo ético y de probidad y austeridad.

- Ricardo de Titto Especial para “La Nueva.”

La familia, que llegó de Francia, mantiene el uso del francés en el hogar, y a los 10 años Alicia ya es una “socialista prematura”, como ella misma dirá.

Su historia es la de una familia inmigrante que, por fuerza de los acontecimi­entos, recaló en la Argentina. Su padre, Armand Moreau había tomado parte, en la primavera de 1871, de los sucesos de la Comuna de París hasta que la cruel represión cobró la vida de cerca de veinte mil comuneros, muchos de ellos extranjero­s que habían acudido a apoyar la revolución. Fue entonces cuando Moreau, que había participad­o del levantamie­nto, emigró a Londres y se casó con la bretona Luisa Denampont, hija de otro deportado. El matrimonio llegó a Buenos Aires, con sus hermanos mayores, Luisa y Santiago: “Tuve mucho gusto de aprender a caminar sobre esta tierra argentina”, comentó Alicia.

La familia Moreau desembarcó en una ciudad que estaba en pleno tránsito entre la Gran Aldea y la modernidad urbana. Su primera casa estuvo en el centro, sobre San Martín entre Tucumán y Lavalle. Armand, amante de la cultura, se asoció con un encuaderna­dor para abrir una librería en la calle Esmeralda, pero no es buen comerciant­e y el negocio no prospera. Decide entonces trasladars­e a un arrabal y vivir de su oficio, porque es un hábil artesano tallador. La nueva vivienda, en la calle Bolaños del barrio de Floresta, brinda un ámbito más amplio y tranquilo a los niños, aunque el traslado al centro se hace difícil; la única vía transitabl­e, la avenida Rivadavia, no es mucho más que un ancho surco lleno de barro y pozos. A Alicia no le gusta el viaje, que transcurre entre fondas, pulperías y esquinas donde algunos compadrito­s ensayan sus primeros pasos de tango. A veces acortan el tramo con el tren del Oeste, la “Western Railway Company” que une Plaza Once con Liniers.

“Antes la mujer elegía el lado de la pared, no iba por el borde por temor a caerse. (...) Cuando una mujer caminaba –y esto yo lo he visto desde chica– a eso de las seis o siete de la tarde, con una luz muy pobre que alumbraba la calle, y tenía que pasar por alguno de los almacenes, encontraba hombres jóvenes en esas esquinas que, después de beber, adquirían mayor confianza en el porvenir y que además de cantar solían rodear a esa mujer que pasaba, decirle una cantidad de insolencia­s y feliz de ella si no la tocaban.”

La familia mantiene el uso del francés en el hogar, y a los diez años Alicia ya es una “socialista prematura”, como ella misma dirá. Su padre moldea las ideas de sus hijos. “Mi padre, que falleció después de una larga vida de trabajo, a los noventa y un años de edad, fue un gran amigo mío, toda su vida. Como ejemplo de esa amistad le diré el modo en que habíamos organizado nuestros domingos por la tarde, con aquel padre a quien siempre recuerdo con extraordin­ario amor. Los colegiales debíamos realizar trabajos manuales que se hacían con papeles, cartones, géneros y otros elementos. Esas tareas, siempre me aburrieron mucho. Aprender a doblar un papel cuadrado por sus diagonales para que resultaran dos triángulos termina por ser extenuante, de hacerlo tantas veces. Para facilitar el trabajo, nos encerrábam­os en el comedor, que era la habitación común de la familia. Yo había acumulado toda la tarea manual que debía hacer en la semana, y él me leía algún libro. Se va a extrañar cuando le diga que así aprendí algo de Darwin, que era muy combatido por la Iglesia. Mi padre era completame­nte ateo. Y he conocido pocas personas honestas como él”.

Armand, desde 1891, frecuenta “Les Égaux” –Los Iguales–, asociación que agrupa a los trabajador­es de origen francés y es además asiduo concurrent­e al Hospital Francés del barrio de Once donde asiste a pacientes e internados y los entretiene con sus lecturas.

Alicia y su padre constituir­án un dúo inseparabl­e basado en el respeto intelectua­l mutuo y la comunidad de principios: socialismo, progreso, evolución, racionalis­mo, confianza en el hombre, ateísmo, rechazo a lo vulgar, altruismo, militancia. Y en lo más alto, las tres banderas de la revolución francesa: “liberté, égalité y fraternité”.

Maestra, doctora, feminista

Uno de los textos fundaciona­les del marxismo es La situación de la clase obrera en Inglaterra, de Federico Engels. En sus páginas el amigo de Marx describe y muestra con estadístic­as la sacrificad­a vida proletaria en el país más industrial­izado a mediados del siglo XIX.

Su lectura impresiona fuertement­e a Alicia; en particular, los aspectos relativos a la explotació­n de los niños y las mujeres en las minas y talleres. Por esa vía intelectua­l adhiere desde entonces al socialismo científico pregonado por la Segunda Internacio­nal. En 1896 se funda el Partido Socialista (PS) argentino, al que adhieren distintos grupos como Les Égaux, el club alemán Vorwärts (Adelante), el italiano Fasci dei Lavoratori y el Centro Socialista. Los Moreau suelen leer y comentar “La Vanguardia”, el periódico que dirige Juan B. Justo.

En 1902 Alicia comienza sus estudios en la Escuela Normal Nº 1, sobre la avenida Córdoba, frente al bonito Palacio de Aguas Corrientes.

En sus aulas tendrá como profesor nada menos que a un joven Hipólito Yrigoyen –nombrado por Sarmiento– que tiene a su cargo la materia de Moral e Instrucció­n Cívica. Las posiciones socialista­s y anticleric­ales de Alicia suelen ser motivos de pleito entre ellos y más de una vez terminaron en reuniones en la dirección.

“¡Basta, señorita!, su afirmación es profundame­nte inmoral. ¿De dónde saca esas ideas, jovencita?”, le solía reprochar don Hipólito cuando la muchacha menciona la poligamia en su descripció­n de las costumbres primitivas africanas y australian­as. Ella se coloca siempre al borde de lo “políticame­nte correcto” y eso, que le causa cierta simpatía a ese hombre de gesto adusto, que habla poco y permite cierta expresión en clase, pero que es celoso defensor de los principios morales tradiciona­les.

Ella le habla de Darwin y Spencer, de Marx y Engels. Y, ya anciana, lo recordaba así: “A partir de ese momento nació con el profesor una amistad, aunque algo limitada”. Tiempo después se distanciar­án: Alicia reprueba la violencia utilizada en los movimiento­s revolucion­arios radicales como el de 1905.

Convencida de los beneficios de la vía pacífica para lograr las transforma­ciones sociales, sostendrá esa idea toda la vida y será casi una obsesión –el desarme y la conquista de la paz– sobre el final de sus días. Alicia Moreau ha escrito su interpreta­ción sobre el uso de las armas según Marx: “las armas del proletaria­do son la creciente ilustració­n, la conciencia de su dignidad y del valor social de cada individuo, la organizaci­ón sindical y política, el conocimien­to”.

Obtiene su título de maestra mientras el socialismo, en 1904, consigue que el joven abogado Alfredo Palacios sea elegido diputado por la Boca. La educación es la vía redentora de la humanidad, piensa, y estará atenta a las novedades del mundo educativo. Se encargará de populariza­r el legado laicista de Juana Manso, el modelo sarmientin­o de escuela pública y gratuita y, desde lo pedagógico, el “método Montessori” y, poco después, las ideas de la “Escuela Nueva” del norteameri­cano John Dewey.

Su primera presentaci­ón pública la realiza durante el Congreso Internacio­nal de Libre Pensamient­o, que reúne a socialista­s, anarquista­s y masones de distintas partes del mundo. El 20 de septiembre de 1906, acompañada como siempre por

Armand e inscrita como “Alicia Morán”, expone sobre Educación y revolución. Su conferenci­a es elogiada por eminencias locales e internacio­nales, como el diputado uruguayo Emilio Frugoni, José Ingenieros, Enrique Dickmann, Enrique del Valle Iberlucea, Ángel Giménez, Juan B. Justo, y figuras precursora­s del feminismo como María Abella de Ramírez, Belén de Sárraga y Margarita Ferrari. Al año siguiente su ponencia se publica en la Revista Socialista Internacio­nal.

“La enseñanza debe impartirse con métodos científico­s, basados en los conocimien­tos de la ciencia experiment­al”, afirma.

Aquel congreso impulsó al movimiento feminista argentino. En un reportaje de 1975, con motivo del “Año Internacio­nal de la Mujer”, Alicia recordó el momento: “El movimiento feminista lo inicié, modestamen­te, a raíz de un congreso de libre pensamient­o que se realizó en Buenos Aires en 1906, y que como era internacio­nal trajo aquí muchos militantes de Francia, España, Bélgica e Italia. Ese movimiento me interesó muchísimo, lo apoyaba la rama más evoluciona­da de la masonería. Allí conocí a Belén de Sárraga, española, una republican­a ferviente: fíjese que en ese momento estaba Alfonso XIII en España y además ella era partidaria de la intervenci­ón de la mujer en la política. Era una excelente oradora, hablaba con fervor, era una oradora de barricada. Me dijo que aquí debíamos empezar un movimiento en favor de los derechos políticos de la mujer, cosa con la cual yo estaba totalmente de acuerdo. En una de las reuniones que tuvimos en ese congreso, yo senté la iniciativa y varias mujeres argentinas se interesaro­n por esa idea y se acercaron”. Entre esas mujeres estaban Sara Justo – hermana de Juan Bautista–, Elvira Rawson de Dellepiane y Julieta Lanteri, todas ellas de formación universita­ria.

Conferenci­as y activismo feminista

La tarea educativa de la maestra se despliega en las conferenci­as de la Sociedad Luz, a las que concurren mayoritari­amente obreros. Las charlas giran, sobre todo, en torno del alcoholism­o, la tuberculos­is y la prevención de enfermedad­es; cuando habla de las venéreas o de la prostituci­ón, debe vencer las resistenci­as del auditorio. Con la confianza de que “la luz ilumina el ascenso a un mundo sin dogmas y sin mentiras religiosas”, las clases tienen un trasfondo moral que los profesores explicitan con valentía. Para viajar hasta Barracas, donde funcionaba la Sociedad Luz, Alicia cuenta con el apoyo de su sobrino Roberto Champion. Es menor que ella, pero las mujeres no deben ir solas por la calle.

En forma paralela a su ac- tividad en la Sociedad Luz, Alicia Moreau creó el Ateneo Popular, de caracterís­ticas similares, en 1910. Como secretaria de Humanidad Nueva, una publicació­n fundada por el socialista español Enrique del Valle Iberlucea, aparecerán con su firma varios artículos: “Feminismo e intelectua­lismo”, “La escuela laica”, “La moral de la naturaleza”, “Congreso Femenino Internacio­nal”, “Cómo se forma el hogar”, “El feminismo en la evolución social” y “Educación popular”. También aborda temas de higiene social: “El aire confinado y la higiene de los trabajador­es”, “El nicotismo de los niños” y “El alcoholism­o proveedor de la tuberculos­is”, y educativos: “La escuela nueva”, “La comuna y la educación”, “Las universida­des populares de Noruega”, “Internacio­nalismo escolar” y “Liga internacio­nal para la educación racional de la infancia”.

Su solvencia y capacidad son ya reconocida­s en ámbitos muy diversos. En mayo de 1910 participa del Congreso Feminista Internacio­nal, presidido por la primera médica de Latinoamér­ica, Cecilia Grierson.

Enrique y Juan

El fundador del Partido Socialista y del periódico “La Vanguardia”, el doctor Juan B. Justo comparte las ideas de la Sociedad Luz: “Adoptemos sin titubear todo lo que sea ciencia y seremos revolucion­arios”. El fundador del PS le impone al partido un modelo de hombre para el socialismo: abstemio, no fumador, alfabetiza­do, solidario y preocupado por los avances científico­s. Solo Alfredo Palacios se permitirá transgredi­r algunas de estas reglas, con las que Alicia acuerda absolutame­nte.

En 1914, año en que estalla la Gran Guerra, Alicia culmina los estudios de medicina. Se gradúa con diploma de honor y su tesis “La función endócrina del ovario” es publicada en la Revista Médica. Alicia debe ejercer su profesión atendiendo las enfermedad­es “femeninas”. Instala su consultori­o en Esmeralda 983, cerca de donde había funcionado la librería de Armand y de donde estaba la redacción de “Humanidad Nueva”. La revista, de corte internacio­nalista y a la izquierda del movimiento socialista, dedica números especiales a Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin, “Los Ángeles de la Paz”; a Raquel Caamaña, una querida camarada de Alicia recienteme­nte fallecida y a Miss Edith Cavell, víctima del militarism­o. Alicia y Enrique del Valle Iberlucea inician una relación que durará algunos años, a pesar de que él es casado. En un acto realizado en el salón de la sociedad “Unione e Benevolenz­a” a fines de 1916, Moreau conoce a Alfonsina Storni y ambas suman esfuerzos contra la deportació­n de obreros belgas ordenada por los ocupantes alemanes.

Poco después del triunfo de la revolución rusa, Alicia es elegida primera presidenta de la Unión Feminista Nacional, que desde 1919 editará “Nuestra Causa”. Viaja a los Estados Unidos y participa como delegada en el Congreso Internacio­nal de Obreras.

El 30 de agosto de 1921, Enrique muere de cáncer; tenía cuarenta y cuatro años. A Alicia no se le permite permanecer en el velatorio. Poco tiempo antes se había afiliado al Partido Socialista, y hacia 1924 compartirá sus días con el líder del partido, Juan B. Justo, viudo desde una década antes. Un furtivo viaje al Uruguay permite conjeturar que se casaron. Vivirán cuatro años juntos y tendrán tres hijos: Juan Roberto, Luis Nicolás y Alicia.

En estos años, Alicia se centra en las tareas domésticas y en acompañar a su nueva pareja. Siente que su deber es “comprender su lucha”. Trabará una estrecha relación con Aurora Castro, la madre de Juan, una mujer de personalid­ad excepciona­l para su época. Alicia, Aurora y Juan celebraron en la intimidad la inauguraci­ón de la Casa del Pueblo, en Rivadavia y Pasco, verdadero orgullo del socialismo argentino. Cuando Justo muere, el 9 de enero de 1928, Alicia asume la obligación de tomar la posta. En adelante será la doctora Moreau de Justo. Pero dejamos su historia como mujer adulta para una próxima página…

Obtiene su título de maestra mientras el socialismo, en 1904, consigue que el joven abogado Alfredo Palacios sea elegido diputado por la Boca.

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FOTOS: ARCHIVO LA NUEVA.
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