Suipacha, el primer triunfo patriota
La primera expedición auxiliadora al Alto Perú tuvo su bautismo de fuego el 27 de octubre de 1810 en Cotagaita con resultado desfavorable. Pero rápidamente se escribiría la primera página heroica del ejército revolucionario.
l ejército enviado por la Primera Junta tenía como cabeza al mayor general Antonio González Balcarce quien, tras la derrota sufrida, ordenó retroceder hacia Tupiza, marcha en la que, felizmente, no fueron acosados por la vanguardia realista.
Sin embargo, el 5 de noviembre las fuerzas comandadas por el coronel José de Córdoba y Rojas --más de mil hombres, reforzados con tropas veteranas de fusilería y artillería--, comenzaron su despliegue hacia Tupiza en busca de los “insurrectos”. El general Vicente Nieto --que será fusilado poco después—movilizó personal desde distintos puntos, como Oruro, Charcas y La Paz. Ante ese avance González Balcarce dispuso desalojar el pueblo para po- sicionarse en Nazareno, un paraje vecino al río Suipacha, donde recibió refuerzos provenientes de Jujuy, unos 200 hombres comandados por el teniente coronel Matías Balbastro. Con ellos, para
Efelicidad de los movilizados, llegaron además dos piezas de artillería y municiones… y los caudales para la paga de las tropas.
El jefe español, entretanto, suponía a los patriotas desorientados y con la moral baja. Aunque los realistas tenían cuatro cañones contra dos de los americanos, sin embargo, en el terreno cuantitativo, los dos ejércitos reunían un número similar de entre 800 y 1000 soldados.
Ardides exitosos
El 7 de noviembre de 1810 las respectivas vanguardias se avistaron pero el buen tino de González Balcarce –que decidió ocultar entre los bosquecillos y cerros vecinos gran parte de su infantería y artillería-resultaría un movimiento táctico muy favorable
Tras “medir fuerzas” por varias horas González Balcarce adelantó un escuadrón y abrió fuego con sus cañones lo que forzó a Córdoba a responder, aunque intentó limitarse a acciones de guerrilla frente a lo cual –en otro acto simulado—los patriotas iniciaron una especie de desordenada retirada.
Córdoba cayó en la trampa y ordenó perseguirlos con todas sus tropas hasta las proximidades de una quebrada donde –de modo inesperado para los realisrealista tas—estaban acantonadas y ocultas las tropas de infantería y la artillería. La sorpresa fue mayúscula y la emboscada resultó un éxito fulminante: el ejército se dio a la fuga en completo desquicio y fueron perseguidos con toda saña y fiereza por el ejército auxiliar.
El combate no duró más que media hora y los derrotados abandonaron en el campo de batalla armas, municiones, banderas y tambores, además de 10.000 pesos en plata y víveres. Los fríos números atestiguan que Suipacha fue un triunfo en toda la línea: mientras los patriotas tuvieron un solo muerto y unos 12 heridos, los españolistas tuvieron más de cien bajas contabilizando 40 muertos. Además se hicieron
Es tiempo, de que penséis en vosotros mismos, desconfiando de las falsas y seductivas esperanzas, con que creen asegurar vuestra servidumbre. No es otro el espíritu del virrey del Perú. [...] Jamás dudéis, que mi principal objeto es libertaros de su opresión, mejorar vuestra suerte, adelantar vuestros recursos, desterrar lejos de vosotros la miseria, y haceros felices en vuestra patria. Para conseguir este fin, tengo el apoyo de todas las provincias del Río de la Plata, y sobre todo de un numeroso ejército, superior en virtudes y valor a ese tropel de soldados mercenarios y cobardes, con que intentan sofocar el clamor de vuestros derechos los jefes y mandatarios del virreinato del Perú.
5 de febrero de 1811 prisioneros 150 enemigos.
Güemes y los norteños
Junto con las tropas provenientes de Buenos Aires –que no alcanzaban los 300 hombres—es de hacer notar la importancia de la recluta de soldados de la región, buenos conocedores del terreno. En efecto, fueron de la partida combatientes salteños, jujeños, cinteños, tarijeños y un grupo de caballería de Tupiza.
De entre ellos destaca la figura de un capitán que, al mando de 150 tarijeños, cumplió la orden emanada por el representante de la Junta, Juan José Castelli, de ocupar la cabeza de Cinti, en la provincia de los Charcas. En efecto, la disposición, firmada el 9 de noviembre tuvo como protagonista a Martín Miguel de Güemes.
El salteño tenía instrucción precisa de “apresar al subdelegado y comandante militar Pedro Cabrera y a su antecesor Gregorio Barros, secuestrar sus bienes e interrogar sobre el tesoro del presidente Nieto”. La tarea encomendada incluía “limpiar” la zona de malos vecinos, recoger armamentos y víveres, nombrar un nuevo subdelegado e intentar capturar a los pró
El 5 de noviembre las fuerzas comandadas por el coronel José de Córdoba y Rojas comenzaron su despliegue hacia Tupiza