Unos 130 sets diferentes fueron planeados
Wes Anderson sabe explotar lo suficiente su dominio de simetrías kubrickianas, el uso del color y blanco y negro.
Tres. La película llega tres años después de la animada "Isla de perros" (2018) para reavivar sus pulcros cuadros -que implicaron la construcción de unos 130 sets diferentes planeados por Adam Stockhausen-, con cambios en el formato de las imágenes y un montaje rápido puesto al servicio de un retrato gracioso, tierno y con buenas dosis de nostalgia.
Amor. Es decir, algo que el propio Anderson describió en declaraciones a la prensa tras confirmar la producción como "una carta de amor a los periodistas", según fuentes oficiales cercanas al director. bienvenida cuota de entretenimiento y aventura la trilogía de capítulos con el repaso de un preciso artículo de la pluma del crítico culinario Roebuck Wright (Wright, en uno de sus más destacados papeles) sobre su fortuita participación en un episodio de puro suspenso protagonizado por el teniente Nescaffier (Park), un chef de comisaría devenido en héroe durante un alborotado secuestro.
Se trata de una historia que se desenvuelve a través de todas las características que el director de "Los excéntricos Tenenbaum" (2001) y "Vida acuática" (2004) cultivó desde sus inicios en el rubro a mediados de los 90. Insistente pero cumplidor, sus métodos ya le valieron siete nominaciones en los premios de la Academia de Hollywood y el máximo Globo de Oro por "El gran hotel Budapest" (2014), y en esta nueva entrega los pone todos en funcionamiento y en simultáneo.
Quizás permitiéndose esta ambiciosa síntesis de recursos para marcar el que es su filme número diez, Anderson -de alguna manera en sintonía con la frase del Howitzer Jr. de la cinta- muestra más que nunca antes sus universos como si los hubiera filmado así "a propósito": no oculta que son un artificio, con perspectivas exageradas, paletas limitadas y un abanico de personalidades socialmente incómodas que dicen más de lo que aparentan sobre las pasiones, sentimientos y comportamientos humanos.
Aunque el uso de sus recetas también tiene sus detractores que le endilgan falta de frescura, en "La crónica francesa" el cineasta sabe explotar lo suficiente su dominio de las simetrías kubrickianas, el uso del color y el blanco y negro y los acercamientos caricaturescos sobre las que se desliza la serie de lindas secuencias.