Sarmiento y Alberdi, arquitectos que discuten sobre planos
En la entrega anterior comentamos la extraña curiosidad de la Argentina naciente como República que tuvo su principal discusión sobre el futuro orden constitucional… en territorio chileno. Luego del furibundo intercambio entre Sarmiento y Alberdi de 1853,
l legado de la presidencia de Sarmiento significaba una mochila muy pesada para cualquier sucesor, en su caso, el joven tucumano Nicolás Avellaneda, que había sido su ministro de Educación y Justi- cia. Don Domingo vuelve “al llano” y, en 1875 ejerce nuevamente como director general de Escuelas de la provincia y, a la vez, senador nacional por San Juan, banca que ocupa hasta
Eoctubre de 1879, cuando por un breve período es ministro del Interior, en reemplazo de Bernardo de Irigoyen.
El propio Sarmiento le escribe a Victorino Lastarria, ministro del Interior de Chile: “Descendí del alto puesto aquí y volví a ser el mismo Fígaro de antes, lo que será de buen ejemplo y citado en las historias, como el amo decía a Sancho. Fui nombrado senador y mayor de escuela, por dos provincias distintas y con una manita que de vez en cuando pongo o doy a los diarios y buenos y deliciosos días que paso en mi isla Procida del Paraná, mi creación fantástica”. La pasión seguía, sin embargo, siendo una misma.: “Yo amo (a mi país), como se ama el potro de la pampa, bravío, fuerte, inseguro y ligero como el viento”.
Lo afirmaba con la seguridad propia de quien desde joven se destacara como jinete avezado, con miles de leguas recorridas. Por su predicamento, entretanto, se sancionó la Ley 817 de Inmigración y Colonización que abrió las puertas del país a millones de euroles peos y asiáticos que poblarán nuestras pampas en las décadas siguientes.
En ese marco, hacia finamaestro de la década del setenta, se comenzó a especular con que Sarmiento podía ser una alternativa al naciente
“roquismo”, que se apoyaba en una malformada “liga de gobernadores”, lo cual traía a la memoria las estructuras oportunistas de los años de Rosas, negando el espíritu republicano y verdaderamente federal que emanaba de la Constitución Nacional.
Su nombre comenzó a sonar como presidenciable, y no por nada aquella efímera candidatura alternativa contó con el apoyo de posteriores “cívicos radicales”, como los republicanos Leandro Alem, Hipólito Yrigoyen y Aristóbulo del Valle.
Estos muchachos, junto con otros, incluidos los referentes del catolicismo José M. Estrada y Pedro Goyena y jóvenes intelectuales liberales como Aristóbulo del Valle, Lucio V. López, Miguel Cané y Delfín Gallo, entre otros, supieron organizar un acto en la puerta de su casa para respaldarlo.
Ellos admiraban a los hombres de la generación anterior que había entendido la política como un desafío ético y no como una carrera para el enriquecimiento personal de los funcionarios, habiendo hecho culto del compromiso público y la austeridad.
La crisis política se incubaba. En 1879 Avellaneda nombra Ministro al sanjuanino aunque su paso resultó más que efímero -apenas poco más de un mes- limitado casi a tratar de impedir el ascenso de Roca al poder. Se impuso por goleada la alianza tejida por Roca y los gobernadores.
Sarmiento vivió el episodio como una derrota personal pero más aún como un serio alerta ‒un pésimo signo‒ de los nuevos tiempos que se avecinaban. Evidentemente, algo estaba cambiando en el país y los hombres como Sarmiento o el propio Mitre, que fustigaba desde La Nación, aunque mantuvieran influencia y se consideraran sus opiniones, ya no eran los indicados para las elites gobernantes, apoltronadas desde 1882 en los salones suntuosos del Jockey Club, donde se tramaba en reuniones de “notables” la nueva orientación de la po
En 1874, Domingo Faustino Sarmiento deja la presidencia y vuelve a ejercer cono Director General del Escuelas de la provincia.
lítica nacional.
Por si fuera poco, además, los cerriles bonaerenses se alzarían de la mano de Carlos Tejedor para enfrentar el proceso de federalización de la ciudad de Buenos Aires y, produciendo fuertes combates en la zona de Barracas, obligaron al gobierno a abandona la Casa Rosada y trasladarse a Belgrano (donde ahora funciona el Museo Histórico Sarmiento, frente a la iglesia conocida como “Redonda”).
El abrazo de los arquitectos
Como señalamos en el artículo anterior, Alberdi y Sarmiento continuaban discrepando sobre el camino de construcción institucional. La “república del interés” pregonada por el tucumano se sintetizó en una de sus frases: “Es el progreso material el que lleva al progreso moral y no viceversa”.
Sarmiento, por el contrario, insistía en que sin ética política y moral pública el progreso material sería un puro espejismo pasajero, deriva en la codicia y la corrupción.
Porque, en su concepto, el verdadero progreso material residía en la educación. Si el interés alberdiano se ajustaba a una república verdadera (que ahora parecía encarnar Roca), la que pregonaba Sarmiento subrayaba la importancia de trabajar por la república posible, aquella que se basara en la ética republicana, esto es, la república de la virtud cuya base no solo está en las escuelas sino también en la industria porque ambas, generan la disciplina en la sociedad, que es imprescindible para alcanzar metas como nación.
Un pueblo con base rural, insistía Sarmiento, estaba incapacitado para
Con pensamientos encontrados, Alberdi y Sarmiento continuaban discrepando sobre el camino de construcción institucional.
construir ciudadanía “soberana”. Por eso mismo repetía que “el error fatal de la colonización española en la América del Sur, la llaga profunda que ha condenado a las generaciones actuales a la inmovilidad y al atraso, viene de la manera de distribuir las tierras”. Sin propiedad no habría ciudadanía y lo que el roquismo prometía –incluyendo desde ya su ofensiva sobre el “desierto”– era latifundismo lo que, en lugar de democracia significaría el gobierno de una oligarquía terrateniente.
Tras su consigna: “¡Alambren, no sean bárbaros!”, se escondía la formulación de un modelo de país basado en la pequeña propiedad y la expansión de la agricultura y la industria que le agregar valor a los cultivos.
El reencuentro con Alberdi
Retomando la polémica Sarmiento-Alberdi, la pregunta que no deja de repiquetear es una y sencilla: ¿es posible acaso un régimen democrático sin igualdad social? El encuentro –y los choques previos entre ellos– los he titulado en mi Yo, Sarmiento con una frase: “Dos viejos galanes, una misma novia”.
En efecto, cuando tras un larguísimo exilio voluntario don Juan Bautista retornó a Buenos Aires un periódico comentó que, pasados tantos años ‒uno nacido en el año 10 y el otro en el 11‒ “se habían mostrado como viejos amigos”. El sanjuanino por su lado resaltó que tendría “con quien discutir y cuanto más elevada la discusión todos saldremos ganando”.
En la visión sarmientina la presencia de Alberdi se explicaba perfectamente: el año 80 consolidaría definitivamente un modelo de Estado nacional.
Sin embargo, los titanes de la pluma se confundieron en un abrazo en el propio escritorio del Sarmiento-ministro porque, alertado de su llegada, no tuvo dudas en invitarlo a compartir una charla de inmediato y él respondió visitándolo la misma tarde de su arribo. La emoción dominó el encuentro de modo