La masonería
La cuestión masónica ha dejado mucha tela para cortar. Por un lado, es sabido que muchos de los que figuran en la galería de próceres fueron iniciados masones; por otro, eso suena a veces como un estigma de perfiles poco claros, difusos, confundido con la idea de que hubieran conformado un grupo conspirador y sórdido, con intereses de logia colocados por encima de los de la patria. Es preciso destinar algunos párrafos a esta cuestión.
“La temática ‒precisa Emilio Corbiére‒ pertenece a una cosmogonía filosófica, que incluye incursiones en la antropología, las religiones, el misticismo y, a la vez, en las ciencias duras, las ideas racionalistas y el análisis del poder político, es decir, las ciencias sociales e históricas.
Para ello hay que toparse con un peculiar plexo valorativo expresado en símbolos, ritos, concepciones, corrientes a veces contrapuestas, realidades locales, situaciones históricas, leyendas, mitologías y cuerpos doctrinarios por demás complejos, los que, a primera vista, parecen anacrónicos o, por lo menos, distintos”.
El estudioso ‒de tendencia socialdemócrata‒ destaca la heterogeneidad de integrantes de las fraternidades masónicas y, sin ir más lejos, en la Argentina se observa que en ella convergen hasta enemigos políticos como José Hernández y Sarmiento, que por los periódicos o en ámbitos legislativos se fustigaban con dureza, lo mismo que conservadores como Pellegrini y radicales como Alem. Y este no es un fenómeno local, ya que en todo el mundo los masones reúnen amigos y opuestos, sin distinción. Hasta se ha dado el caso de que hubiera en una misma logia un presidente constitucional y un general golpista que lo haya derrocado. En este sentido, en Centroamérica hay dos casos notables: Jacobo Arbenz, presidente de Guatemala y su destituyente Castillo Armas eran masones; también lo fueron Augusto César Sandino, el guerrillero nicaragüense y el dictador Anastasio Somoza.
O sea, aunque la filiación masónica implica adhesión a principios republicanos y democráticos, los ha habido de todos los colores políticos, a excepción, desde ya, de los católicos ultramontanos, sus enemigos declarados.
Cabe aclarar, entonces, que los principios que guían la asociación son la responsabilidad personal y el sostén de ideas superiores, por encima de la bagatela política cotidiana. La masonería, de cualquier modo, no reniega de la lucha política sino que deja a sus miembros en total libertad de acción al respecto. De allí entonces que, entre los presidentes de la francmasonería local ‒que funciona desde viejas épocas en su antigua sede de la calle Cangallo (actual Juan D. Perón)‒, se encuentren personajes de la talla de Vicente Fidel López ‒que presidió la Gran Logia entre 1879 y 1880‒, Leandro N. Alem, que sucedió en ese cargo a Sarmiento, entre 1883 y 1885, y el ex presidente Bartolomé Mitre, que ejerció esa jerarquía entre 1893 y 1894.