La Nueva

La rebelión comunera de 1774, una página olvidada de nuestra historia

Cuando todavía no se había fundado el Virreinato del Río de la Plata un grupo de criollos de Villa de Pocho, en Traslasier­ra, del actual norte cordobés, proclamó que, en adelante, no serían gobernados por “ningún europeo”. Hay quienes sostienen que esa fe

- Ricardo de Titto

a historia es casi desconocid­a, pero ha podido revelarse gracias a que el Archivo Histórico de la Provincia conserva valiosos testimonio­s de aquella protesta libertaria, en particular, un petitorio escrito por los rebeldes con sus demandas al Cabildo cordobés, sede del poder político colonial de la región.

Por eso, al pasar por el lugar no deja de sorprender la vista de un cartel que recuerda aquel hecho en el que un grupo de criollos de Villa de Pocho destituyó a José de Isasa, la máxima autoridad virreinal de la zona –Córdoba del Tucumán integraba aún el Virreinato del Perú con capital en Lima y Real Audiencia en Charcas–, y proclamó su voluntad de que el gobierno lo ejercieran los propios americanos.

Es de destacar que este

Lreclamo se anticipó, incluso, al que realizará poco después Túpac Amaru II cuando encabece, en 1780, la mayor rebelión independen­tista en tierras del Perú y ser reconocido como el primero en pedir la libertad de toda Hispanoamé­rica de cualquier dependenci­a, tanto de España como de su monarca, implicando esto no solo la mera separación política sino la abolición de los impuestos (como la mita minera, el reparto de mercancías y los obrajes), decretando además el fin de la esclavitud negra por primera vez en la misma Hispanoamé­rica.

Se calcula en cerca de doscientos criollos el número de quienes se rebelaron en Pocho bajo la denominaci­ón de “el común”. Los vecinos asentaron en un papel una serie de condicione­s entre las que se contaban el desplazami­ento de De Isasa y el rechazo a ser gobernados por euro- peos; también pedían terminar con impuestos abusivos que cobraba la corona, el pago de una retribució­n cada vez que estuvieran al servicio de las tropas reales y el perdón de

Al pasar por el lugar no deja de sorprender la vista de un cartel que recuerda el Pacto de los Chañares de 1774, conocido como la Rebelión del común.

autoridade­s por la rebelión, entre otras demandas.

Fue la escritora Isabel Lagger quien, en 2014, comenzó a desentraña­r esta historia con su novela histórica “Territorio de conquistas” donde sostiene el carácter pionero del Pacto de Los Chañares como documento que expresa con nitidez la temprana conciencia criolla de poder que les otorgaba actuar de modo colectivo y que se expresa en aquel petitorio cuya cláusula ocho pide a las autoridade­s que “no culpen ni hagan cargo a nadie” inlas dividualme­nte de “haber levantado a este común”.

Los curas criollos, un detonante

Los recelos entre españoles peninsular­es y españoles americanos no eran nuevos. En las diversas corporacio­nes –políticas, judiciales, administra­tivas, militares, académicas y religiosas– los europeos hacían sentir su “hidalguía” reservándo­se los principale­s puestos y lugares espectable­s.

Así, el detonante del reclamo popular fue el remplazo del cura párroco Simón Tadeo Funes, dispuesta por el Episcopado que motivó a los criollos a reunirse en torno de la capilla de Villa de Pocho para resistir la medida.

El 3 de abril de 1774, los criollos se reunieron convocados, curiosamen­te, por el maestre de campo José de Isasa y Ayesta, quien invocó el derecho de “el común” a participar en ese tipo de decisiones, una figura que tenía ya varios siglos de vigencia y que recogía antecedent­es en los antiguos fueros de las ciudades españolas y que el rey Carlos III –promotor de las reformas borbónicas– renovó aceptando la participac­ión de un representa­nte popular en los órganos legislativ­os de las comunas de más de dos mil habitantes. La concesión a

los rebeldes, sin embargo, le duró poco al funcionari­o: ante la amenaza de que lo enviaran al Tribunal del Santo Oficio –la temible Inquisició­n, con sede en Lima– De Isasa buscó desviar la protesta.

Los locales, considerán­dolo una traición a su petición, lo tomaron prisionero entonces y, por los caminos de la Sierra de los Comechingo­nes en tierras de la capellanía de los padres dominicos –el Nono, Los Hornillos y la Villa de Merlo en el presente– lo enviaron a San Luis de la Punta de los Venados, la actual San Luis tierra de los “puntanos”. En efecto, el lugar del alzamiento era parte del Curato de Traslasier­ra, donde estaba destinado uno de los cinco regimiento­s que custodiaba­n la frontera cordobesa. Hasta su captura, De Isasa había sido el jefe militar y político de la zona, secundado por José Tordesilla­s, la au- toridad judicial, que también fue apresado por los rebeldes.

Consumado el traslado del maestre y su segundo, los criollos –respaldado­s por importante­s estanciero­s de la zona cansados de los abusos del español– redoblaron la apuesta y eligieron como representa­nte a Basilio Quevedo impugnando de hecho las normas del poder realista que, desde la ciudad de Córdoba, reaccionó nombrando un mediador y así, el 14 de abril, Juan Tiburcio Ordoñez se reúne con los criollos quien resultó sorprendid­o por el texto acordado por los vecinos y dos semanas después, el 28 de abril, terminó por aceptar las condicione­s impuestas por los serranos y firmó el documento, que pasó a ser conocido como Pacto de Los Chañares.

Un “atroz delito”

El Cabildo de Córdoba,

Se sobreentie­nde que el tal Maestre de Campo José de Issasa había cometido abusos valiéndose de las facultades que le otorgaba esa graduación militar, actitudes que eran muy mal vistas por la gente del pueblo. Por eso se añade lo siguiente: “Tercer Punto: que no conbiene qe aiga sin embargo, rechazó de plano el acuerdo alcanzado por el mediador virreinal y los rebeldes posiblemen­te atemorizad­os de que el “mal ejemplo” se extendiera

Los recelos entre españoles peninsular­es y españoles americanos no eran nuevos. En las corporacio­nes los europeos hacían sentir su “hidalguía”.

“La corona decidió anular el Pacto de los Chañares y la historia oficial se encargó de invisibili­zar parte de nuestra historia.

Mre de Campo en heste valle.” Y más adelante, en el séptimo punto, “piden los soldados las armas que tienen pagadas al Mre. De campo Dn Jph. de Isasa qe resivió su importe en plata y Cavallos”.

En la cláusula segunda de aquel notable texto, los sublevados habían desplegado su mayor audacia al establecer: “Segundo punto es que no ha de gobernar en este valle ningún hombre europeo”. Y en otros de a otras regiones donde las injusticia­s y los abusos eran muy similares. De allí que –como señala Prudencio Bustos Argarañás en su “Informe elevado a la Junta

“que la nombradía de los Capitanes quede a la disposició­n del sargento maior actual Dn Basilio Quevedo para quitar y poner otros al gusto de su gente”. Estas y otras exigencias terminaban con el “Octavo punto es que piden el común el perdón General y seguro para qe. no selos culpe a ninguno ni haga cargo en ninguno ni haga cargo en ningún tiempo haver levantado este Común”.

Como resulta claro, la multitud atribuye la causa de su sublevació­n a la actuación provocador­a de Isasa y, en consecuenc­ia, propone una amnistía que los exima de toda responsabi­lidad ulterior.

Provincial de Historia” (2014)– calificó al pacto como “de la mayor gravedad (…) los que son delincuent­es del atroz delito de sublevados (…) con el pernicioso ejemplar de que los demás partidos de la jurisdicci­ón susciten los mismos tumultos”.

Lo que continuó respondió a la lógica colonial: el Cabildo envió tropas al mando de José Benito de Acosta quien, apostado en la zona de Panaholma, envió un emisario para exigir a los levantisco­s que depusieran la rebelión y se entregaran, pero los serranos no retrocedie­ron.

“Quevedo y los suyos -reseña “Noticias del Gobierno de Córdoba”, disponible en la web- buscaron otra vía: intentaron reunirse con las autoridade­s de la capital. Estaban convencido­s que si podían explicar su situación sin emisarios o delegados de por medio, el Cabildo aprobaría el Pacto de los Chañares.

Con esa apuesta, un puñado de hombres, con Quevedo a la cabeza, partió rumbo a la ciudad para hablar con las autoridade­s. Pero no lo consiguier­on. Antes fueron apresados por las tropas de Acosta en la zona de Copina y llevados al Cabildo, pero no para hablar ante la asamblea, sino para terminar en la cárcel, en las celdas subterráne­as que más de doscientos años después serían cerradas definitiva­mente”.

“La corona –comenta a propósito otra fuente– decidió anular el Pacto de los Chañares y la historia oficial se encargó de invisibili­zar parte de nuestra historia. Sin embargo, el esfuerzo de tantos y tantas oprimidas no fue en vano. A través de un gran trabajo, pobladores de Villa de Pocho buscan que autoridade­s provincial­es y nacionales reconozcan el 28 de abril como un día histórico en el que la Revolución del Común sentó las bases de la independen­cia”. Aportamos entonces nuestro granito de arena en la difusión de este importante antecedent­e libertario.

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FOTOS: GENTILEZA “MUÑI” SCHILLER
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