“Acá juegan todos”: Club Defensores de Cristo Rey
El Archivo Histórico Municipal de presentó un nuevo trabajo, desarrollado por el profesor Guillermo Bertinat.
Para muchos, el barrio es ese espacio que enseñó, a través de la experiencia directa, los valores de la amistad, la solidaridad, y brindó la sensación de formar parte de algo. Los juegos compartidos con los amigos de la infancia se fueron entrelazando con los vínculos generados con las familias de la cercanía y la vecindad, dando como resultado, muchas veces, lazos que se extienden y trascienden en el tiempo y el espacio.
En torno a la capilla barrial de Cristo Rey –ubicada en San Martín 1284, e inaugurada en abril de 1963 tras una construcción inicial precaria, propiciada por una comisión de vecinos mediante suscripción de socios aportantes con cuotas mensuales–, fue tomando forma un fenómeno deportivo infanto-juvenil que trascendió las épocas y que, desde aquellos últimos años de la década de 1960 y los primeros años de la década de 1970 hasta la actualidad, pervivió en encuentros periódicos de sus protagonistas, manteniendo vivas sus anécdotas y vivencias.
La selección de Defensores de Cristo Rey se incorporó prontamente a los campeonatos barriales que se venían haciendo entre clubes de la ciudad: Villa Arias, Villa Mora -que a su vez tenía a San Cayetano, equipo patrocinado por una sodería-, Nueva Bahía Blanca, Argentino y Juventud Unida.
El primer campeonato en que participaron fue en 1972 y fue organizado por el Club Estrella de Oro de la Nueva Bahía Blanca; se jugó
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en una cancha frente al estadio de Sporting, donde estaba la pista de carreras.
"Ese fue el debut de la selección, salimos campeones con trece goles a favor, dos goles en contra. Hugo De Noia salió goleador con diez goles, o algo así. Valla menos vencida, Guillermo
La Forgia, y jugador destacado, en ese momento le decían “jugador más correcto”, José Reginato, que era el capitán.
La final fue jugada contra Sodería San Cayetano de Villa Mora y finalizó 1 a 0.
La disgregación
La lenta díaspora del Club Defensores de Cristo Rey tiene una principal arista, en la que los protagonistas de la historia manifiestan y coinciden: el alejamiento del principal motor de la idea, encarnado en el Padre Miguel Sarmiento, en medio de un clima político difícil y lo llevaron finalmente al autoexilio, en la Capital Federal en el mes de mayo de 1975, y su luego su retiro de la Iglesia.
Como resultante, se produce el lento abandono de ese espacio que tanta contención y movimiento generaba en esa comunidad.
Por supuesto que los chicos recibieron un golpe anímico, una toma de conciencia y un aprendizaje abrupto que los enfrentó a una nueva realidad: “Ese fue el día más triste de mi vida, cuando ya no podíamos ir. Porque ya no había más nada, no estaba más el cura, no estaba más… se cortó de plano", se dijo en los testimonios.
Un gran número de gente que formó parte de la obra de Cristo Rey y su Club de fútbol infanto-juvenil, al día de hoy mantienen vivo su vínculo con reuniones y asados eventuales. Algunos vienen desde lejos para mantener el contacto y compartir recuerdos y anécdotas, -como es el caso del propio Miguel Sarmiento y su familia-, que mantienen muy presente lo que significó para ellos esos años de aprendizaje y deportes para chicos, jóvenes y adultos.
Allí donde la solidaridad y la inclusión era la norma, una anécdota que se cuela revela el alma de aquella capilla de barrio: se cuenta que a Pirulo Gauna le tocó la tarea, en una de las temporadas, de anotar en la secretaría a los chicos que querían intervenir. En una pequeña ventana que daba a la vereda, cédula en mano, se asomaba un nene con una visible dificultad en la pierna. Apoyado apenas en el umbral, pregunta a Pirulo: “Señor, ¿yo puedo jugar?” y Pirulo lo mira y le dice: “Pibe, acá juegan todos".