Los trabajadores ingresan en “la política”
Al comenzar el mes de octubre de 1945, la situación política estaba sumamente tensa. Los “aliadófilos” –simpatizantes del bando de los Aliados en la Guerra Mundial que terminaba– querían desplazar a Perón del gobierno de facto mientras en las bases obrera
l 4 de octubre, en el marco de una movilización universitaria, cayó asesinado el estudiante Aarón Salmún Feijóo. El presidente Edelmiro Farrell decretó el estado de sitio y al día siguiente ordenó el despliegue de la policía en la Universidad de Buenos Aires.
Pero el 8 de octubre –bajo muchas presiones militares– se dio a conocer un comunicado que anunció la renuncia de Perón a sus tres cargos. El coronel, que aparecía como principal enemigo del retorno a la democracia, había perdido la confianza de buena parte de la oficialidad, y el general Eduardo Ávalos, cabeza de Campo de Mayo, exigió a Farrell que lo despidiera. La oposición reclamaba que se
Eentregara el gobierno a la Corte Suprema de Justicia – una solución inaceptable en los medios castrenses–, y el 12 de octubre se libraba una orden de captura contra Perón. Antes de abandonar sus cargos, el coronel había intentado una última apuesta y, en un mensaje de “despedida”, anunció que dejaba para la firma del presidente el otorgamiento del sueldo anual complementario.
No relataremos aquí los pormenores de esas jornadas, que desembocan en la huelga general masiva y la manifestación –más espontánea que dirigida– del 17 de octubre. Sí, destacatomado remos algunos hechos significativos porque aún hoy se discute cuál fue el significado de aquella jornada épica.
En primer lugar, el 17 de octubre significa la irrupción de la clase trabajadora en la escena política, con una nueva conformación, la de los “cabecitas negras”, migrantes del interior del país. Si bien los obreros habían protagonizado antes heroicas jornadas de lucha y numerosos episodios que sacudieron el país –como la Semana Trágica de enero de 1919–, nunca antes habían a su cargo un programa político que, en este caso, se resumió en una consigna: “¡Queremos a Perón!”. La salida a una crisis política, por primera vez, la dio la clase trabajadora con su movilización que, en buena medida, fue independiente de las intrigas en las esferas oficiales y de los partidos políticos. Este hecho, de gran trascendencia, se expresará después en la estructuración del Partido Laborista dirigido por Cipriano Reyes.
En segundo término, el 17 de octubre abrió paso al proceso electoral más democrático que se experimentó hasta entones en el país en toda su historia, que, además registró una altísima concurrencia ya que votaron 2.839.507 ciudadanos, el 83,3% del padrón. El resultado fue muy peleado pero el peronismo ganó de modo concluyente al obtener el 52,4%, mientras que la Unión Democrática –cuyos candidatos eran ambos de la UCR--, el 42,5, y se registró un 2,57% de votos en blanco. Se cerraron así quince años de fraudes y el país, desde un nuevo régimen surgido de una elección democrática, asistiría a un viraje histórico en términos económicos y políticos.
Finalmente, lo más perdurable: la movilización popular del 17 de octubre, al igual que la revolución del 26 de julio de 1890 respecto del radicalismo, puede considerarse el nacimiento de una de las grandes organizaciones políticas de masas del siglo XX. Tanto el radicalismo como el peronismo, uno más institucional y orgánico, y el otro más movimientista y personalizado, aún continúan ejerciendo influencia y constituyen decisivos factores de poder. Casi todos los gobiernos civiles posteriores a 1945 nacerán de las entrañas de alguna de estas dos corrientes.
La irrupción obrera había mostrado también sus limitaciones: la antigua idea de los “hombres providenciales” y el hábito de sujetarse al paternalismo beneficiaron a un oficial de las fuerzas armadas.
La movilización popular del 17 de octubre puede considerarse el nacimiento de una de las grandes organizaciones políticas de masas del siglo XX.
Elecciones democráticas
El apoyo del gobierno estadounidense a la Unión Democrática no intentó siquiera ser disimulado, y la intervención descarada de su ex embajador y secretario de asuntos hemisféricos en la política interna, Spruille Braden, denunciando la filiación nazi de Perón, permitió al astuto coronel polarizar la lucha electoral. En vez de enfrentar a la fórmula de José Tamborini y Enrique Mosca –ambos alvearistas y “piantavotos”, al decir de Perón–, dirigió la artillería contra “los yanquis” y su entrometido representante, elevó el tono antiimperialista de su discurso y fijó la antinomia “Braden o Perón”, que miles de activistas espontáneos reprodujeron en las
paredes “con tiza y carbón”. La Unión Democrática recibió el estigma –no sin justeza– de “pro yanqui”, y el país se dividió en dos. El 9 de febrero fue proclamada la fórmula de los “democráticos”, y el martes 12, la de Perón y Hortensio Quijano, en sendos actos multitudinarios.
Aunque el naciente Par- tido Laborista era la principal fuerza del “peronismo” y fueron suyas las boletas que le darían el triunfo, Perón logró desplazarlos de los principales cargos y repartió una buena porción de poder entre las figuras provenientes del radicalismo y el conservadurismo:
Las elecciones del 24 de febrero de 1946 serán un verdadero ejemplo de pulcritud, más allá de algún incidente menor.
sus caudillos y punteros eran más confiables y, además, conocían bien las mañas electorales y disponían del aparato necesario para controlar la distribución de las boletas, la fiscalización de las mesas y la confección de las planillas del escrutinio provisorio. Por eso, como destaca Arturo Jauretche,
“la mayoría de los candidatos a gobernadores fueron de extracción radical”.
Las elecciones del 24 de febrero de 1946 serán un verdadero ejemplo de pulcritud, más allá de algún incidente menor. Para asegurar la transparencia de los comicios, por primera vez las fuerzas armadas movilizaron catorce mil conscriptos que custodiaron las mesas y trasladaron las urnas bajo su responsabilidad.
El triunfo, finalmente, favoreció a Perón por un margen porcentual de diez puntos. La Unión Democrática triunfó en cuatro provincias: Córdoba, Corrientes,
San Juan y San Luis. Se abrió entonces un período especial del gobierno de Farrell, que se extendió hasta el 4 de junio de 1946, fecha elegida por Perón para asumir –en clara reivindicación del movimiento militar de 1943–. El Consejo de Posguerra se convirtió en el principal animador político-económico del país, y Farrell firmó casi todo lo que le fue requerido. En poco más de tres meses, se aceleró el ritmo de los decretos, en especial en las áreas financiera, bancaria y monetaria. Se nacionalizó el Banco Central y se estableció la garantía de la nación a los depósitos bancarios; se reformaron las cartas orgánicas de los bancos Central, Nación, Hipotecario y de Crédito Industrial; se creó el Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (iapi), organismo que manejará los cupos de exportación y será fundamental en el primer gobierno peronista, y se fundó el Instituto Nacional de Reaseguros.
El 24 de abril de 1946, un decreto de Farrell puso en funciones el primer poder constitucional del nuevo gobierno, la Cámara de Diputados, que fue convocada a sesionar el día 29. Cuando Ricardo Balbín, jefe de la bancada radical, entró en el recinto, se indignó: “Nos han colocado a la derecha. ¿Qué significa esto?”.
Más allá de la sutileza que molestó al “Chino”, el drástico cambio operado en el país también implicaría una resignificación de los términos “derecha” e “izquierda”: los años posteriores permitirán ver a comunistas y socialistas favoreciendo golpes de Estado y a nacionalistas con un discurso antiimperialista.