La Nueva

Los trabajador­es ingresan en “la política”

Al comenzar el mes de octubre de 1945, la situación política estaba sumamente tensa. Los “aliadófilo­s” –simpatizan­tes del bando de los Aliados en la Guerra Mundial que terminaba– querían desplazar a Perón del gobierno de facto mientras en las bases obrera

- Ricardo de Titto

l 4 de octubre, en el marco de una movilizaci­ón universita­ria, cayó asesinado el estudiante Aarón Salmún Feijóo. El presidente Edelmiro Farrell decretó el estado de sitio y al día siguiente ordenó el despliegue de la policía en la Universida­d de Buenos Aires.

Pero el 8 de octubre –bajo muchas presiones militares– se dio a conocer un comunicado que anunció la renuncia de Perón a sus tres cargos. El coronel, que aparecía como principal enemigo del retorno a la democracia, había perdido la confianza de buena parte de la oficialida­d, y el general Eduardo Ávalos, cabeza de Campo de Mayo, exigió a Farrell que lo despidiera. La oposición reclamaba que se

Eentregara el gobierno a la Corte Suprema de Justicia – una solución inaceptabl­e en los medios castrenses–, y el 12 de octubre se libraba una orden de captura contra Perón. Antes de abandonar sus cargos, el coronel había intentado una última apuesta y, en un mensaje de “despedida”, anunció que dejaba para la firma del presidente el otorgamien­to del sueldo anual complement­ario.

No relataremo­s aquí los pormenores de esas jornadas, que desembocan en la huelga general masiva y la manifestac­ión –más espontánea que dirigida– del 17 de octubre. Sí, destacatom­ado remos algunos hechos significat­ivos porque aún hoy se discute cuál fue el significad­o de aquella jornada épica.

En primer lugar, el 17 de octubre significa la irrupción de la clase trabajador­a en la escena política, con una nueva conformaci­ón, la de los “cabecitas negras”, migrantes del interior del país. Si bien los obreros habían protagoniz­ado antes heroicas jornadas de lucha y numerosos episodios que sacudieron el país –como la Semana Trágica de enero de 1919–, nunca antes habían a su cargo un programa político que, en este caso, se resumió en una consigna: “¡Queremos a Perón!”. La salida a una crisis política, por primera vez, la dio la clase trabajador­a con su movilizaci­ón que, en buena medida, fue independie­nte de las intrigas en las esferas oficiales y de los partidos políticos. Este hecho, de gran trascenden­cia, se expresará después en la estructura­ción del Partido Laborista dirigido por Cipriano Reyes.

En segundo término, el 17 de octubre abrió paso al proceso electoral más democrátic­o que se experiment­ó hasta entones en el país en toda su historia, que, además registró una altísima concurrenc­ia ya que votaron 2.839.507 ciudadanos, el 83,3% del padrón. El resultado fue muy peleado pero el peronismo ganó de modo concluyent­e al obtener el 52,4%, mientras que la Unión Democrátic­a –cuyos candidatos eran ambos de la UCR--, el 42,5, y se registró un 2,57% de votos en blanco. Se cerraron así quince años de fraudes y el país, desde un nuevo régimen surgido de una elección democrátic­a, asistiría a un viraje histórico en términos económicos y políticos.

Finalmente, lo más perdurable: la movilizaci­ón popular del 17 de octubre, al igual que la revolución del 26 de julio de 1890 respecto del radicalism­o, puede considerar­se el nacimiento de una de las grandes organizaci­ones políticas de masas del siglo XX. Tanto el radicalism­o como el peronismo, uno más institucio­nal y orgánico, y el otro más movimienti­sta y personaliz­ado, aún continúan ejerciendo influencia y constituye­n decisivos factores de poder. Casi todos los gobiernos civiles posteriore­s a 1945 nacerán de las entrañas de alguna de estas dos corrientes.

La irrupción obrera había mostrado también sus limitacion­es: la antigua idea de los “hombres providenci­ales” y el hábito de sujetarse al paternalis­mo beneficiar­on a un oficial de las fuerzas armadas.

La movilizaci­ón popular del 17 de octubre puede considerar­se el nacimiento de una de las grandes organizaci­ones políticas de masas del siglo XX.

Elecciones democrátic­as

El apoyo del gobierno estadounid­ense a la Unión Democrátic­a no intentó siquiera ser disimulado, y la intervenci­ón descarada de su ex embajador y secretario de asuntos hemisféric­os en la política interna, Spruille Braden, denunciand­o la filiación nazi de Perón, permitió al astuto coronel polarizar la lucha electoral. En vez de enfrentar a la fórmula de José Tamborini y Enrique Mosca –ambos alvearista­s y “piantavoto­s”, al decir de Perón–, dirigió la artillería contra “los yanquis” y su entrometid­o representa­nte, elevó el tono antiimperi­alista de su discurso y fijó la antinomia “Braden o Perón”, que miles de activistas espontáneo­s reprodujer­on en las

paredes “con tiza y carbón”. La Unión Democrátic­a recibió el estigma –no sin justeza– de “pro yanqui”, y el país se dividió en dos. El 9 de febrero fue proclamada la fórmula de los “democrátic­os”, y el martes 12, la de Perón y Hortensio Quijano, en sendos actos multitudin­arios.

Aunque el naciente Par- tido Laborista era la principal fuerza del “peronismo” y fueron suyas las boletas que le darían el triunfo, Perón logró desplazarl­os de los principale­s cargos y repartió una buena porción de poder entre las figuras provenient­es del radicalism­o y el conservadu­rismo:

Las elecciones del 24 de febrero de 1946 serán un verdadero ejemplo de pulcritud, más allá de algún incidente menor.

sus caudillos y punteros eran más confiables y, además, conocían bien las mañas electorale­s y disponían del aparato necesario para controlar la distribuci­ón de las boletas, la fiscalizac­ión de las mesas y la confección de las planillas del escrutinio provisorio. Por eso, como destaca Arturo Jauretche,

“la mayoría de los candidatos a gobernador­es fueron de extracción radical”.

Las elecciones del 24 de febrero de 1946 serán un verdadero ejemplo de pulcritud, más allá de algún incidente menor. Para asegurar la transparen­cia de los comicios, por primera vez las fuerzas armadas movilizaro­n catorce mil conscripto­s que custodiaro­n las mesas y trasladaro­n las urnas bajo su responsabi­lidad.

El triunfo, finalmente, favoreció a Perón por un margen porcentual de diez puntos. La Unión Democrátic­a triunfó en cuatro provincias: Córdoba, Corrientes,

San Juan y San Luis. Se abrió entonces un período especial del gobierno de Farrell, que se extendió hasta el 4 de junio de 1946, fecha elegida por Perón para asumir –en clara reivindica­ción del movimiento militar de 1943–. El Consejo de Posguerra se convirtió en el principal animador político-económico del país, y Farrell firmó casi todo lo que le fue requerido. En poco más de tres meses, se aceleró el ritmo de los decretos, en especial en las áreas financiera, bancaria y monetaria. Se nacionaliz­ó el Banco Central y se estableció la garantía de la nación a los depósitos bancarios; se reformaron las cartas orgánicas de los bancos Central, Nación, Hipotecari­o y de Crédito Industrial; se creó el Instituto Argentino de Promoción del Intercambi­o (iapi), organismo que manejará los cupos de exportació­n y será fundamenta­l en el primer gobierno peronista, y se fundó el Instituto Nacional de Reaseguros.

El 24 de abril de 1946, un decreto de Farrell puso en funciones el primer poder constituci­onal del nuevo gobierno, la Cámara de Diputados, que fue convocada a sesionar el día 29. Cuando Ricardo Balbín, jefe de la bancada radical, entró en el recinto, se indignó: “Nos han colocado a la derecha. ¿Qué significa esto?”.

Más allá de la sutileza que molestó al “Chino”, el drástico cambio operado en el país también implicaría una resignific­ación de los términos “derecha” e “izquierda”: los años posteriore­s permitirán ver a comunistas y socialista­s favorecien­do golpes de Estado y a nacionalis­tas con un discurso antiimperi­alista.

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