La Nueva

Anécdotas de El Plumerillo

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Mientras confundía a los contrarios, San Martín debía atender todo tipo de minucias cotidianas. Algunas que recoge Mitre pintan al gobernante: “Un oficial le hizo presente que el sueldo no le alcanzaba para sostenerse, y pedía un surplus de ración a cuenta de él; el general decretó al pie: ‘Extráñase el desahogo con que aspira el suplicante a gravar al Estado en medio de las más graves y apuradas urgencias públicas, cuando todos los jefes y oficiales del ejército sufren iguales privacione­s’. Un soldado reclutado en San Juan y juramentad­o en Chile por los españoles, representó, que en conciencia se hallaba impedido para servir, y que, aunque adicto a la causa americana, se hallaba con las manos atadas. El decreto es terrible: ‘El gobernador contrae la responsabi­lidad que alega el suplicante: quedan sus manos libres para atacar al enemigo: mas si una ridícula preocupaci­ón aún se las liga, se le desatarán con el último suplicio’. [...] Un prisionero, en celebridad de la Virgen del Carmen, patrona del ejército, pidió por gracia de tan divina Señora, la libertad perdida. Decreto autógrafo: ‘No ha sido poca gracia que librase la vida’. En el sumario de una chacarera encausada, ‘por haber hablado contra la patria’, mandó sobreseer con la sentencia de que la acusada, entregase al proveedor diez docenas de zapallos que el ejército necesitaba para su rancho.

Un oficial que era habilitado de un cuerpo, se le apersona. Le confía, arrepentid­o, que había perdido en el juego la cantidad destinada a su abono mensual. San Martín, con gesto adusto y sin decir palabra, le entrega en onzas de oro una suma equivalent­e y le dice: “Entregue usted este dinero a la caja de su cuerpo, y guarde el más profundo secreto, porque si alguna vez el general San Martín llega a saber que usted ha revelado algo de lo ocurrido, en el acto lo manda a fusilar”.

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