Sarmiento, la nueva república y su modelo de país
El nacimiento de Sarmiento incluye dos enigmas. Uno de ellos se ha develado con claridad, el otro seguirá siempre en la sombra de la duda. El primero hace a su nombre y el segundo a su efectiva fecha de nacimiento.
austino Valentín Sarmiento –así nombrado en su acta de nacimiento– tenía “un día de vida” según reza en el documento emitido el 15 de febrero de 1811. ¿Nació ese mismo día 15 o, acaso, el 14? Él adoptó esa primera fecha como la de su cumpleaños de modo que debemos respetar su decisión. Pero resulta que el 14 es nada menos que “San Valentín” –y uno de los tres San Faustino (mártir) venerado, justamente, el 15–, lo que habilita la duda aún más porque jamás usó ese
Fnombre adoptando como primero el de “Domingo” que era con el que lo llamaba su mamá Paula Albarracín, devota y colaboradora de la orden de los Dominicos. Así que, fieles a su legado, debemos aceptar que “Domingo”... nació el día 15...porque así lo dispuso él (y su madre) aunque , tal vez, “Valentín” lo hizo el día anterior. De cualquier modo, si bien se hacen otros números, se aprecia que él es un genuino “hijo de la revolución”, como le gustaba reconocerse: nació nueve meses y unos días después de la Revolución de Mayo y la instalación de la Primera Junta de Gobierno.
Yendo a su otro legado, el del estadista, digamos que la historia lo ha fijado en la memoria colectiva como “el Maestro de América” lo que, claro, no está mal: su impulso a la educación pública, laica, gratuita y obligatoria, y su obsesión por fundar esdente y bibliotecas, como diarios, revistas e imprentas para erradicar el analfabetismo y formar la “opinión pública” constituyen, en su época, una verdadera revolución educativa con muy pocos casos similares en el mundo.
A 150 años del fin de su presidencia se trata, sin embargo, de dilucidar el conjunto de su proyecto político –el “modelo de país”– que delineó y trató de concretar quien merece ser considerado, sin reparos –de nuevo, lejos de lógicas simpatías y antipatías–, el más destacado personaje político y cultural de la América Latina del siglo XIX.
Libros, escuelas, ciencia, tecnología… y el Estado
Sarmiento asume la presidencia en octubre de 1868, en momentos en que Occimación conforma sus Estados nacionales y comienza su segunda “revolución industrial”. Sueña con acercar a la recién fundada República Argentina al “primer mundo” de la producción, y poner fin a todo resabio de la era colonial: la primera tarea, la tarea “redentora”, es alfabetizar. Resulta imprescindible que una buena parte de la población –empezando por los niños y los jóvenes– sepa leer, escribir y realizar las operaciones matemáticas fundamentales. Solo eso constituye de por sí una profunda revolución, indispensable para la construcción de ciudadanía.
En segundo término, la tarea debe emprender el desafío desde una perspectiva amplia: educación es ciencia y cultura, y precisa de instituciones acordes: funda colegios nacionales y escuelas normales, la Facultad de Ciencias Exactas; el Observatorio Nacional y la Academia Nacional de Ciencias (ambos en Córdoba, en 1869); la Escuela de Minería en San Juan, y otras de Agronomía; cátedras de Instrucción Cívica, Taquigrafía, Gimnasia y Veterinaria; un instituto para sordomudos y cursos nocturnos para adultos, además de la Escuela Naval y el Colegio Militar para profesionalizar la defensa nacional.
Funda también el gabinete de Física, alienta la forcuelas
de museos de productos regionales en los colegios, adquiere material didáctico; y, como broche de oro, organiza el Primer Congreso Agroindustrial de la Argentina –primero de la historia latinoamericana–, que se concreta en 1871, con todo éxito, en la ciudad de Córdoba, testimonio de su impulso a un federalismo activo. Contrata además al astrónomo Benjamin Gould, quien, a cargo del observatorio astronómico – que se debe levantar desde cero–, toma la misión de confeccionar el primer mapa estelar completo del cielo austral: el observatorio se inaugura en ese mismo año de la gran Exposición –saliendo apenas de la terrible epidemia de fiebre amarilla de Buenos Aires–, y Córdoba debe ser, en palabras de Sarmiento, “el Greenwich argentino”. Respondiendo a las objeciones a este proyecto, de que se trataba de un gasto superfluo, el presidente se permite una reflexión: “Solo hay dos cosas que se rozan con el infinito: el universo y la estupidez humana”.
El tercer gran rubro son los libros. Respecto de las lecturas, intenta crear ‒sin éxito‒ una oficina de canje que involucrara a varios países, como Chile, Venezuela, Colombia, Estados Unidos e Italia; mientras, a la par, riega el país con bibliotecas populares, dictando la ley respectiva. Cuando inicia su período, había una sola, y seis años después – como destaca en su rendición de cuentas ante la Asamblea Legislativa en 1874–, había “140 distribuidas en todos los pueblos”. Reglamenta las becas y dispone subvencionar la edición de todo libro que fuera considerado de utilidad. Su máxima era: “Los libros piden escuelas; las escuelas piden libros. Las escuelas lanzan un contingente de hombres preparados para leer; pero que no leen por falta de libros”.
El paso siguiente era dar forma a un sistema educativo con pautas claras y alentar la asociación a tal fin. Por su iniciativa, se ponen en marcha escuelas ambulantes en la campaña y Sarmiento ordena la realización de censos escolares permanentes y reglamenta las inspecciones. Alienta, además, la reformulación de los planes de estudio en las escuelas de nivel medio y de varias facultades, como la de Derecho de la Universidad de Córdoba, que seguía todavía con los enfoques jesuíticos del siglo anterior.
Entretanto, en 1867 nace el Centro Estímulo Literario, y hacia 1873 funciona también el Círculo Científico y Literario, que publica su Revista Literaria. Desde 1859, y a cargo luego, en sus dos épocas de edición, de la extraordinaria Juana Paula Manso –una mujer fuera de serie para su época, feminista y pedagoga de reconocimiento internacional,
Su impulso a la educación pública, laica, gratuita y obligatoria, llevó a que sea recordado como “el Maestro de América”.
Domingo F. Sarmiento asume la presidencia en octubre de 1868 y sueña con acercar a la recién fundada República Argentina al “primer mundo”.