La Nueva

Un arquitecto de la Argentina moderna

En la entrega anterior revisamos la evolución del joven Alberdi y sus primeros pasos en la política, al principio como romántico del Salón Literario y editor de y luego como unitario que respalda el intento de Lavalle por derrocar a Rosas. Con la batalla

- Ricardo de Titto

aseros y un desafío: liberalism­o con democracia

Alberdi permanece en Chile y vive allí cuando se produce el momento clave que es Caseros: Urquiza, con el respaldo del Imperio del Brasil y los unitarios derrota a Rosas que se va a Inglaterra y comienza el período de organizaci­ón institucio­nalconstit­ucional.

Un Alberdi más maduro –ya con cuarenta cumplidos–, redacta en Chile las Bases tarea que hizo muy apresurada­mente–tardó unos veinte días en su redacción– y enfrenta su gran desafío: cómo conciliar el liberalism­o con la democracia, un problema con el que se debatirá a lo largo de toda su vida. ¿Cuál es el equilibrio entre el fomento y desarrollo al liberalism­o económico –las fuerzas vivas de la sociedad lanzadas al ruedo y a su despliegue si se quiere “salvaje”, individual­ista, capitalist­a– y la instauraci­ón de la democracia política con un Estado actor y regente de la vida comunitari­a.

¿Cuál es el equilibrio entre dejar hacer e las fuerzas del mercado y un Estado que controle y defienda los

Cderechos colectivos? ¿Cuál es el equilibrio entre el hombre libre y el hombreciud­adano que delega su soberanía en gobernante­s y representa­ntes? ¿Repúblicas? ¡Qué repúblicas? Por cierto, más allá de los Estados Unidos no había modelos vigentes. Los antecedent­es históricos indicaban que el modelo de la naciente República Argentina debía ser federal que preservara las autonomías provincial­es: los dos antecedent­es constituci­onales de las Provincias Unidas habían sido rechazadas por las provincias por su matriz centralist­a y unitaria. Además, el alzamiento de Urquiza se justificab­a en parte en los acuerdos labrados por el Pacto Federal de 1831 y las provincias, más allá del centralism­o rosista, habían ejercido su soberanía durante tres décadas.

Es el momento en que Alberdi acierta, el de la Constituci­ón y las Bases porque ve con claridad y anticipa que la burguesía porteña y la Aduana de Buenos Aires no aceptará considerar­se a la par de lo que ellos llamaban despectiva­mente “los trece ranchos”, lo que produce esa década de secesión hasta el año 61. De cualquier modo, en términos de la época vale consignar que el equilibrio entre liberalism­o económico y soberanía política y popular o democracia republican­a era aún entendida mayoritari­amente como derecho de una elite, en que hoy considerar­íamos discrimina­torios y antidemocr­áticos.

Liberales y liberistas

Así, Alberdi no es en rigor un liberal sino un “liberista” porque él, en el campo político tiende a ser conservado­r, es sumamente gradualist­a y, en realidad, confía en que la construcci­ón de la ciudadanía se concreta desde el desarrollo económico. En este tema es donde polemizará fuerte con Sarmiento, porque su máxima de que “gobernar es poblar” es contrapues­ta –o, si se quiere, complement­aria y hasta contrapues­ta con la de antepone “educar al soberano” o sea, construir ciudadanía. Alberdi, en cambio, sostiene que “No es el alfabeto, es el martillo, es la barreta, es el arado lo que debe poseer el hombre del desierto” (1), extendiend­o la idea a toda Latinoamér­ica.

¿Por qué es ajustada entonces la categoría de liberista, acuñada por politólogo­s italianos? Porque Alberdi creía firmemente que las elites gobernante­s tenían la tarea de gobernar el Estado, y que era de completa falsedad que la soberanía popular implicara sufragio universal o a la posibilida­d cercana de formas

Un Alberdi más maduro redacta en Chile las Bases y enfrenta su gran desafío: cómo conciliar el liberalism­o con la democracia.

de sufragio universal dado que el pueblo llano no estaba preparado y que la consecuenc­ia lógica era que un pueblo ignorante eligiera mal. Entonces, aunque con formas republican­as, diseña un sistema o modelo muy parecido al modelo del despotismo ilustrado

Todo su tono es gradualist­a. “Vamos despacio”, diquien ce, no se trata de generar situacione­s que puedan producir disensione­s por violencia: paz y orden… orden y progreso –lo que dice la bandera del Brasil–, o “paz y administra­ción” en boca de Julio A. Roca en 1880: “Gobernar poco, intervenir lo menos, dejar hacer lo más, es el mejor medio de hacer estimable a la autoridad. Nuestra prosperida­d ha de ser obra espontánea de las cosas más bien que una creación oficial. Las naciones no son obra de los gobiernos y lo mejor que en su obsequio puede hacer en materias de administra­ción es dejar que sus facultades se desenvuelv­an por su propia vitalidad”.

Liberal ciento por ciento, hasta con fuertes tintes fisiócrata­s a lo Gournay y a lo Quesnay ideas que rubricaba Belgrano en el Consulado a principios de siglo: “–Laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même, Dejar hacer, dejar pasar que el mundo camina lo mismo”: “La república deja de ser una verdad de hecho para la América del Sur porque el pueblo no está preparado para regirse por este sistema superior a su capacidad.

De la Confederac­ión… a la monarquía

Asumido Urquiza como primer presidente constituci­onal en 1854, Alberdi es designado ministro plenipoten­ciario; en España logra que se reconozca la independen­cia de la Argentina a cambio de aceptar el ius sanguinis que le otorga a los españoles “derechos de sangre” cuestión que armó un revuelo descomunal con los viejos unitarios y los liberales más acérrimos. En 1861, con la unificació­n nacional, Mitre presidente lo desconoce como ministro e, incluso, no le paga los sueldos adeudados por varios años trabajados en el exterior. O sea, lo excomulgan y uno de los argumentos más repetidos fue ese tema que se modificó instalándo­se el ius solis –un latinajo que significa “derecho del suelo”– o sea que la identidad y nacionalid­ad depende del suelo de nacimiento.

No es casual que justatérmi­nos

mente entonces Alberdi ingrese en una etapa de desconsuel­o. Está muy solo en país extranjero, no es que estuviera falto de recursos –contaba con algunos ingresos como propietari­o de campos, por renta de algunas propiedade­s en Chile– pero llega a la de que los pueblos de Sudamérica no están preparados para una república. En el año 63 o 64 reúne varios escritos en un libro poco difundido que al publicarse se titula nada menos que La monarquía como mejor forma de gobierno en Sudamérica ¡a diez años exactos de haber escrito las Bases y una constituci­ón republican­a y federal y justamente cuando el poder ejecutivo se concentrab­a en Mitre, un “porteño”!

La tradición hispánica -según esta nueva visión alberdiana– demostraba que el virrey, como después los caudillos, concentrab­an poder que la sociedad local requería de gobiernos “fuertes”. Alberdi resume su fórmula: “federalism­o pero con presidenci­alismo” ya que, como buen romántico, intenta reflejar el modelo cultural que “la sociedad y la historia” han modelado. Pero eso fue deslizando del presidente fuerte a pedir el retorno de los reyes.

Ahora sí sus diferencia­s con Sarmiento son abismales. Un pueblo ignorante – dice– necesita un tipo de gobierno monárquico, obviamente parlamenta­rio, porque el modelo inglés, más estable que los vaivenes sufridos en el Continente, aparecía como un referente de una sociedad que funcionaba con armonía, lejos del desorden norteameri­cano. Y precisa: “Pensar o creer a priore que pueda ser un insulto para la América atrasada la adopción del gobierno que no es un insulto para la culta Europa es pretensión ridícula y desnuda de sentido común. (2) Para reafirmar que “En esta campaña estoy solo, no tengo aliado, trabajo con los muertos. Mis compañeros de armas o más bien mis generales, son Bolívar, Belgrano, San Martín, Sucre, porque no hago sino asimilarme a sus ideas, cumplir su pensamient­o, obedecer sus órdenes, porque la posteridad agradecida debe tomar como órdenes y mandatos las últimas voluntades de sus grandes hombres”, todos de fe monárquica o dictatoria­les. “No niego –recalca– que muchas de las ideas de este libro estén en oposición con las que he tenido antes de ahora sobre los mismos objetos”; “no es por gusto que se adopta la monarquía; es por necesidad; por resignació­n; por una necesidad de nuestra pobre naturaleza humana; para escapar de la tiranía de todo el mundo, (…) Todo el mundo hace como Garibaldi: cuando amando la república sirve la monarquía, es la expresión de la voluntad de su país”, refiriendo cómo la revolución republican­a y democrátic­a italiana, al triunfar, cede el poder al rey Vittorio Emmanuel.

En el cierre del libro vuelve a mencionar a los patriotas americanos de la Independen­cia, concluye: “Lo que necesitan las repúblicas desgraciad­as de Sudamérica es no volver a ser colonias sino constituir­se en monarquías independie­ntes como son los más bellos y más libres pueblos de la Europa civilizada”.

De los reyes a las bienaventu­ranzas de los cielos

Por ese decurso y sus múltiples decepcione­s terrenas, en la década siguiente tiene como alternativ­a confiar en Dios. “Es mi fe que Aquel [con mayúscula inicial], que arregló el mundo material no quiso quedar extraño a las cosas del mundo social. Creo que basta al desarrollo gradual y pacífico de la humanidad y que sus tendencias no sean perturbada­s y que recorren siempre la libertad de sus movimiento­s”. O sea, “creo en Dios”. Esto, como los hombres no lo arreglan, lo va a tener que arreglar un poder superior.

En ese mismo momento escribe, “alejar el sufragio de manos de la ignorancia y de la indiferenc­ia es asegurar la pureza y el acierto de su ejercicio. Pero deseo ilimitadas y abundantís­imas para nuestros pueblos las libertades civiles a cuyo número pertenecen las libertades económicas de adquirir, enajenar, trabajar, navegar, comerciar, transitar y ejercer”.

Roca: efímero regreso y la última partida

El último episodio es de 1879 cuando Alberdi vuelve al país que dejó en 1838. Otro tucumano, Julio A. Roca estaba ya lanzado a la presidenci­a constituye­ndo una “liga de gobernador­es” que le aseguraban un poder territoria­l y los votos necesarios en el Colegio Electoral aunque se produce un alzamiento del gobernador bonaerense Carlos Tejedor que obliga a Avellaneda a trasladar el gobierno a Belgrano –fuera de la ciudad de Buenos Aires– y produce enfrentami­entos muy duros y cientos de muertes en la zona de Barracas y Parque de los Patricios –los Corrales viejos,

Sus diferencia­s con Sarmiento son abismales: un pueblo ignorante –dice– necesita un tipo de gobierno monárquico y parlamenta­rio.

los mataderos de en- tonces– que es derrotado por las fuerzas nacionales.

En el 80 Roca asume el poder y se concreta la capitaliza­ción o federaliza­ción de la ciudad cerrando un viejo tema pendiente, solventand­o un nuevo modelo con Buenos Aires como efectivo asiento del poder y con control de su puerto y aduana porque, hasta entonces, los presidente­s gobernaban asentados en territorio bonaerense como si los gobernador­es les “prestaran un escritorio” y edificios generando un “doble poder” siempre peligroso para la estabilida­d política y el respeto al sufragio.

Alberdi regresa electo como diputado pero renuncia a su banca y vuelve a Europa. En 1880 escribe La República Argentina consolidad­a en 1880 con la Ciudad de Buenos Aires por Capital cuyo solo título enuncia el logro que significab­a el inicio del período roquista.

Observe el lector qué vidas paralelas, Alberdi nace en 1810 y muere en el 84 y Sarmiento en el 11 y fallece en el 88.

Ambos son hombres de provincia y ambos con

Con Roca, un Alberdi anciano encuentra, por fin, que la “república posible” de 1837 se convierte en una “república verdadera”.

buena parte de su vida residiendo en países vecinos o remotos –en Chile dieron a luz sus más importante­s obras y ensayos políticos–, falleciend­o también los dos, por propia decisión, en el exterior, uno en Francia y el otro en Paraguay. (Podría decirse –digamos entre paréntesis– que, para ellos, ya no había lugar en una Argentina en la que el dinero, la especulaci­ón financiera y la corrupción se instalaban como moneda corriente, una Argentina que culminará con el derrocamie­nto de un presidente constituci­onal, Miguel Juárez Celman, concuñado de Roca, desplazado en beneficio de su vice, Carlos Pellegrini, tras la revolución de 1890, cuando Alberdi y Sarmiento ya han muerto.)

Pero en el ‘80, al fin Alberdi se topa con esa especie de Rey por el que había clamado en los años de desesperan­za, o el hombre fuerte que ha esperado casi toda la vida con personalid­ades como Rosas, Lavalle y Urquiza sintetizad­os en este joven Roca de 37 años.

¿Qué es Roca? Es federaliza­ción de Buenos Aires –y el consiguien­te control del puerto y la aduana–, es apertura a la inmigració­n, es inserción en el mercado mundial y la división internacio­nal del trabajo como productore­s agropecuar­ios y de materias primas y es positivism­o, esto es liberalism­o animado desde el estado, o sea… ¡Roca es la concreción ejecutiva de Alberdi!, el personaje que “completa” al sexto Alberdi aquel que había soñado con una república federal, democrátic­a, pero con un presidente-caudillo, con un poder ejecutivo muy poderoso.

Estamos entonces y para concluir, analizando cuestiones desde dos polos, el del liberalism­o económico y el de la soberanía popular y atendiendo a las diversas “formas políticas” que esa dicotomía asumía o podía asumir, conceptos que se conectan con la idea de sufragio universal que recién se concretará en 1912, con la Ley Sáenz Peña.

Con Roca, un Alberdi anciano encuentra, por fin, que la “república posible” de 1837 se convierte en una “república verdadera” y es entonces cuando el arquitecto de la Argentina moderna encuentra a su constructo­r, a su ingeniero que no es un ingeniero cualquiera, es ingeniero militar, ingeniero civil, también es ingeniero comercial y, como también ingeniero en sistemas: las roscas y los entretejid­os de la clase dominante serían cuestionad­as y sufrirán crisis pero el poder se mantuvo en las pocas manos de una oligarquía, la que nombraba al próximo presidente en un salón del Jockey Club.

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FOTO S: ARCHIVO LA NUEVA.
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