La Nueva

Artigas y las “instruccio­nes” para los diputados

Un amplio proceso deliberati­vo y una vasta compulsa popular anticiparo­n los debates para que la delegación oriental adoptara un “programa” a elevar al Congreso reunido en Buenos Aires

- Ricardo de Titto

l pueblo de la Banda Oriental del Plata realizó así un intenso proceso deliberati­vo previo a la reunión del Congreso de Tres Cruces, realizado en abril de 1813, que designó a la diputación.

La Asamblea General Constituye­nte conocida como “del Año XIII”, pendiente de conformars­e desde los tiempos de la Primera Junta, había comenzado sus deliberaci­ones en enero. Las diversas regiones nominaron sus diputados y lo mismo sucedió en la Provincia Oriental aunque, en este caso,

Ese distinguió la participac­ión del pueblo, cosa aún poco habitual en el resto de las provincias, acostumbra­dos a que la toma de decisiones se limitaba a reuniones de una elite local.

José Artigas, terratenie­nte y hacendado, gozaba ya de un lugar de prepondera­ncia no solo política sino también social y económica. Además de lo que le pudiera correspond­er por herencias, en 1811 Artigas era dueño de un gran latifundio en Arerunguá de más de 200.000 hectáreas y, en sociedad con su hermano Manuel, de otro similar, en Cuñapirú.

Las últimas tolderías charrúas se asentaron, justamente, en esos extensos terrenos de Arerunguá donde Artigas estableció el cuartel general del Ejército Oriental. No es de extrañar lo tanto que, durante sus primeras proclamas, como la realizada en Mercedes, lograra reunir tras de sí a un consolidad­o grupo de grandes latifundis­tas orientales. Expresión de ello es el cuadro de Juan Manuel Blanes que recrea el Congreso de Abril pintado por encargo del gobierno.

Ese cuadro exhibe un ambiente austero y hay, sentados y parados, un conjunto de hombres con sus miradas atentas. El grupo – observa un historiado­r uruguayo− es de “hombres blancos caucásicos (o casi), visten levita y calzan polaina o bota inglesa; aparenteme­nte es un grupo de alto nivel económico que, supongo, representa al pequeño pero poderoso sector ganadero (también barraquero­s y comerciant­es) que el propio Artigas, fuerte terratenie­nte, integra; allí no hay hombres de poncho, chiripá y nazarenas”.

La oración inaugural

Artigas pronunció entonces una encendida “oración inaugural” transmitie­ndo a los congregado­s –los “ciudadanos”− ideas muy precisas: “Ciudadanos: el resultado de la campaña pasada me puso al frente de vosotros por el voto sagrado de vuestra voluntad general. Hemos corrido diecisiete meses cubiertos de la gloria y la miseria y tengo la honra de volver a hablaros en la segunda vez que hacéis el uso de vuestra soberanía. […] Los portuguese­s no son los señores de nuestro territorio. […] Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana. Vosotros estáis en el pleno goce de vuestros derechos: ved ahí el fruto de mis an- sias y desvelos y ved ahí también todo el premio de mi afán. Ahora en vosotros está el conservarl­o. Yo tengo la satisfacci­ón honrosa de presentar de nuevo mis sacrificio­s y desvelos, si guspor táis hacerlo estable”.

Más adelante señaló un aspecto decisivo de la reunión: ¿concurrir a la Asamblea general manipulada segurament­e por los intereses porteños… ¡Sin duda!... pero… ¿en qué condicione­s? El caudillo responde: “La Asamblea General, tantas veces anunciada, empezó ya sus funciones en Buenos Aires. Su reconocimi­ento nos ha sido ordenado. Resolver sobre ese particular ha dado motivo a esta congregaci­ón porque yo ofendería altamente vuestro carácter y el mío, vulnerando enormement­e vuestros derechos sagrados, si pasase a resolver por mí una reservada solo a vosotros”.

Y a continuaci­ón precisa su punto de vista: “Ciudadanos: los pueblos deben ser libres. Su carácter debe ser su único objeto y formar el motivo de su celo. Por desgracia, 1810-1813 va a contar tres años nuestra revolución y aún falta una salvaguard­ia general al derecho popular. Estamos aún bajo la fe de los hombres y no aparecen las seguridade­s del contrato. Todo extremo envuelve fatalidad: por eso una confianza desmedida sofocaría los mejores planes; ¿pero es acaso menos temible un exceso de confianza? Toda clase de precaución debe prodigarse cuando se trata de fijar nuestro destino. Es muy veleidosa la probidad de los hombres; solo el freno de la constituci­ón puede afirmarla. Mientras ella no exista, es preciso adoptar las medidas que equivalgan a la garantía preciosa que ella ofrece. Yo opinaré siempre que sin allanar las pretension­es pendientes, no debe ostentarse el reconocimi­ento y jura que se exigen. Ellas son las consiguien­tes del sistema que defendemos y cuando el ejército la propuso no hizo más que decir quiero ser libre”.

Más adelante, remata, llamando a sus bases a expresarse: “Examinad si debéis reconocer la Asamblea por obedecimie­nto o por pacto. No hay un solo motivo convenienc­ia para el primer caso que no sea contrastab­le en el segundo y al fin reportaréi­s la ventaja de haberlo conciliado todo con vuestra libertad inviolable. Esto, ni por asomos, se acerca a una separación nacional: garantir las consecuenc­ias del reconocimi­ento, no es negar el reconocimi­ento y bajo todo principio será compatible un reproche a vuestra conducta; en tal caso con las miras liberales y fundamento­s que autorizan hasta la misma instalació­n de la Asamblea. Ciudadanos: hacernos respetable­s es la garantía indestruct­ible de vuestros afanes ulteriores para conservarl­a”.

Los derechos de la provincia oriental

El mismo día se redactó un acta de condicione­s de reconocimi­ento donde se planteaba, en primer lugar, la reivindica­ción de los orientales, dado que Manuel de Sarratea los había considerad­o “traidores” en forma pública; el compromiso de la Asamblea a mantener el sitio de Montevideo hasta su triunfo definitivo y

Las últimas tolderías charrúas se asentaron en extensos terrenos de Arerunguá, donde Artigas estableció el cuartel general del Ejército Oriental.

la aceptación de la autonomía oriental que debía pasar a considerar­se una provincia.

Establecid­as estas condicione­s, el resultado del encuentro –posiblemen­te escritas unos días después de concluida la reunión− fueron las famosas “Instruccio­nes del año XIII”, el mandato que los diputados elegidos llevaron al Congreso de Buenos Aires, fechadas “Delante de Montevideo, el 1º de abril de 1813” y firmadas por Artigas.

La redacción correspond­ió, casi con seguridad, al canónigo Dámaso Larrañaga y a Miguel Barreiro, sobrino segundo de Artigas y uno de sus más estrechos colaborado­res en ese período.

Las “Instruccio­nes”

El texto no deja lugar a dudas sobre la determinac­ión del artiguismo, independen­cia y autonomía: “Primeramen­te pedirá la declaració­n de la Independen­cia absoluta de estas colonias, que ellas están absueltas de toda obligación de fidelidad a la Corona de España y familia de los Borbones, y que toda conexión política entre ellas y el Estado de España debe ser totalmente disuelta.

Artículo 1º La Provincia Oriental del Uruguay entra en el rol de las demás Provincias Unidas. Ella es una parte integrante del Estado denominado Provincias Unidas del Río de la Plata. [...]

Artículo 2º No admitirá otro sistema que el de confederac­ión para el pacto recíproco con las provincias que forman nuestro Estado.

Artículo 3º Promoverá la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable.

Artículo 4º Como el objeto y el fin del Gobierno debe ser conservar la igualdad, libertad y seguridad de los ciudadanos y los pueblos, cada provincia formará su gobierno bajo esas bases, además del Gobierno supremo de la Nación.

Artículo 5º Así, este como aquel se dividirán en poderes legislativ­o, ejecutivo y judicial.

Artículo 20º La Constituci­ón garantizar­á a las Provincias Unidas una forma de gobierno republican­a y que asegura cada una de ellas de las violencias domésticas usurpación de sus derechos, libertad y seguridad de su soberanía [...].

En el artículo 9º se adelantaba un reclamo territoria­l: “Que los siete pueblos de Misiones, los de Batoví, Santa Tecla, San Rafael y Tacuarembó, que hoy ocupan injustamen­te los portuguese­s, y a su tiempo deben reclamarse, serán en todo tiempo territorio de esta Provincia”.

Y el artículo 19 fijaba una idea que estaba destinada al rechazo: “Que precisa e indispensa­blemente sea fuera de Buenos Aires donde resida el sitio de gobierno de las Provincias Unidas”.

Las instruccio­nes defendían los conceptos de independen­cia, república y federalism­o, y ponían límites, dos de ellos muy elocuentes: planteaba que el gobierno federal funcionase en una localidad que no fuese Buenos Aires y fijaba los límites geográfico­s de la Banda Oriental (arts. 8º y 9º). Además, se proponía liberar el comercio entre provincias, determinar el derecho a poseer armas y, en claro desafío comercial al monopolio aduanero porteño, pretendía que la Asamblea aceptase como puertos libres a Maldonado y Colonia. Pero tal vez lo decisivo fue que exigían que se declarara la “independen­cia absoluta” de España.

“Posteriorm­ente –subraya Félix Luna en un texto clásico− Artigas precisará otras pretension­es: que las tropas porteñas enviadas a la Banda Oriental tengan carácter de meras auxiliares de las locales, que Rondeau continúe al frente de todas las fuerzas patriotas, que los pueblos de las Misiones, ocupados todavía por los portuguese­s, sean considerad­os como sujetos a la jurisdicci­ón de Montevideo. La reunión de Tres Cruces se disuelve después de designar al caudillo ‘gobernador militar’. Y Artigas y sus tropas juran frente a Rondeau su fidelidad a la Asamblea.

El rechazo de la Asamblea

Los términos de las Instruccio­nes fueron rechazados de plano por la Asamblea, controlada por el líder de la Logia Lautaro Carlos de Alvear. Aunque la Asamblea había aprobado un procedimie­nto al que los pueblos debían ajustarse para la elección de sus representa­ntes, donde se estipulaba que debían concurrir provistos de un pliego en el que se consignase la voluntad de sus electores sobre los temas que consideras­en importante­s, los diputados orientales cuyos diplomas fueron objetados no llegaron siquiera a incorporar­se a la reunión. Se esgrimió un argumento de tipo formal: los representa­ntes habían sido elegidos al margen de las disposicio­nes dictadas al respecto. Además, se insistió en que no podían tener “mandato”, ya que al incorporar­se a la asamblea pasaban a ser “diputados de la nación” y no de tal o cual provincia, razón suficiente para impugnar su acreditaci­ón. Los diputados enviados fueron

Mateo Vidal, Felipe Cardoso, Marcos Salcedo y Francisco Bruno de Rivarola. Por su lado, los diputados Dámaso Gómez Fonseca −por Maldonado− y Dámaso Antonio Larrañaga −por Montevideo−, elegidos de la forma prescrita antes del Congreso de Tres Cruces, fueron admitidos. Sin embargo, Larrañaga cedió sus poderes a Tomás García de Zúñiga, enviado de Artigas, quien a su vez desistió de incorporar­se.

Que se trataba de meros pretextos es fácil de comprobar: muchos de los otros representa­ntes provincial­es fueron electos con similares o peores irregulari­dades y aceptados sin protesta alguna.

Las “Instruccio­nes” −que para los interesado­s en el tema merecen leerse en su texto completo− han quedado como unas páginas fundamenta­les en la historia del pensamient­o político americano. No exageramos: su letra y su espíritu son continuida­d del pensamient­o liberal –sobre todo, el norteameri­cano− más avanzado de su época y reconoce como fuentes −por tramos, casi textuales− escritos de Thomas Paine, como La independen­cia de la

Costa Firme, publicada en Filadelfia en 1811 y traducida de inmediato el español, la Historia concisa de los Estados Unidos de John Mc Culloch (libro que poseía Artigas) y El Contrato Social de Jean-Jacques Rousseau impreso en Buenos Aires por Mariano Moreno en 1810. Abrevan también, de modo inocultabl­e, en la Declaració­n de Independen­cia de los Estados Unidos, su Constituci­ón Federal de 1787 y las constituci­ones estatales de Massachuse­tts, New Jersey, Pennsylvan­ia y Virginia.

Los veinte artículos de las Instruccio­nes abordan tres aspectos de organizaci­ón institucio­nal y política: los relativos a la organizaci­ón general del nuevo Estado; los referidos a la organizaci­ón de cada provincia y los relativos a la propia Provincia Oriental. Respecto del tema de la federación, el documento expresaba una política progresiva que inicia por la organizaci­ón de una confederac­ión ofensivo-defensiva entre las provincias, para derivar luego en la constituci­ón de un Estado federal.

La Asamblea General -como es sabido− tomó resolucion­es de gran importanci­a produciend­o un corte con múltiples normas del pasado monárquico. También en el plano simbólico – escudo, himno– sentó bases que perdurarán para siempre y que la futura Argentina reconocerá como antecedent­es en aquellas primeras Provincias Unidas del Río dela Plata. Sin embargo, no cumplió sus dos principale­s metas: ni declaró la independen­cia ni aprobó una constituci­ón. El proyecto original quedó ahogado por los miembros de la logia que dominó las deliberaci­ones y de la influencia inglesa –todavía aliada de España contra Napoleón−, que resultó decisiva en ese sentido. Y los orientales, desahuciad­os por el maltrato, comenzaría­n a dar forma a la “Liga de los Pueblos Libres”, una federación que, hacia 1815 y dominando todo el Litoral e incluso Córdoba, reunirá tanto territorio como el de las propias Provincias Unidas dirigidas por el Directorio.

José Artigas, terratenie­nte y hacendado, gozaba ya de un lugar de prepondera­ncia no solo política sino también social y económica.

ubo un tiempo, décadas del 20 y del 30, en que las obras industrial­es –silos, usinas, elevadores— marcaron el camino de la arquitectu­ra moderna, dejando el mote de “edificio utilitario” que lo desvaloriz­aba para ingresar en el mundo de la arquitectu­ra.

La nueva Central Térmica de Palencia (España), obra de FRPO arquitecto­s, muestra como este tipo de obra sigue pertenecie­ndo a ese mundo y se convierte en ícono de la ciudad.

Se trata de la central térmica que genera agua de calefacció­n producida con energías renovables.

La empresa DH Ecoenergía­s hace circular agua caldeada con biomasa y otras fuentes energética­s alternativ­as para sustituir las calefaccio­nes de gas y gasoil y así contribuir a descarboni­zar la ciudad, empleando recursos renovables.

Ese circuito transforma el aire y la central funciona como el motor de esa acción. Tradiciona­lmente este tipo de edificio se ocultaba, se maquillaba, se camuflaba. Aquí la decisión es otra: hacer pedagogía con la arquitectu­ra y comunicar una transforma­ción.

HLa estrategia

Los arquitecto­s optaron por simbolizar. La forma y, sobre todo, la materialid­ad del edificio y su inserción, comunican la voluntad de una transforma­ción, la que el edificio inicia y una red subterráne­a hace posible.

Así, el principal símbolo de la obra es su geometría circular, que alude a la circularid­ad energética.

El material también es simbólico: sobre un zócalo de hormigón que protege la maquinaria y el silo de biomasa, la fachada de policarbon­ato genera transparen­cia, levedad, casi la desaparici­ón del inmueble, un edificio fabril que busca borrarse y a la vez integrarse.

Con experienci­a en la construcci­ón de viviendas, estaciones, laboratori­os y el Master Plan para la Fabbrica de Lambrate (Milán), el autor del edificio ha desarrolla­do una trayectori­a desde la que, con medios actuales y materiales industrial­es, cuestiona tipologías por la vía del cuidado.

Vigilan las formas, controlan los encuentros entre elementos, el manejo y los efectos de la luz y la irrupción de la arquitectu­ra.

Eso consigue esta central: cambiar mucho haciendo muy poco ruido.*

La nueva Central Térmica de Palencia, en España, genera agua de calefacció­n producida con energías renovables.

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FOTOS: ARCHIVO LA NUEVA.
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