Artigas y las “instrucciones” para los diputados
Un amplio proceso deliberativo y una vasta compulsa popular anticiparon los debates para que la delegación oriental adoptara un “programa” a elevar al Congreso reunido en Buenos Aires
l pueblo de la Banda Oriental del Plata realizó así un intenso proceso deliberativo previo a la reunión del Congreso de Tres Cruces, realizado en abril de 1813, que designó a la diputación.
La Asamblea General Constituyente conocida como “del Año XIII”, pendiente de conformarse desde los tiempos de la Primera Junta, había comenzado sus deliberaciones en enero. Las diversas regiones nominaron sus diputados y lo mismo sucedió en la Provincia Oriental aunque, en este caso,
Ese distinguió la participación del pueblo, cosa aún poco habitual en el resto de las provincias, acostumbrados a que la toma de decisiones se limitaba a reuniones de una elite local.
José Artigas, terrateniente y hacendado, gozaba ya de un lugar de preponderancia no solo política sino también social y económica. Además de lo que le pudiera corresponder por herencias, en 1811 Artigas era dueño de un gran latifundio en Arerunguá de más de 200.000 hectáreas y, en sociedad con su hermano Manuel, de otro similar, en Cuñapirú.
Las últimas tolderías charrúas se asentaron, justamente, en esos extensos terrenos de Arerunguá donde Artigas estableció el cuartel general del Ejército Oriental. No es de extrañar lo tanto que, durante sus primeras proclamas, como la realizada en Mercedes, lograra reunir tras de sí a un consolidado grupo de grandes latifundistas orientales. Expresión de ello es el cuadro de Juan Manuel Blanes que recrea el Congreso de Abril pintado por encargo del gobierno.
Ese cuadro exhibe un ambiente austero y hay, sentados y parados, un conjunto de hombres con sus miradas atentas. El grupo – observa un historiador uruguayo− es de “hombres blancos caucásicos (o casi), visten levita y calzan polaina o bota inglesa; aparentemente es un grupo de alto nivel económico que, supongo, representa al pequeño pero poderoso sector ganadero (también barraqueros y comerciantes) que el propio Artigas, fuerte terrateniente, integra; allí no hay hombres de poncho, chiripá y nazarenas”.
La oración inaugural
Artigas pronunció entonces una encendida “oración inaugural” transmitiendo a los congregados –los “ciudadanos”− ideas muy precisas: “Ciudadanos: el resultado de la campaña pasada me puso al frente de vosotros por el voto sagrado de vuestra voluntad general. Hemos corrido diecisiete meses cubiertos de la gloria y la miseria y tengo la honra de volver a hablaros en la segunda vez que hacéis el uso de vuestra soberanía. […] Los portugueses no son los señores de nuestro territorio. […] Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana. Vosotros estáis en el pleno goce de vuestros derechos: ved ahí el fruto de mis an- sias y desvelos y ved ahí también todo el premio de mi afán. Ahora en vosotros está el conservarlo. Yo tengo la satisfacción honrosa de presentar de nuevo mis sacrificios y desvelos, si guspor táis hacerlo estable”.
Más adelante señaló un aspecto decisivo de la reunión: ¿concurrir a la Asamblea general manipulada seguramente por los intereses porteños… ¡Sin duda!... pero… ¿en qué condiciones? El caudillo responde: “La Asamblea General, tantas veces anunciada, empezó ya sus funciones en Buenos Aires. Su reconocimiento nos ha sido ordenado. Resolver sobre ese particular ha dado motivo a esta congregación porque yo ofendería altamente vuestro carácter y el mío, vulnerando enormemente vuestros derechos sagrados, si pasase a resolver por mí una reservada solo a vosotros”.
Y a continuación precisa su punto de vista: “Ciudadanos: los pueblos deben ser libres. Su carácter debe ser su único objeto y formar el motivo de su celo. Por desgracia, 1810-1813 va a contar tres años nuestra revolución y aún falta una salvaguardia general al derecho popular. Estamos aún bajo la fe de los hombres y no aparecen las seguridades del contrato. Todo extremo envuelve fatalidad: por eso una confianza desmedida sofocaría los mejores planes; ¿pero es acaso menos temible un exceso de confianza? Toda clase de precaución debe prodigarse cuando se trata de fijar nuestro destino. Es muy veleidosa la probidad de los hombres; solo el freno de la constitución puede afirmarla. Mientras ella no exista, es preciso adoptar las medidas que equivalgan a la garantía preciosa que ella ofrece. Yo opinaré siempre que sin allanar las pretensiones pendientes, no debe ostentarse el reconocimiento y jura que se exigen. Ellas son las consiguientes del sistema que defendemos y cuando el ejército la propuso no hizo más que decir quiero ser libre”.
Más adelante, remata, llamando a sus bases a expresarse: “Examinad si debéis reconocer la Asamblea por obedecimiento o por pacto. No hay un solo motivo conveniencia para el primer caso que no sea contrastable en el segundo y al fin reportaréis la ventaja de haberlo conciliado todo con vuestra libertad inviolable. Esto, ni por asomos, se acerca a una separación nacional: garantir las consecuencias del reconocimiento, no es negar el reconocimiento y bajo todo principio será compatible un reproche a vuestra conducta; en tal caso con las miras liberales y fundamentos que autorizan hasta la misma instalación de la Asamblea. Ciudadanos: hacernos respetables es la garantía indestructible de vuestros afanes ulteriores para conservarla”.
Los derechos de la provincia oriental
El mismo día se redactó un acta de condiciones de reconocimiento donde se planteaba, en primer lugar, la reivindicación de los orientales, dado que Manuel de Sarratea los había considerado “traidores” en forma pública; el compromiso de la Asamblea a mantener el sitio de Montevideo hasta su triunfo definitivo y
Las últimas tolderías charrúas se asentaron en extensos terrenos de Arerunguá, donde Artigas estableció el cuartel general del Ejército Oriental.
la aceptación de la autonomía oriental que debía pasar a considerarse una provincia.
Establecidas estas condiciones, el resultado del encuentro –posiblemente escritas unos días después de concluida la reunión− fueron las famosas “Instrucciones del año XIII”, el mandato que los diputados elegidos llevaron al Congreso de Buenos Aires, fechadas “Delante de Montevideo, el 1º de abril de 1813” y firmadas por Artigas.
La redacción correspondió, casi con seguridad, al canónigo Dámaso Larrañaga y a Miguel Barreiro, sobrino segundo de Artigas y uno de sus más estrechos colaboradores en ese período.
Las “Instrucciones”
El texto no deja lugar a dudas sobre la determinación del artiguismo, independencia y autonomía: “Primeramente pedirá la declaración de la Independencia absoluta de estas colonias, que ellas están absueltas de toda obligación de fidelidad a la Corona de España y familia de los Borbones, y que toda conexión política entre ellas y el Estado de España debe ser totalmente disuelta.
Artículo 1º La Provincia Oriental del Uruguay entra en el rol de las demás Provincias Unidas. Ella es una parte integrante del Estado denominado Provincias Unidas del Río de la Plata. [...]
Artículo 2º No admitirá otro sistema que el de confederación para el pacto recíproco con las provincias que forman nuestro Estado.
Artículo 3º Promoverá la libertad civil y religiosa en toda su extensión imaginable.
Artículo 4º Como el objeto y el fin del Gobierno debe ser conservar la igualdad, libertad y seguridad de los ciudadanos y los pueblos, cada provincia formará su gobierno bajo esas bases, además del Gobierno supremo de la Nación.
Artículo 5º Así, este como aquel se dividirán en poderes legislativo, ejecutivo y judicial.
Artículo 20º La Constitución garantizará a las Provincias Unidas una forma de gobierno republicana y que asegura cada una de ellas de las violencias domésticas usurpación de sus derechos, libertad y seguridad de su soberanía [...].
En el artículo 9º se adelantaba un reclamo territorial: “Que los siete pueblos de Misiones, los de Batoví, Santa Tecla, San Rafael y Tacuarembó, que hoy ocupan injustamente los portugueses, y a su tiempo deben reclamarse, serán en todo tiempo territorio de esta Provincia”.
Y el artículo 19 fijaba una idea que estaba destinada al rechazo: “Que precisa e indispensablemente sea fuera de Buenos Aires donde resida el sitio de gobierno de las Provincias Unidas”.
Las instrucciones defendían los conceptos de independencia, república y federalismo, y ponían límites, dos de ellos muy elocuentes: planteaba que el gobierno federal funcionase en una localidad que no fuese Buenos Aires y fijaba los límites geográficos de la Banda Oriental (arts. 8º y 9º). Además, se proponía liberar el comercio entre provincias, determinar el derecho a poseer armas y, en claro desafío comercial al monopolio aduanero porteño, pretendía que la Asamblea aceptase como puertos libres a Maldonado y Colonia. Pero tal vez lo decisivo fue que exigían que se declarara la “independencia absoluta” de España.
“Posteriormente –subraya Félix Luna en un texto clásico− Artigas precisará otras pretensiones: que las tropas porteñas enviadas a la Banda Oriental tengan carácter de meras auxiliares de las locales, que Rondeau continúe al frente de todas las fuerzas patriotas, que los pueblos de las Misiones, ocupados todavía por los portugueses, sean considerados como sujetos a la jurisdicción de Montevideo. La reunión de Tres Cruces se disuelve después de designar al caudillo ‘gobernador militar’. Y Artigas y sus tropas juran frente a Rondeau su fidelidad a la Asamblea.
El rechazo de la Asamblea
Los términos de las Instrucciones fueron rechazados de plano por la Asamblea, controlada por el líder de la Logia Lautaro Carlos de Alvear. Aunque la Asamblea había aprobado un procedimiento al que los pueblos debían ajustarse para la elección de sus representantes, donde se estipulaba que debían concurrir provistos de un pliego en el que se consignase la voluntad de sus electores sobre los temas que considerasen importantes, los diputados orientales cuyos diplomas fueron objetados no llegaron siquiera a incorporarse a la reunión. Se esgrimió un argumento de tipo formal: los representantes habían sido elegidos al margen de las disposiciones dictadas al respecto. Además, se insistió en que no podían tener “mandato”, ya que al incorporarse a la asamblea pasaban a ser “diputados de la nación” y no de tal o cual provincia, razón suficiente para impugnar su acreditación. Los diputados enviados fueron
Mateo Vidal, Felipe Cardoso, Marcos Salcedo y Francisco Bruno de Rivarola. Por su lado, los diputados Dámaso Gómez Fonseca −por Maldonado− y Dámaso Antonio Larrañaga −por Montevideo−, elegidos de la forma prescrita antes del Congreso de Tres Cruces, fueron admitidos. Sin embargo, Larrañaga cedió sus poderes a Tomás García de Zúñiga, enviado de Artigas, quien a su vez desistió de incorporarse.
Que se trataba de meros pretextos es fácil de comprobar: muchos de los otros representantes provinciales fueron electos con similares o peores irregularidades y aceptados sin protesta alguna.
Las “Instrucciones” −que para los interesados en el tema merecen leerse en su texto completo− han quedado como unas páginas fundamentales en la historia del pensamiento político americano. No exageramos: su letra y su espíritu son continuidad del pensamiento liberal –sobre todo, el norteamericano− más avanzado de su época y reconoce como fuentes −por tramos, casi textuales− escritos de Thomas Paine, como La independencia de la
Costa Firme, publicada en Filadelfia en 1811 y traducida de inmediato el español, la Historia concisa de los Estados Unidos de John Mc Culloch (libro que poseía Artigas) y El Contrato Social de Jean-Jacques Rousseau impreso en Buenos Aires por Mariano Moreno en 1810. Abrevan también, de modo inocultable, en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, su Constitución Federal de 1787 y las constituciones estatales de Massachusetts, New Jersey, Pennsylvania y Virginia.
Los veinte artículos de las Instrucciones abordan tres aspectos de organización institucional y política: los relativos a la organización general del nuevo Estado; los referidos a la organización de cada provincia y los relativos a la propia Provincia Oriental. Respecto del tema de la federación, el documento expresaba una política progresiva que inicia por la organización de una confederación ofensivo-defensiva entre las provincias, para derivar luego en la constitución de un Estado federal.
La Asamblea General -como es sabido− tomó resoluciones de gran importancia produciendo un corte con múltiples normas del pasado monárquico. También en el plano simbólico – escudo, himno– sentó bases que perdurarán para siempre y que la futura Argentina reconocerá como antecedentes en aquellas primeras Provincias Unidas del Río dela Plata. Sin embargo, no cumplió sus dos principales metas: ni declaró la independencia ni aprobó una constitución. El proyecto original quedó ahogado por los miembros de la logia que dominó las deliberaciones y de la influencia inglesa –todavía aliada de España contra Napoleón−, que resultó decisiva en ese sentido. Y los orientales, desahuciados por el maltrato, comenzarían a dar forma a la “Liga de los Pueblos Libres”, una federación que, hacia 1815 y dominando todo el Litoral e incluso Córdoba, reunirá tanto territorio como el de las propias Provincias Unidas dirigidas por el Directorio.
José Artigas, terrateniente y hacendado, gozaba ya de un lugar de preponderancia no solo política sino también social y económica.
ubo un tiempo, décadas del 20 y del 30, en que las obras industriales –silos, usinas, elevadores— marcaron el camino de la arquitectura moderna, dejando el mote de “edificio utilitario” que lo desvalorizaba para ingresar en el mundo de la arquitectura.
La nueva Central Térmica de Palencia (España), obra de FRPO arquitectos, muestra como este tipo de obra sigue perteneciendo a ese mundo y se convierte en ícono de la ciudad.
Se trata de la central térmica que genera agua de calefacción producida con energías renovables.
La empresa DH Ecoenergías hace circular agua caldeada con biomasa y otras fuentes energéticas alternativas para sustituir las calefacciones de gas y gasoil y así contribuir a descarbonizar la ciudad, empleando recursos renovables.
Ese circuito transforma el aire y la central funciona como el motor de esa acción. Tradicionalmente este tipo de edificio se ocultaba, se maquillaba, se camuflaba. Aquí la decisión es otra: hacer pedagogía con la arquitectura y comunicar una transformación.
HLa estrategia
Los arquitectos optaron por simbolizar. La forma y, sobre todo, la materialidad del edificio y su inserción, comunican la voluntad de una transformación, la que el edificio inicia y una red subterránea hace posible.
Así, el principal símbolo de la obra es su geometría circular, que alude a la circularidad energética.
El material también es simbólico: sobre un zócalo de hormigón que protege la maquinaria y el silo de biomasa, la fachada de policarbonato genera transparencia, levedad, casi la desaparición del inmueble, un edificio fabril que busca borrarse y a la vez integrarse.
Con experiencia en la construcción de viviendas, estaciones, laboratorios y el Master Plan para la Fabbrica de Lambrate (Milán), el autor del edificio ha desarrollado una trayectoria desde la que, con medios actuales y materiales industriales, cuestiona tipologías por la vía del cuidado.
Vigilan las formas, controlan los encuentros entre elementos, el manejo y los efectos de la luz y la irrupción de la arquitectura.
Eso consigue esta central: cambiar mucho haciendo muy poco ruido.*
La nueva Central Térmica de Palencia, en España, genera agua de calefacción producida con energías renovables.