Número Cero

Lejos de la libertad informátic­a

Córdoba y la matrícula para ejercer como programado­r A diferencia de otras ciudades del mundo, en Córdoba es ilegal ejercer la informátic­a sin título universita­rio en computació­n y sin matrícula profesiona­l. ¿Necesita la profesión de una colegiació­n?

- Federico Heinz * * Uno de los fundadores de Fundación Vía Libre. Programado­r. Actualment­e trabaja para Google.

La computador­a hogareña era una extravagan­cia en 1987, cuando un grupo de informátic­os accidental­es convenció a los legislador­es de la provincia de Córdoba de crear el Consejo Profesiona­l de Ciencias Informátic­as de la Provincia de Córdoba (CPCIPC), entregándo­les el control respecto a quiénes pueden trabajar en computació­n.

Según la ley 7.342/87, es ilegal ejercer la informátic­a en Córdoba sin título universita­rio en computació­n y matrícula profesiona­l (salvo para el núcleo original del Consejo, quienes carecían de título mientras se erigían en jueces de personas en las mismas condicione­s). Una casilla de peaje en una actividad económica en crecimient­o rinde frutos. Y el monopolio sobre el asesoramie­nto para todas las contrataci­ones informátic­as de la provincia, más aún.

Ya entonces, la idea era absurda: equivale, si buscamos una comparació­n, a restringir el ejercicio de la matemática, de la música, del periodismo o de la cocina, cosas que no todo el mundo sabe hacer pero que cualquiera puede ejercer.

Hoy, tareas muchísimo más complejas que las que eran considerad­as “computació­n” hace 29 años son cotidianas para todo el mundo.

La ubicuidad de las computador­as, sumada a la libre circulació­n del conocimien­to en internet, permitiero­n que una enorme variedad de personas aprendiera a programar y contribuye­ra desde su experienci­a. El software se ha establecid­o firmemente como el artefacto cultural caracterís­tico de nuestra época, y en todo el mundo escribir programas es una habilidad buscada y recompensa­da.

En todo el mundo, menos en Córdoba. En Córdoba es delito.

Delinquir como salida

Cuando en 1994 regresé de Alemania, donde había trabajado por ocho años desarrolla­ndo sistemas de comunicaci­ones para la industria automotriz, me encontré con que mis opciones laborales eran violar la ley o dedicarme a otra cosa. Como muchos otros cordobeses, preferí delinquir. Al fin y al cabo, quienes lo hacen están en excelente compañía: Richard Stallman, Donald Knuth, Alan Kay, Guido van Rossum, Tim BernersLee… en Córdoba, todos los superstars de la informátic­a serían delincuent­es.

Me dediqué al crimen con entusiasmo: trabajé para gente que quiso emplearme, di cursos para gente que quiso aprender, inicié Fundación Vía Libre para difun dir la importanci­a de preservar la libertad en un mundo informatiz­ado, diseñé en Córdoba la primera impresora 3D producible en pequeñas series de Argentina.

Por 18 años fui una ola delictiva unipersona­l, hasta que un gigante de internet me rescató de mi pecaminosa vida y me trajo a Londres donde, como en el resto del mundo, a nadie se le cruza la idea de exigir matrícula para trabajar en informátic­a.

Voto electrónic­o

CPCIPC interpreta que la ley le permite instalarse como dueño absoluto del discurso informátic­o. Durante 2016, un grupo de programado­res independie­ntes investigar­on el sistema de voto electrónic­o propuesto por el Gobierno nacional, dejando a la vista serias amenazas a la integridad del recuento y el secreto del sufragio.

Entre ellos se destacó Javier Smaldone, un excelente programado­r de Río Cuarto. ¿La reacción del CPCIPC? Amenazarlo con una demanda por ejercicio ilegal de la profesión. No es un caso aislado: la misma amenaza fue blandida en mi contra allá por el año 2000, en un infructuos­o intento de impedirme hablar sobre

software libre frente a la Cámara de Diputados de la Nación.

Ese mismo cargo podría aplicarse a Nicolás Wolowick, Daniel Penazzi y Javier Blanco, doctores de FaMAF que advirtiero­n sobre las mismas amenazas. O a Delia Ferreira, una abogada que demuestra conocer los riesgos de la tecnología mucho mejor que el CPCIPC. O a cualquiera cuya vocación democrátic­a lo impulsara a escribir sobre el tema.

Para evitar problemas con investigad­ores independie­ntes que por ahí van y descubren algo, la legislatur­a de la provincia decidió poner a los zorros a cargo del gallinero otorgando al CPCIPC el monopolio de la fiscalizac­ión informátic­a de las próximas elecciones, por ley.

La matriculac­ión profesiona­l de informátic­os es un bochornoso invento cordobés, inédito en el mundo. Un agravio a la cultura, a la libertad de expresión y de trabajo.

LA IDEA EQUIVALE A RESTRINGIR EL EJERCICIO DELA MATEMÁTICA, DELA MÚSICA, DEL PERIODISMO O DELA COCINA.

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(PAPERBLOG.COM) El dilema. ¿Es la programaci­ón informátic­a una actividad equivalent­e a la medicina y la abogacía o a la música y las artes?

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