Año nuevo, creencias nuevas
La industria de las predicciones parece perfecta, cuenta incluso con la complicidad y con la curiosidad de muchos escépticos.
Llega el día de reemplazar el calendario maldecido durante 12 meses por uno nuevo que también será maldecido en sus 12 meses. Se resucitan las prácticas que prometen prosperidad y pululan por doquier los pronósticos entre los que se destacan sólo uno, la vedete anual: el horóscopo.
Existen registros de estudios de los astros que datan de 25 mil años antes de Cristo, mientras que las primeras predicciones basadas en la hora de nacimiento del individuo están fechadas alrededor del 3.000 antes de Cristo y pertenecen a los egipcios.
Luego, y gracias a las inclinaciones místicas de Alejandro Magno, las predicciones con el formato de horóscopo se trasladaron a la cuna de Occidente y –varias modificaciones mediante– se expandieron por el resto del mundo.
Lejos en espacio y tiempo de las culturas que decidían conquistas y batallas con estas predicciones de su lado, hoy hay quienes las consideran una profesión, un pasatiempo o mera charlatanería. La vaguedad e imprecisión propia del horóscopo le merece el destierro del reino de la ciencia, pero aún hoy –luego de varias revoluciones científicas– encuentra anclaje en la cultura popular.
Todos y cada uno de los días del año viejo están regidos por la causalidad de leyes y reglas científicas incuestionables. Se calcula la hora de llegada al trabajo sobre la base de leyes físicas ya debidamente demostradas; la química garantiza que las mismas proporciones de fernet y la gaseosa más popular del mundo resultarán con el mismo sabor.
Sin embargo, tal vez fruto del cansancio o de esa luz llamada esperanza que dicen late en todos nosotros, en los primeros días del año nuevo se suspende el paradigma científico para escuchar con atención el pronóstico del amor, los negocios y la salud en nuestras vidas.
En la mayoría de los casos, lo leído es olvidado un mes después o se relee con la imperiosa necesidad de encontrar una explicación a lo inusitado.
Sobrevive en nosotros la misma pulsión vital de entender lo desconocido que animó a nuestros ancestros, y nos impulsa a consultar ese espectro de explicaciones que exigen un grado mayor de creencia que de verdad incuestionable.
Junto con la sugestión cultural de que el primer día de un nuevo año la fortuna mejora estrepitosamente, se vuelve imperioso escuchar y leer a quienes nos dicen que todo va a mejorar.
Incluso si la fortuna se tuerce, se tratará de una mejora desde el punto de vista de algo que no sabemos bien qué es porque ya lo hemos olvidado, o en lo que después de todo no creíamos tanto.