Ojos bien abiertos
“Cuando la imagen no es lo suficientemente buena, acércate…”. El concejo del fotógrafo estadounidense Robert Capa era una de las frases de cabecera de John Berger. La actitud de aproximarse, de achicar la distancia, como si se pudiera tocar con los ojos y sentir la respiración de lo que se está mirando, recorre todo el trabajo del escritor y crítico de arte inglés fallecido el lunes a los 90 años.
Esa disposición tiene que ver con su interés por las minucias y su concentración inaudita en los detalles, se enlaza con su pasión por el conocimiento basado en un humanismo no ingenuo, de inspiración marxista y amplio alcance (las cosas, las obras de arte, los animales, las personas merecen una oportunidad: acércate, toca con los ojos), pero se funda sobre todo en las moléculas éticas que se mueven a toda velocidad en cada uno de sus escritos.
Maestro de la atención
John Berger era un maestro de la atención (la atención es una plegaria natural del alma, decía Nicolas Malebranche), empeñado en restituirle visibilidad y presencia a lo existente (a todo, a casi todo: una vaca, un traje viejo, ciruelas, un jarrón con flores, un campesino), incansable en su denuncia de las falsas ilusiones. “Intentar pintar hoy lo que de verdad existe es un acto de resistencia generador de esperanza” es la frase con la cierra su ensayo “Unos pasos hacia una pequeña teoría de lo visible”.
Se podría cambiar el verbo “pintar” por “escribir” y se tendría una imagen bastante aproximada de su inmenso proyecto de escritura, que incluye más de 40 libros, entre ellos una docena de novelas y ensayos como Modos
de ver, que marcó un antes y un después en las maneras de comprender el arte y ejercer la crítica. La BBC emitió, además, un programa de televisión basado en ese libro.
“Una historia siempre es una operación de rescate”, decía en una conversación con Susan Sontag, una de sus admiradoras incondicionales. Para la ensayista estadounidense, Berger hacía converger de manera única la atención al mundo sensible con las alertas de incendio: “Desde D. H. Lawrence no ha existido un escritor capaz de ofrecer al mundo tal atención sobre los problemas humanos más disímiles, con una sensualidad que no renuncia a los imperativos de la conciencia y la responsabilidad”.
Narrador, ensayista, crítico de arte, dramaturgo, pintor y dibujante, Berger se definía ante todo como un contador de historias, y se comparaba con un barquero que realiza contrabandos en las fronteras. Una sensación de urgencia y un desvelo incesante por determinar la raíz política de las problemáticas humanas animan buena parte de sus textos. Berger hubiera sido un pesimista cultural sin retorno de no ser por el rol que juega la esperanza (a la que definía como una lente mara-
NARRADOR, ENSAYISTA, CRÍTICO DE ARTE, DRAMATURGO, PINTOR YDIBUJANTE, JOHN BERGER SE DEFINÍA ANTE TODO COMO UN CONTADOR DE HISTORIAS.
villosa) en su concepción de las posibilidades de transformación.
“La cultura en la que vivimos es tal vez la más claustrofóbica que ha existido –se lee en uno de sus ensayos–; en la cultura de la globalización, como en el infierno de El Bosco, no se llega siquiera a entrever un lugar diferente o un modo distinto. Lo que se nos da es una prisión. Y enfrentada a este reduccionismo, la inteligencia humana se transforma en pura avaricia”. El remedio, en el mismo ensayo: “Tenemos que encontrar un horizonte. Y para eso hemos de volver a tener esperanza, en contra de lo que el nuevo orden pretende y perpetra”. Con la esperanza entre los
dientes es, precisamente, uno de sus títulos más polémicos, un grito de guerra que intenta penetrar en los pozos de desesperación de donde surge el terrorismo y se esfuerza en encontrarle un sentido, por ejemplo, a las acciones suicidas.
Marxista sin credenciales, erudito en saberes un poco abando- nados y formas de pensamiento no convencionales, podía sostener sus ideas haciendo pie en los Evangelios y cubrir un arco que lo llevaba a las cartas del subcomandante Marcos, pasando por Sartre, Spinoza o Joseph Beuys.
Nacido en 1926, en Londres, Berger sobrevivió a unos años monstruosos de educación formal, de la cual huyó atraído por el arte y el deseo de ver “mujeres desnudas”, como confesó alguna vez. Se inició en el ensayo bajo la tutela de George Orwell y debutó como novelista con Un pintor de
nuestro tiempo, en 1958. En 1962 dejó Inglaterra y se radicó en un pueblo de los Alpes franceses, donde vivió casi hasta su muerte. De su contacto con un ambiente rural y su preocupación por el mundo campesino surgió su imprescindible trilogía “De sus fatigas”, compuesta por las novelas Puerca tierra, Una vez en Europa y Lila y Flag. La emigración de trabajadores y el desarraigo fue el tema de Un
séptimo hombre, de 1974. En 1972 había obtenido el preciado Premio Booker con G., protagonizada por un casanova feminista, un personaje que encarna “al hombre que hace el amor como una forma de destruir mentalmente a la sociedad establecida”.
Narrador del arte
Junto a su literatura, Berger desarrolló una obra intensa y profundamente original en el campo de la escritura sobre arte, donde sus dotes de narrador juegan un rol determinante. Algunos de esos textos se pueden leer en El
tamaño de una bolsa, que se detiene en un conjunto heterogéneo de imágenes: los autorretratos de Rembrandt, las flores y las botellas de Giorgio Morandi, algunos paisajes muy poco conocidos de Van Gogh, los retratos de momias de las necrópolis egipcias de El Fayum, los caballos de bronce de Edgar Degas, las esculturas de Brancusi o las pinturas en las que Frida Kahlo dejó constancia de una sensibilidad aguijoneada por el deseo y agudizada por el dolor.
Algunos de sus textos son breves y perfectos artefactos de persuasión. Berger tenía un don para interrogar a las obras de arte como momentos condensados y a la vez siempre abiertos de una determinada experiencia del mundo, cuyas fuerzas sumergidas procuró extraer sin descanso.