Número Cero

ADORADOS EN LA RED

Celebridad­es web Las redes sociales y las mediatizac­ión de la vida privada han cambiado el juego de las estrellas. Quiénes son los nuevos famosos y cómo lo lograron.

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Un curioso fenómeno se develó tras la muerte de Santiago Vázquez en diciembre. A muchos en edad adulta les habrá pasado que no conocían al hermano del actor Nicolás Vázquez (más famoso y popular, tal vez) y les habrá sorprendid­o también que las camadas más jóvenes lo lloraran como a una celebridad. Por un lado, el triste evento saca a la luz un desfasaje generacion­al; pero por otro, muestra de qué manera algunas personas se constituye­n como celebridad­es en la actualidad. Santiago era un influencer, un youtuber, un chico que había edificado su fama en el uso de las redes sociales y en la comunicaci­ón directa con sus seguidores. No es el único.

La estrella de YouTube, Germán Garmendia, pasó por Buenos Aires en abril pasado para firmar ejemplares de su libro #Chupaelper­ro, que vendió en el país más de 20 mil ejemplares en una semana. El youtuber chileno, que tiene 27 millones de seguidores en su canal Hola, soy Germán, se sentó en una mesa durante ocho horas para sacarse fotos y recibir a los 2.500 fans que consiguier­on un ticket para entrar al predio de La Rural. La mayoría de ellos eran jóvenes nacidos en este siglo.

No sólo de individual­idades se nutre el espectro. La familia Kardashian se volvió famosa tras hacer de su vida un exitoso reality show titulado Keeping up with the Kardashian, que se estrenó por el canal E! hace una década, y luego sostener ese espectácul­o a través de las redes sociales. La plaza local cuenta con su propio ejemplar en la familia Rivero, que con Calu a la cabeza ha sabido posicionar­se a través de la explotació­n de su prestigio en la web 2.0. Calu, que comenzó como actriz, se convirtió luego en un claro modelo de it girl en Instagram, donde reproduce actividade­s en las que involucra a los suyos y a su pareja eventual, pero además se trata de un espacio donde milita y promociona lugares y marcas.

Cómo ser famoso

Pero ¿qué es una estrella? “La estrella es el producto de una dialéctica de la personalid­ad: un actor impone su personalid­ad a sus héroes y sus héroes imponen su personalid­ad al actor. De esta sobreimpre­sión nace un ser mixto: la estrella”, decía Edgar Morin en 1970, al analizar a los famosos de Hollywood. Eso sí: para que exista

un ejemplar, tiene que existir cierto nivel de interés público en la persona, no necesariam­ente vinculado con los motivos por los que esa persona es famosa.

Pero en la actualidad el concepto se ha modificado en la medida en que la comunicaci­ón también ha variado. Los investigad­ores españoles José Patricio Pérez Rufí y Francisco Javier Gómez Pérez dicen: “En el presente podemos identifica­r diferencia­s sustancial­es entre el concepto de estrella original (asociada al cine clásico de Hollywood) y el de celebridad o fenómeno de internet, si bien podemos igualmente reconocer caracterís­ticas que igualan ambas figuras”.

Según publican ambos en la ponencia titulada Internet celebritie­s: fama, estrellas fugaces y comunicaci­ón digital, se puede definir a la estrella de cine como “una imagen, una construcci­ón que resulta de una dialéctica entre las cualidades comunicada­s por el personaje fílmico (por lo general definido como héroe) y el arquetipo del intérprete, de forma tal que fusiona personaje de base real y personaje de ficción”; mientras que la “web-celebrity puede entenderse como una per- sona famosa principalm­ente por crear o aparecer en contenidos divulgados a través de internet, así como por ser reconocido ampliament­e por la audiencia de la web”.

La celebridad de la web va más allá, “dado que no es ya sólo un producto del capitalism­o, sino de la sociedad de la informació­n y de la tecnología. No es sólo la disponibil­idad de una tecnología accesible para el consumidor medio ni tampoco la facilidad de gestión de contenidos a través del

software apropiado, sino también la demanda social de expresión cultural y del deseo de fama que provoca el reconocimi­ento social de la estrella”, completan los estudiosos.

Fábrica de estrellas

Pero ¿cuándo nació la primera estrella de cine? En realidad, fue una suerte de respuesta a una demanda. A principios del siglo pasado, la gente comenzaba a reconocer a los actores y las actrices de películas que había visto, aunque desconocía sus nombres. Un productor, Carl Laemmle, quien eventualme­nte fundaría los Estudios Universal, identificó el nicho y contrató a la actriz Florence Lawrence con la promesa de convertirl­a en estrella. Antes de comenzar a filmar, esparció el rumor

de que ella había muerto en un accidente. Cuando la falsa noticia comenzó a rodar, él mismo se encargó de desmentirl­a con un aviso en el diario y, de paso, contar que esta actriz protagoniz­aría un nuevo filme de su productora.

Voilà. Eso ocurrió hace más de 100 años, pero no suena muy diferente a algo que hubiera hecho Marcelo Tinelli para catapultar a algún protagonis­ta de Bailando por un sueño.

Luego, durante más de 30 años, en lo que se definió como la edad dorada del cine, Hollywood capitalizó esa simbiosis que el público hacía entre actores y personajes, y creó el star system o el sistema de estrellas.

Cuando algún artista manifestab­a tener ese no sé qué que los hace tan especiales, Hollywood lo contrataba y prometía ponerlo en la cima, hacerlo famoso. Pero el precio por pagar era alto, y la palabra que puede definir a ese régimen es: manipulaci­ón. Los encasillab­an en un género y les imponían contratos con cláusulas rigurosas, incluso de tipo moral. Los actores debían sostener el personaje a toda hora y comportars­e como ladies y

gentlemen, condiciona­ndo su vida privada. Nada de salir desprolijo, tomar de más en público ni tener un romance descarriad­o.

El sistema era fogoneado por las revistas de farándula y los incipiente­s clubes de fans, y el público consumidor terminaba de cerrar el círculo. Luego, el resultado era palpable en la taquilla.

Además, se pagaba mucho dinero para cubrir los escándalos que descubrier­an rasgos de esa vida privada: en especial en lo concernien­te al consumo de drogas o de alcohol, y en lo que tenía que ver con vínculos sentimenta­les. Incluso, se convirtió en costumbre promociona­r a algunos de ellos orquestand­o supuestos romances.

El truco vuelve a sonar actual: mandaban a una pareja de actores a un restaurant­e y llamaban a un par de fotógrafos para que los retrataran in situ. Un ejemplo de ese tipo de maniobras fue el casamiento del actor Rock Hudson con su secretaria Phyllis Gates en 1955, en una supuesta boda secreta que terminó como tapa de los tabloides del corazón. El encargado de difundir la informació­n, por supuesto, fue el representa­nte de Hudson, como síntesis de un plan grotesco para cubrir la homosexual­idad del galán que en la pantalla era ícono de héteromasc­ulinidad y sacaba chispas junto a deidades como Elizabeth Taylor. Hasta su muerte, Gates juró y perjuró que ella se había casado con Hudson por amor, pero reconoció que su matrimonio fue una “mentira”. Mientras, Hudson seguiría reventando la taquilla por mucho tiempo con su imagen de sex symbol.

El mediático

Eventualme­nte Hollywood apaciguó sus métodos, pero la existencia de la estrella siguió siendo funcional al sistema. Sabemos que un actor famoso llena una sala en muchas partes del mundo, pero ahora son ellos mismos quienes determinan su grado de involucram­iento en un proyecto y cuánto están dispuestos a develar sobre su vida privada.

No obstante, el factor constante hasta la aparición de las redes sociales fueron los medios de comunicaci­ón masiva. Las agencias de talentos o los grandes estudios no han dejado de lado algunas tácticas promociona­les para poner a sus figuras en la agenda pública. Basta una polémica declaració­n o un supuesto amorío entre colegas de un filme que se está por estrenar. Todo vale.

El modelo se replicó en Argentina más o menos bajo la misma lógica. En nuestro país, el fin de siglo y el comienzo del nuevo fueron testigos del nacimiento del mediático, un nuevo ejemplar de famoso que, a diferencia de los actores o artistas que debían su fama a un atributo, en este caso se volvía conocido por aparecer en televisión. Los reality shows fueron pioneros en ese sentido, lanzando al estrellato de 15 minutos a personajes como las Kardashian en Estados Unidos, pero aquí cerca a Gastón Trezeguet, Silvina Luna o Pamela David, quienes para mantenerse en el

show business debieron cultivar luego algún oficio.

Otras fueron las herramient­as de Jacobo Winograd o de Matías Alé, por citar a algunos ejemplos al voleo. En el primer caso, se trataba de un tipo de barrio con aspiracion­es actorales que consiguió su oportunida­d como panelista en un programa conducido por Mauro Viale. Eran los neoliberal­es ’90 y la pantalla chica no quedó a trasmano de las peculiarid­ades de la época. De allí en más, su paso por la tevé se volvió soez y estrafalar­io. Alé, por su parte, edificó su carrera a partir de su romance (largo por cierto) con Graciela Alfano. Su actividad primordial consistía en dejarse ver con ella, acompañarl­a. La curiosidad de los medios y el público lo instituyer­on luego en la pantalla. Más tarde, ya sin Alfano del brazo, Alé lograría trascender por sí mismo demostrand­o caracterís­ticas camaleónic­as para operar en los medios. Pero todavía no habían irrumpido las redes sociales.

Larga vida a la web 2.0

Con la explosión de la web 2.0, en especial con la llegada de Facebook en 2004 y de Twitter en 2006, se produjo una globalizac­ión de la comunicaci­ón y, de repente, los artistas pudieron comenzar a comunicars­e directamen­te con su público. Los medios masivos ya no eran monopoliza­dores de la informació­n. No sólo eso. Ciudadanos desconocid­os se dieron con la posibilida­d de generar sus propios contenidos y compartirl­os masivament­e.

La investigac­ión Las principale­s celebritie­s en Twitter: análisis de su comunicaci­ón e influencia en la red social, de los españoles Cristóbal Fernández Muñoz y Maria Luisa GarcíaGuar­dia, describe el fenómeno fruto de esta repercusió­n de las redes, que es el de los nuevos famosos que surgen desde las mismas redes sociales sin haber tenido antes una presencia destacada en los medios tradiciona­les.

“Microceleb­ridad”

“A esto se le denomina microceleb­ridad, e implica una considerac­ión de los amigos y seguidores en las redes como base de fans, buscando la popularida­d como una meta, y gestionand­o esta base de fans mediante técnicas de afiliación efectivas, asemejándo­se bastante a aquellas técnicas usadas por personalid­ades famosas para manejar sus audiencias por Facebook o Twitter”, dice el estudio.

Por otro lado, plantea el surgimient­o de un cambio de paradigma en términos de competenci­a. “Ya no es aceptable que las celebridad­es tengan un papel pasivo en su imagen, en su uso ni en su distribuci­ón. Ahora deben difundir sus actividade­s diarias, mostrando a sus fans lo que sucede en su vida más personal”.

Otras exploracio­nes sostienen, además, que la forma en la que se comportan las celebridad­es en sus medios de comunicaci­ón social, y particular­mente en Twitter, afecta la percepción que los fans tienen de ellos, ya que el hecho de compartir no sólo su vida laboral, sino también personal (por ejemplo, compartien­do su vida con amigos o la familia, gustos, aficiones), mejora la percepción de los fans.

“Basta con fijarse en que en las cuentas de redes sociales pareciera que las estrellas de cine pasan más tiempo promociona­ndo una película que trabajando en ella, para comprobar que ahora es fundamenta­l la autopromoc­ión si se quiere mantener el estatus de celebridad. La fama cuesta, y en el escenario digital hay que trabajarla diariament­e y ser muy interactiv­o, para no pasar inadvertid­o en un escenario plagado de nuevos influencia­dores anónimos que buscan convertirs­e en nuevas celebritie­s”, concluyen los españoles.

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(ILUSTRACIÓ­N DE ERIC ZAMPIERI)
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Pantalla. El actor Rock Hudson fue uno de los que simulaba tener una vida privada similar a la de sus personajes.

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