Número Cero

La memoria de los años ’70 en clave crítica

La revisión de la década de la dictadura militar y de las luchas guerriller­as es un trabajo constante, cuyo mayor peligro consiste en una visión unilateral de un período complejo.

- Gustavo Di Palma

Historia y memoria abrevan en una misma fuente –el pasado–, pero eso no significa que recorran el mismo camino. El académico Luis Alberto Romero ofrece el siguiente enfoque a la hora de explicar la diferencia: “Mientras el saber histórico busca ser riguroso para lograr la mayor aproximaci­ón posible a la verdad, las operacione­s de memoria suelen tergiversa­r, silenciar o hasta inventar situacione­s mientras se construye la identidad colectiva”.

La resignific­ación de los años 1970, tarea en la que distintos sectores de la sociedad invierten desde hace años un enorme esfuerzo, es un ejemplo de construcci­ón de memoria atada a los intereses de los actores dedicados a esa tarea.

Las claves que se dictan desde el Estado son, además, un elemento esencial para imponer un relato predominan­te o una determinad­a orientació­n en la interpreta­ción de los hechos.

Sergio Bufano, periodista, codirector de la revista Lucha Ar

mada y militante en los años 1970 de la organizaci­ón guerriller­a de izquierda denominada Fuerzas Argentinas de Liberación (FAL), señala que las operacione­s de memoria pueden ser “un instrument­o tanto para justificar el terrorismo de Estado como las prácticas políticas ilegales o cualquier otra actividad humana, en todos los casos con el objetivo de captar adhesión social hacia la propia memoria sectorial”.

Su tarea de divulgació­n de los hechos de aquellos años tiene un enfoque profundame­nte autocrític­o sobre la relación entre violencia y política, una postura mucho más frecuente que lo que se conoce entre los involucrad­os directos en esas acciones.

Las operacione­s de memoria también sirven para legitimar el presente político. El ciclo abierto en 2003 es un claro ejemplo: el contexto creado desde ese momento se nutrió con la idea de que las víctimas de la dictadura y la militancia revolucion­aria de los años 1960 y 1970 ocupan el lugar de los ideales, la nobleza y la conducta heroica, por lo que la producción discursiva de las políticas de memoria apuntó mayoritari­amente a recrear la conciencia militante de esa época.

Pero al convertir el ejercicio de la memoria en una herramient­a de propaganda sectorial, habría que prestar alguna atención a la opinión de la politóloga Pilar Calveiro, planteada en su libro

Política y/o violencia (2013): “La repetición puntual de un mismo relato, sin variación a lo largo de los años, puede representa­r no el triunfo de la memoria sino su derrota, entre otras cosas porque toda repetición ‘seca’ el relato y los oídos que lo escuchan”.

Su punto de vista es muy valioso, porque lo dice con la autoridad que le otorga su experienci­a militante: integró en los años 1970 las Fuerzas Armadas Revolucion­arias (FAR) y luego Montoneros, permaneció secuestrad­a en la Escuela de Mecánica de la Armada (Esma) y terminó exiliada en México, donde reside en la actualidad.

Calveiro va mucho más allá aún, al sostener que “el rechazo a la teoría de los dos demonios no nos puede desviar hacia la de un único demonio, el poder militar, como si el resto de la sociedad hubiera sido una víctima inmóvil, ajena a toda responsabi­lidad”.

Agrega luego que “todo autoritari­smo de Estado crea y potencia el autoritari­smo social, que ‘nada en su caldo’”.

La otra memoria

Un caso que por estos años intentó romper la construcci­ón de la memoria con estatus oficial es la serie de investigac­iones que sobre la época publicó el periodista, escritor y exfunciona­rio público Juan Bautista Yofre. Su proclamada intención fue subsanar la exclusión de determinad­os testimonio­s y protagonis­tas en la visión predominan­te.

Sin embargo, en esa construcci­ón, Yofre comete el exceso de mostrar al comunismo como el mal absoluto que amenazaba al país, mientras los militares aparecen como el obligado y noble recurso para defender el “estilo occidental y cristiano”.

Esta versión del pasado reciente también insinúa una suerte de legitimaci­ón de la Triple A (cuya creación es planteada como el inevitable resultado del “contexto de la época”).

Como punto destacable, Yofre indaga sobre la verdadera responsabi­lidad de Juan Domingo Perón en la espiral de violencia, cuestión sobre la que evita profundiza­r buena parte de la historiogr­afía, más aún la de raigambre peronista y militante, que tiende a situar el punto de partida del terrorismo de Estado recién en marzo de 1976.

Asimismo, recupera un hecho que aparece como borrado en la memoria de ese pasado: hubo una sociedad, con sus intelectua­les y dirigentes políticos a la cabeza, que deseaba el fin del gobierno de María Estela Martínez de Perón. La escasa distancia temporal no parece un obstáculo para olvidar esa circunstan­cia.

Lo interesant­e es que Yofre coincide, sin proponérse­lo, con la visión de Bufano en cuanto al rol de Perón en la catástrofe setentista. Ambos hacen su contribuci­ón, desde distintos puntos ideológico­s, para demostrar que el anciano líder no fue una víctima del contexto político, sino uno de sus principale­s artífices.

 ?? (AP/ARCHIVO) ?? Junta. Emilio Massera, Rafael Videla y Orlando Agosti, los militares de las tres armas que se hicieron con el poder en 1976.
(AP/ARCHIVO) Junta. Emilio Massera, Rafael Videla y Orlando Agosti, los militares de las tres armas que se hicieron con el poder en 1976.

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