El laberinto de la violencia política
El desarme de ETA La novela “Patria”, de Fernando Aramburu, indaga sobre la violencia política en una pequeña comunidad vasca y sobre el anuncio del cese de la lucha armada de la organización. Llega en simultáneo con la noticia del desarme.
Un libro extraordinario merece un planteo extraordinario, así es que empecemos por la conclusión: Patria, nueva novela de Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), es excelente. Una vez más, como en Años lentos (2012), novela que obtuvo el Premio Tusquets, o como en Los peces de la amargura (2006), libro de cuentos que ganó varios premios, incluido el de la Real Academia Española, vuelve a narrar los terribles padecimientos de los vascos por la decisión de ETA de sostener durante 50 años –entre 1961 y 2011– la lucha armada para conseguir la independencia y construir un Estado socialista.
Poéticamente, es sencilla y compleja. Un narrador focalizado en distintos personajes, capaz de revisar ciertos acontecimientos desde diferentes puntos de vista, mantiene un ritmo tenso, casi teatral, y envuelve al lector en una atmósfera intimista: cada uno tendrá su momento de confesión, su quedar desnudo exhibiendo las hondas e imborrables cicatrices que la violencia le ha dejado.
Políticamente, es contundente y taxativa. La violencia política no es inocua sino todo lo contrario: es lo peor que le puede pasar a una comunidad porque no afecta sólo a la víctima y a su victimario, sino a las familias de ambos y a los vecinos de todos ellos. En otras palabras, nadie queda a salvo.
En este sentido, es un acierto que las fechas no estén claras sino ligeramente referenciadas por acontecimientos clave de la historia de la propia ETA. El tiempo es otro: para las víctimas y sus familiares, hay un antes y un después del atentado; para las familias de los etarras, el antes y el después remite al ingreso a la clandestinidad, a la detención o a la muerte de uno de los suyos.
Lenta agonía de ETA
Fundada en 1958, por un desprendimiento juvenil del Partido Nacionalista Vasco, Euskadi Ta Askatasuna (ETA, “País Vasco y Libertad”), hizo su opción por la lucha armada poco después y cometió su primer atentado en 1961. Eran tiempos del franquismo, de modo que su lucha se confundía con la resistencia a la dictadura. De hecho, en su más famoso atentado asesinaron al heredero de Franco, Luis Carrero Blanco, en 1973.
Alguna vez Joaquín Sabina dijo que a esa noticia la festejaron todos los españoles. Fue su forma de decir que hubo un tiempo en que ETA contó con un fuerte apoyo popular. Pero ese apoyo se fue perdiendo durante el período democrático, a medida que sus “operativos” fueron ganándose el calificativo de “terrorismo” ya que afectaban la vida de personas inocentes.
Allí está, por ejemplo, la joven protagonista del cuento “Los peces de la amargura”, de Aramburu: herida por la explosión de un auto, poco antes de casarse, cuando va a sacar plata del cajero automático, pasa unos seis meses hospitalizada; su pierna derecha queda inutilizada al punto que les echa en cara a los médicos que no se la amputaran. Por cierto, su vida ya no será la misma.
Acorralada militarmente por la acción combinada de España y de Francia, y deslegitimada políticamente por amplios sectores de la sociedad vasca y hasta por varios de sus miembros históricos, ETA comunicó en octubre de 2011 el cese unilateral de la lucha armada.
Recientemente, acaba de anunciar que entregará las armas. La agonía de la organización es lenta pero inexorable: a este paso, sólo resta informar su disolución. El diario El País de Madrid recordaba que, en 1995, el 45 por ciento de los vascos entendía que uno de los problemas principales de Euskadi era “el terrorismo y la violencia”, mientras que en 2016 sólo un 0,7 por ciento opinó de esa manera.
Aquel anuncio de 2011 es el disparador de Patria, una novela-río de 650 páginas a la que no le falta nada y que, sin embargo, podría tener 600 páginas más.
En un pequeño pueblo cercano a San Sebastián, dos amigas de toda la vida, que hicieron juntas el colegio, estuvieron a punto de convertirse en monjas y se casaron con diferencia de meses en 1963, se ven brutalmente separadas por la violencia: una será la viuda del empresario asesinado por ETA; y la otra, la madre de un gudari (combatiente) implicado en su ejecución.
Ambas mujeres, entonces, son los polos de un drama de Montescos y Capuletos: la amorosa fraternidad entre dos familias muta caprichosamente cuando la violencia política se instala entre ellas y el resto del pueblo, por miedo a las represalias, prefiere el vergonzoso silencio que la heroica defensa del inocente. Ante el triste resultado humano y político, personal y colectivo, que les arroja la historia tras 50 años de lucha, ¿podrán estos personajes, según les corresponda, pedir perdón y aprender a perdonar?