DISPAREN CONTRA el arte contemporaneo
Aunque el mingitorio de Marcel Duchamp está por cumplir 100 años, ampliosegmentos de la creación actual son calificados de “estafa”. Las redes sociales suelen ser el espacio para la expresión de este repudio. Artistas y críticos opinan sobre una discusión
El arte contemporáneo es un dispositivo de engaño, una estafa, un gran artefacto de simulación que se sirve de innumerables muletas teóricas destinadas a envolver en conceptos sofisticados y herméticos lo que no es más que un gran vacío. Semejante descripción asoma con frecuencia en los medios masivos y truena desde las redes sociales, donde se llevan a cabo verdaderos linchamientos públicos que se ensañan con algún artista en particular y con la tradición del arte conceptual en general.
Es muy frecuente también que se publiquen y luego se posteen noticias falsas con títulos del estilo “Descubren que el arte contemporáneo nunca existió”, “Llevan a prisión a un curador” o “Confunden una obra con residuos y la tiran al tacho”. En la mayoría de los casos son fakes (contenidos falsificados que abundan en internet), aunque algunos episodios son verídicos.
Uno de los más conocidos es el caso de una empleada de la limpieza de un museo alemán que en 2011 utilizó un cepillo y lavandina para quitar restos de cal de una obra de Martin Kippenberger.
Aparentemente, la empleada ignoraba que el objetivo de su afán de pulcritud eran elementos de la instalación Cuando empie
za a gotear el techo (1987), una pieza muy apreciada del museo Ostwald de Dortmund, valuada en casi un millón de euros. Lo que explicaría la confusión es el hecho de que, en términos materiales, la obra fuera un conjunto de tablas de madera clavadas entre sí, simulando una especie de escalera, más un recipiente de caucho utilizado para albañilería y un letrero que indicaba “Reparaciones”. De hecho, un amplio segmento del arte contemporáneo consiste en obras que ponen en entredicho los límites entre eso que llamamos arte y eso que llamamos realidad.
Quino fue el autor de un chiste genial que se anticipaba a este episodio. Una mujer ataviada con un uniforme como los que visten las asistentes de Mirtha Legrand, plumero en mano, se dispone a ordenar un living que es un desastre. En una de las paredes cuelga una inmensa reproducción del Guernica. En la viñeta siguiente se ve la tarea concluida: todo está en orden, incluida la obra maestra de Pablo Picasso, cuyas figuras destripadas han sido reacomodadas y ahora lucen en perfecta armonía. Sobre gustos, mucho escrito
Ejemplos como el de la empleada alemana son tomados como datos que confirman el supuesto estado lamentable de la creación contemporánea por críticos como Avelina Lésper, una petardista intelectual mejicana que periódicamente enuncia sus teorías de la conspiración en marcha.
Lésper sostiene que buena parte del arte que se acoge actualmente en museos, se vende en galerías y se promueve de la mano de curadores inescrupulosos “carece de valores estéticos y se sustenta en irrealidades”. Y añade: “Por un lado, se pretende a través de la palabra cambiar la realidad de un objeto, lo que es imposible, otorgándole características que son invisibles y valores que no son comprobables. Además, se supone que tenemos que aceptarlos y asimilarlos como arte. Es como un dogma religioso”.
A la hora de referirse a propuestas efímeras como las perfor
mances o el arte de acción, Lésper ataca: “Son obras que sólo existen en los catálogos y a través de los discursos y la teoría que les po- nen los comisarios y especialistas en estética. Son objetos de lujo, una nueva forma de consumo”.
La descalificación como forma primaria de recepción de estilos rupturistas o formas artísticas de vanguardia no es precisamente una novedad. Marcel Duchamp, a quien se considera uno de los padres fundadores del “todo vale” con sus ready mades (el más famoso de estos objetos designados como arte es Fuente, un mingitorio de porcelana presentado hace un siglo en una exposición en Nueva York), sufrió ataques de toda índole. Lo que parece nuevo es la virulencia y el poder de propagación de los ataques.
La complicidad entre críticos, estudiosos y curadores asociados para vender humo es otra de las facetas que se denuncian. “El problema ya no es encontrarse un mingitorio o una lata de Campbell’s en la sala de un museo y confundirlos con basura. La cuestión es que el mingitorio y la
lata son síntomas de un simulacro del que cada vez parece más difícil sustraernos”, escribe con profundo desencanto el filósofo y videoartista mejicano Javier Toscano en su ensayo Contra el arte contemporáneo, un libelo que confronta con los rituales autocelebratorios y las jergas infladas.
“El sistema del arte se ha convertido en una sucursal estratégica de la producción capitalista –dispara Toscano–, una maquinaria industrial que consume la vida creativa y los fondos sociales de la imaginación, un sistema narcisista que se nutre de los ánimos subversivos de los púberes recién llegados (la fuente de su eterna juventud), así como de la crítica autorreferencial de sus productos fantasmáticos”.
El vacío y el “trapo” En 2015, la cordobesa Dolores Cáceres presentó en el museo Caraffa la muestra #SinLimite567. Las salas 5, 6 y 7 no contenían nada que se pudiera reconocer como “obra” en sentido tradicional. Un texto funcionaba como llave conceptual para abrir el enigma de lo que rápidamente pasó a denominarse “la muestra vacía”. La propuesta se definía como “una inacción que modifica el rol del artista, incide en el comportamiento del espectador y cuestiona la institución del arte”.
Hubo títulos periodísticos como “¿Arte o chantada?”, comentarios agresivos de toda calaña y muros de Facebook ardiendo en un caldo de insultos.
Otra polémica ocupó recientemente al campo artístico argentino. Agustina Quiles fue distinguida por su obra Sin título con el premio adquisición Jóvenes Artistas en la última edición del Premio Nacional de Pintura Banco Central, consistente en 50 mil pesos. De inmediato se activaron las alarmas y el coro de detractores impuso la palabra “trapo” para denostar la obra. La pintura premiada es un pastel monocromo sobre papel de seda que se presenta sin marco y rasgado en varias zonas.
“Me sorprendió y me generó malestar”, señala la artista cordobesa Leticia Obeid sobre las descalificaciones que sufrió su colega. “Había conocido la obra de ella y me pareció excepcional –añade Obeid–. Es una obra particularmente difícil de documentar, uno de esos casos en que la foto quita el aura de la obra porque no reproduce ciertas condiciones táctiles o de la observación más cercana. En el abanico de reclamos llegaron a decir que ella bien podría haber tenido eso en cuenta, pero al final todos los reproches que se le hacían a la artista –más que a la obra– estaban revestidos de una violencia que, si no lo es, se parece bastante a la violencia de género”.
“Me produjo el mismo malestar que cuando veo gente que comparte esas notas que provienen de portales de noticias falsas –expresa sobre esta polémica Emilia Casiva, autora de textos sobre arte y coordinadora del museo Unidad Básica, que funciona en un departamento–. La indolencia con la que levantamos el dedo amonestador sin tomarnos el tiempo que requieren algunas cosas a veces es desoladora. O el gesto de ponerle una máscara innovadora a una posición reaccionaria, como si estuviese descubriendo la gran verdad. Sorprenderme, no. Estamos tan ávidos de falsos escándalos, tan sobreestimulados, el arte no tenía por qué quedarse fuera de la fábrica de información basura”.
Los engaños del arte Impostura, autismo, superficialidad disfrazada. Son algunas de las adjetivaciones que se escuchan y se seguirán escuchando. ¿Hay argumentos que justifiquen esa visión del arte contemporáneo?
“No se puede hablar de arte contemporáneo como si fuera una sola cosa –dice el artista Lucas Di Pascuale–, esa generalización es la mayor de las superficialidades. Algunas de la críticas que suelo ver en las redes hacia la práctica contemporánea podrían replicarse hacia prácticas muy
anteriores, podríamos decirle autista a Malevich por sus pinturas y obviamente a Duchamp que parece ser el iniciador de todos los males. Entonces no se está criticando el arte contemporáneo, veo una especie de revisionismo conservador. Y muchas veces es más fuerte desde nosotros los artistas, nos gusta hablar en nombre del público y protegerlo de artefactos inentendibles o fáciles de hacer. ¿Cuál es el problema en que algo sea fácil de hacer?”.
“No creo que el arte contemporáneo sea más incomprendido que La maja desnuda de Goya o las manchas inacabadas del impresionismo –resume Emilia Casiva–, pero cada época modela sus escándalos e incomprensiones a semejanza de sí misma”.
“Por un lado, está esa idea de que el público peca de ignorante cada vez que cuestiona una obra –finaliza Casiva–, cuando en realidad lo que nos hace falta es, justamente, un poco más de ignorancia. Me refiero a la ignorancia como una disposición a acercarnos a las obras sin querer saber de antemano todo lo que ellas esconden, lo que tienen para decirnos, un poco más abiertos a su enigma. Y al falso paternalismo con los espectadores, que repite como loro que deberíamos ‘ser instruidos’ para ver mejor, se le suma el cinismo reinante. Por momentos parece que si te das cuenta antes que nadie y delatás a los gritos cualquier posibilidad de ‘engaño’ en una imagen, sos el primero de la clase, el campeón. Yo creo que hay pocas cosas más lindas que los engaños del arte, que nos dan la posibilidad de dudar ante las imágenes y las cosas del mundo”.