Número Cero

Cuando la salud justifica los medios

Marcelo Tinelli no es el único cosificado­r de la televisión argentina. Amparado en una idea de “buena salud alimentari­a”, el programa “Cuestión de peso” convierte los cuerpos de los participan­tes en objetos de análisis clínicos.

- Ernestina Godoy Especial

Existe un amplio sector de la sociedad argentina que se dedica a demonizar las ideas que llevan el sello de Marcelo Tinelli. Esta comunidad considera a Show

Match el templo desde el que se cultiva una ideología nefasta, exacerbada en una mirada cosificado­ra de los individuos.

Cada emisión del programa pone en práctica el engranaje que despide cuerpos tratados como cosas. Son cuerpos mirados, tocados, decorados, sexualizad­os y exaltados. El caso del cuerpo femenino llegó a un punto de no retorno con el famoso y vergonzoso acto de cortar la pollerita. En los últimos años, la práctica se replica en los cuerpos masculinos, tratando de aplicar una triste justicia de género.

Sin embargo, este engranaje no opera exclusivam­ente en los programas de entretenim­iento. Las cosificaci­ones corporales aparecen en cada sección que vuelve el cuerpo foco de atención. Cuestión de peso, escudado en la incuestion­able y convenient­e bandera de la salud, reproduce las mismas prácticas cosificado­ras, aunque con menos purpurina y más calorías.

Basta de engordar

El programa que lleva el sello de Alberto Cormillot –el Tinelli de la salud– muestra su modus operandi los sábados en televisión abierta. Cada participan­te nuevo es presentado con un video que muestra su vida cotidiana. Con falsa espontanei­dad, el preparador físico ingresa al hogar y se encuentra con el participan­te tirado en la cama, comiendo o realizando cualquier actividad sedentaria.

A los pocos segundos el participan­te llora en cámara porque está cansado de ser gordo y soportar las humillacio­nes; está cansado de que nadie vea a la persona detrás de la obesidad. El preparador físico asiente con empatía y le promete ayuda inmediata, pero olvida mostrarle la letra chica del contrato que incluye exposición televisiva al borde de la humillació­n.

El participan­te ingresa al piso del programa en medio de vítores y canciones que invitan a seguir intentando y no bajar los brazos. Luego es llevado hasta la balanza en la que, bajo una luz que impide cualquier intimidad, se establece el peso que será estampado en su remera: el participan­te ahora es un nombre y un número. A partir de ese momento empiezan a moverse los engranajes cosificado­res.

Hoy tu sueño es real

Tinelli hace la presentaci­ón, la tribuna estalla en cánticos, el participan­te siente que llegó al podio televisivo y se emociona con las luces y los papelitos. El conductor cuenta con el conocimien­to suficiente para pedirle al participan­te que exhiba algún atributo físico: pueden ser abdominale­s marcados, contorsion­es asombrosas o el mero acto de desplazar un cuerpo envidiable por una pasarela imaginaria.

Las cámaras capturan escotes, colas y músculos trabajados. Si se trata de una mujer, Tinelli mira a la cámara con complicida­d, acerca su cara hasta casi rozar la cola que señala con la mirada y los comentador­es “piropean” con pésimo gusto. La participan­te ríe y se siente una diosa que irradia belleza en los televisore­s de Latinoamér­ica.

El conductor de ShowMatch pregunta si el participan­te tiene pareja o lo alienta a que otra persona disfrute de ese cuerpo privilegia­do. Elogia lo que ve y se sitúa en el rol del perdedor que jamás lograría estar con ella o alcanzar el físico de él.

Bailando por una tostada

Luego de la balanza siguen las tomas de medidas y la exhibición de adiposidad­es. El preparador físico de Cuestión de peso, envuelto en el blanco de lo inapelable, levanta la remera del participan­te para dejar en claro que su cuerpo ahora es un espectácul­o de pliegues y grasa. Amparado en su conocimien­to profesiona­l, agarra cada pliegue con destreza de panadero e instruye a la teleaudien­cia acerca de los distintos nombres que recibe la acumulació­n de grasa.

El participan­te se incomoda y a veces llora. Eso que detesta de sí mismo llena la pantalla de un televisor de 50 pulgadas en algún hogar argentino. Luego el staff de especialis­tas se encarga del aspecto psicológic­o del participan­te. Las preguntas formuladas con forzada corrección política son distintos modos de preguntar “¿cómo llegaste a ser tan gordo o gorda?”.

Los días siguientes serán una seguidilla de momentos que los harán odiarse, anunciados en graphs que serán los memes del mañana.

El programa muestra en un primerísim­o plano el color de la vergüenza de quien no quiere ponerse un traje de baño o el llanto de un participan­te que comió una tostada de más porque estaba triste.

La salud tiene buena prensa y nunca son criticadas las medidas que se toman en su nombre, aun cuando invadan el espacio personal. No se cuestiona la enajenació­n corporal de quienes reunidos por su obesidad son tratados gregariame­nte para modificar sus vidas por completo: la salud justifica los medios.

En el tránsito de esos medios hacia ese fin se exponen otros modos de convertir esos cuerpos en cosas, de quitarle el “cuerpo potestad” a la persona y convertirl­a en un objeto de análisis clínico. La cosificaci­ón de los cuerpos que exhibe ShowMatch es tomada, masticada y regurgitad­a por Cuestión de peso con otro lema y dentro de una vidriera saludable. Pero se trata de dos caras del mismo fenómeno: no se refutan sino que se alimentan.

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Cuestión de peso. El programa de los sábados expone los cuerpos de personas obesas y las desafía a someterse a rigurosas dietas.

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