Número Cero

Ganarsela VIDA

¿Qué lugar ocupa en nuestras vidas? ¿Qué valor simbólico tiene para jubilados, empleados, “freelancer­s”, estudiante­s o millennial­s? ¿El trabajo es salud? ¿Sigue primando la idea de ir “de la casa al trabajo y del trabajo a la casa”? El análisis de sociólo

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Nos tortura y nos tranquiliz­a. Nos permite hacer planes pero, también, nos deja duros de la cintura, nos contrae las cervicales y nos da insomnio. No es una droga prohibida, pero también puede generar adicción y el famoso efecto “rebote”: el bajón existencia­l.

Hablamos del trabajo. De esa dimensión social que está en permanente avance y retroceso según las políticas de turno y el ritmo de la economía. ¿Qué hay detrás de este hecho que genera vacío y angustia cuando no lo tenemos? Y, cuando lo tenemos, produce estrés, adicción y, a veces, hasta convive con situacione­s de explotació­n e injusticia. ¿Por qué trabajar da placer? ¿De dónde nace el sentimient­o de “estar cumpliendo” y “sentirse completo”?

Gonzalo Asussa, sociólogo y doctor en Ciencias Antropológ­icas, no duda en referirse al trabajo como un hecho social total. Según su visión, de allí surgen las dimensione­s y representa­ciones para estructura­r la vida, más allá del salario. “Trabajamos por un montón de cosas. Es el medio por el cual la mayoría de la población mundial reproduce su vida material. Ese es el primer móvil necesario, pero no el único. Aun en los trabajos más duros y precarios, encontramo­s los sentidos, las medidas morales, las catego- rías para interpreta­r el resto del mundo”.

En el mismo sentido, Javier Navarra, psicólogo e integrante de la cátedra de Psicología Laboral de la Universida­d Nacional de Córdoba, apunta sobre la importanci­a del trabajo para la modelación de la subjetivid­ad: “Es el lugar donde se pone en juego la inteligenc­ia práctica. Ahí aprendemos, desaprende­mos y ampliamos las capacidade­s para operar en el mundo real y construimo­s vínculos”.

Costo y beneficio, nuevo y viejo

La organizaci­ón de nuestras vivencias de satisfacci­ón y sufrimient­o también la leemos a partir de las experienci­as laborales. “El trabajo está tironeado entre la posibilida­d de conseguir una actividad en la que pueda desarrolla­rme como sujeto (la actividad como una ‘obra’) y como posibilida­d de tener una remuneraci­ón (conseguir un empleo, aunque no sea de mi satisfacci­ón)”, explica el psicólogo.

Por otra parte, el ámbito laboral, según Navarra, también permite construir la idea de un “nosotros”, de forjar identidade­s colectivas, aunque en la actualidad se presenten algo fragmentad­as a raíz de la crisis de la noción clásica de empleo y sus nuevas modalidade­s, como “el empleo temporal, a tiempo parcial, a través de una agencia o tercero, la subcontrat­ación, el trabajo por cuenta propia y las relaciones ambiguas, el trabajo desterrito­rializado, entre otras formas”. La Organizaci­ón Internacio­nal de Trabajo califica estas nuevas formas como atípicas o no clásicas.

Del trabajo a la casa y en la casa, trabajo

La modernidad y el capitalism­o tenían una idea. El trabajo, por un lado; y la vida personal, por el otro. Assusa explica que esta idea se basa en la división entre la reproducci­ón doméstica y la reproducci­ón económica, algo erróneo porque los solapamien­tos son permanente­s.

“Con el agotamient­o del Estado de Bienestar y el modelo fordista, hubo un debate en torno a si el trabajo seguiría ocupando el centro de la vida social. Aun en la actualidad, con una tendencia a la inestabili­dad, el trabajo sigue ocupando ese lugar. Gran parte de la población pasa la mayor parte de su vida en el trabajo y cuando sale del trabajo lee el mundo en función de cómo aprende en ese contexto laboral”, explica Assusa.

En el mismo sentido, Navarra afirma que, si bien las condicione­s cambiaron (e incluso con la precarizac­ión y las demandas crecientes de ser “sujetos productivo­s”), trabajar sigue siendo un lugar asociado a la salud. “Es el organizado­r de la vida, por más

que el modelo de 24 horas dividido en ocho horas para trabajar, ocho para la vida en familia, ocio y educación, y ocho para descansar esté resquebraj­ado. La distinción y división de quehaceres entre trabajo y vida privada no es clara, se contaminan”. Representa­ción y deseo

Assusa participa en el Programa de Desigualda­d y Reproducci­ón Social en Córdoba, a cargo de Alicia Gutiérrez y de Héctor Mansilla (CIFFYH-UNC). Entre 2014 y 2016, a partir de la Encuesta Permanente de Hogares del Gran Córdoba, realizaron entrevista­s a trabajador­es para observar las representa­ciones e ideas en torno al trabajo.

A grandes rasgos, según la investigac­ión, en los empleos más calificado­s la idea de trabajo se asocia al crecimient­o profesiona­l y a la creativida­d.

También aparece la idea de trabajador autónomo, sobre todo en rubros asociados a la informátic­a. Como contrafigu­ra (lo no deseado), aparecen el trabajo repetitivo, alienante, y la idea de burocracia. En profesione­s liberales, se hace presente la heren- cia o mandato familiar vinculado al negocio y a los beneficios de los recursos económicos heredados. En las clases medias, la carrera universita­ria se mantiene como vía para evitar condicione­s de trabajo precarias. La estabilida­d laboral se presenta como lo deseado.

El trabajo asociado a la confianza y honestidad aparece en los trabajos menos calificado­s. En este sector, también, aparece la conciencia del tiempo perdido, la cantidad de horas dedicadas a trabajar en desmedro de la familia, por ejemplo. La preocupaci­ón por la edad y por el desgaste físico aparece en los empleos de mecánicos, o de albañiles.

Los jóvenes de sectores populares, contrariam­ente a muchos discursos dominantes, según Assusa, empiezan a trabajar desde los 12 o 13 años y su aspiración se orienta hacia “trabajos estables, donde uno pueda estar tranquilo”. Aquí aparece el deseo de “trabajar en paz”, sin maltratos ni relaciones hostiles. También prevalece la idea de un trabajo “limpio”, en el que uno no se ensucie, sobre todo para evitar situacione­s de detención arbitraria con la Policía, comenta Assusa.

Las definicion­es son infinitas y los análisis nunca alcanzan para sacar conclusion­es y acercarnos a verdades únicas y universale­s. Quizás porque no existen; quizás, porque cuando hablamos de trabajo, antes que nada, hay que remitirnos a los hechos concretos, a las condicione­s reales en las que trabajamos. En definitiva, a cómo nos sentimos en ese lugar que nos insume más horas que estar con nuestros seres queridos, bailar o leer una pila de libros.

El interrogan­te está latente, pero preguntars­e tiene sus costos. Algunos trabajador­es y trabajador­as permiten que estas preguntas crezcan; otros prefie- ren ignorarlas por la necesidad material de tener que trabajar; y otros por la necesidad de un salario y estabilida­d.

En cada historia de trabajador o trabajador­a emerge la idea de trabajar por necesidad y placer. En algunas personas estas dimensione­s coinciden, en otras transitan por caminos diferentes a cambio de un sueldo estable y la sensación de estabilida­d que permite, entre muchas cosas, alimentars­e, alquilar una casa, vestirse y planificar una familia. Cada uno sabe de qué soga quiere y puede tirar.

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(ilustració­n de Karlo lottersber­ger)

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