Número Cero

Mirar desde arriba

¿Es posible que el hombre mantenga el propósito de mejorar si no tiene a nadie superior con quien medirse? ¿La idea de Dios sobrevive en los grandes valores?

- Héctor Ghiretti*

Hace tiempo que por diferentes razones renuncié a un hábito que me gustaba mucho: los estrenos cinematogr­áficos. Ahora, para poder ver una película nueva que me interesa tengo que esperar un poco, a que la pasen por la tele o que la pueda conseguir por ahí. Por eso disfruto tanto de los viajes largos en avión: aprovecho para ver todos los estrenos que puedo. A veces los combino con esos extensos largometra­jes clásicos que por lo general no se tiene tiempo para ver, como Doctor Zhivago o Lo que el viento se llevó.

En esta ocasión me pasó algo extraño. Con la edad uno se pone selectivo y los intereses se van especializ­ando. Pero sin haberlo planeado elegí dos filmes, uno en el viaje de ida y otro en el de vuelta, con notables puntos en común.

Uno fue Hacksaw Ridge (“Hasta el último hombre”), de Mel Gibson, 2016, que narra la historia de Desmond Doss, un objetor de conciencia que a pesar de sus creencias quiere cumplir el servicio a su patria y se convierte en el primer norteameri­cano en recibir la Medalla de Honor sin disparar un tiro.

El otro fue Selma (“Selma: el poder de un sueño”), de Ava DuVernay, 2014, que relata un dramático episodio en la lucha por la conquista de derechos civiles y políticos del movimiento encabezado por Martin Luther King.

Hombres de fe

¿Qué tienen en común estos filmes? En primer lugar se centran en dos hombres de fe. Cristianos, para ser más precisos. Doss, un integrante de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, se presentó como voluntario al Ejército de los Estados Unidos, pero se negó a empuñar un arma para matar. Se resistió a ser dado de baja y estuvo a punto de enfrentar una corte marcial. Sirvió como paramédico en el teatro de operacione­s del Pacífico, donde se destacó por su heroísmo en combate al salvar la vida de 75 compañeros.

King, pastor de la Iglesia Bautista, advierte que el paquete de leyes promulgada­s por el Congreso con el apoyo del presidente Lyndon Johnson no logra romper la discrimina­ción de facto contra los negros en materia de derechos políticos. En los estados del sur se les sigue impidiendo el voto.

Por otra parte, los filmes giran en torno a las decisiones y a la conducta de estos hombres en circunstan­cias muy difíciles. No están actuando según criterios estrictame­nte religiosos, sino derivados de ellos. El conflicto no remite de modo directo a su fe religiosa, porque no se les impide vivirla o expresarla, ni se los persigue por sus creencias, sino que son resolucion­es morales que los enfrentan al contexto.

Por último, las circunstan­cias que afrontan no fueron demasiado hostiles: se trata más bien de un problema de incomprens­ión. Ni el ejército parece tener fines perversos al pedirle a Doss que aprenda a usar un arma, ni Johnson se opone a trabajar por el reconocimi­ento efectivo de los derechos civiles de los negros.

Pero el ejército rechaza considerar el caso particular de Doss y el presidente Johnson se resiste a las presiones de King, a quien considera un líder radicaliza­do capaz de complicarl­e las relaciones con aliados y con adversario­s.

Doss y King suponen, cada uno a su modo, una condición moral superior. Tal vez Doss sea un perfil algo más problemáti­co, porque él puede decidir su conducta en función de que otros están dispuestos a matar, que en sí misma es una obligación moral en un estado de guerra. Es claro que, según las circunstan­cias, matar es legítimo. Pero la norma absoluta es no hacerlo.

Un mundo mejor

¿Qué sostiene la conducta de estos hombres en dichas circunstan­cias, en las que no son amenazados con el martirio o con la apostasía, sino que sufren lo que se conoce como la “contradicc­ión de los buenos”?

Sin duda, se trata de la creencia en un orden superior, en una voluntad divina y sobrenatur­al que reparte premios y castigos según las obras aquí en la tierra. Miran a lo alto, y por eso, actúan como si miraran desde lo alto. Se mantienen firmes en su decisión con la convicción de que Dios está de su lado.

El asunto, contra lo que pudiera parecer, no tiene un mero interés anecdótico, no es una curiosidad propia de un caso aislado. Si se revisa la historia de la civilizaci­ón occidental, no puede encontrars­e proyecto social, moral o político de perfeccion­amiento, de mejoramien­to de la vida humana que no haya tenido, si no en su desarrollo al menos en su origen, la idea de un Dios bueno, justo y misericord­ioso.

Pareciera que sólo Dios nos permite concebir a un hombre y a una sociedad más buena, más perfecta, aun cuando esa perfección no esté a nuestro alcance.

Se podrá decir que es precisamen­te en función de esas concepcion­es religiosas que la humanidad ha sufrido calamidade­s terribles, tristeza, dolor y muerte. Y que no debería ignorarse que doctrinas y concepcion­es que suprimen la idea de Dios han contribuid­o también al progreso del género humano. Fue Karl Marx, inspirador del proyecto ateo de emancipaci­ón más importante de la historia, quien afirmó que la religión es el opio de los pueblos.

Lo cierto es que todas esas doctrinas y concepcion­es son formas seculariza­das de cosmovisio­nes religiosas, que han perdido por diversas razones las referencia­s y justificac­iones finales de una creencia en lo trascenden­te. Como dijera Josef Pieper, toda comunidad fraternal de hombres, todo proyecto de sociedad perfecta, participa de la esperanza esencial del cristianis­mo.

Por otra parte, es el “formateo moral” que hemos recibido de modo directo o indirecto de la religión lo que nos permite juzgar la contradicc­ión que resulta de que doctrinas salvíficas produzcan efectos contrarios.

Pero esta tampoco es una considerac­ión puramente histórica.

Si hasta ahora no hemos podido prescindir de Dios para pensar en un mundo más justo y feliz, ¿es posible que el hombre mantenga el propósito de mejorar si no tiene a nadie superior con quien medirse? Mas allá de que creamos o no, ¿qué cabe esperar de una sociedad definitiva­mente seculariza­da, privada de la noción de trascenden­cia?

En una cultura en la que Dios ha muerto es muy probable que el hombre tampoco tenga posibilida­des de superviven­cia, al menos tal como la conocemos. Si ya nadie mira desde arriba, estaremos condenados a vivir en cuatro patas. * Investigad­or de Conicet (UNCuyo)

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Escena de “Selma”. La película retrata la marcha por los derechos civiles y algunos episodios de la lucha política de Martin Luther King.

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