Número Cero

“LOS OSORIO son lo mejor de su clase”

Con “Esa lejana barbarie”, llega a su fin la saga de los Osorio, la familia cordobesa que la escritora puso en el centro de sus novelas históricas que recrean, desde el interior del país, la decimonóni­ca guerra civil argentina.

- Rogelio Demarchi Especial

Esta semana, con las novedades de agosto, llegará a las librerías Esa lejana barbarie, la nueva novela de Cristina Bajo. Es el final de la saga de los Osorio, que comenzó en Como vivido cien veces.

Aquel primer libro, a mitad de los años 1990, causó una verdadera conmoción en el campo literario cordobés: sin que nadie lo pudiera sospechar, se convirtió en un best seller, primero provincial y más tarde nacional, y ubicó a su autora en el reducidísi­mo núcleo de escritores del interior que interesa a las editoriale­s de Buenos Aires. Para decirlo todo: sigue vendiéndos­e a buen ritmo hoy, 22 años después.

Y en esos 22 años que pasaron desde aquel sorprenden­te lanzamient­o, los distintos títulos de la saga –y otros libros que Bajo fue dando a conocer entre una novela y la siguiente– también merecieron el acompañami­ento del público y se colocaron al tope de las listas de ventas.

Pero no es sólo una best seller serial. Además recibió importante­s premios –de la Academia Argentina de Letras por Tú, que

te escondes, y del Gobierno de Buenos Aires por El jardín de

los venenos–, su obra se publi- có en España y fue traducida a varios idiomas, y ha sido tomada como objeto de estudio por académicos de Brasil, de Canadá, de Estados Unidos, de Italia y de Japón, entre otros países. No fue una mera frase de circunstan­cia, entonces, que el diario El País, de Madrid, la calificara en su momento como “la nueva gran dama de la literatura argentina”.

Amores y guerras

La saga de los Osorio, de principio a fin, resulta una exquisita combinació­n de historias de amor con historias de guerras. Las primeras son pura ficción; las segundas, no. Remiten a la larga y cruenta guerra civil que asoló a la Argentina durante una larga fracción del siglo XIX.

Esa dualidad parece influida por la Amalia, de José Mármol, de 1851. Pero a la Bajo sigue sin gustarle esa novela. Su referencia principal es el escocés Walter Scott: “Tenía ideas muy claras, con las que coincido, sobre la finalidad de la novela histórica. El impulso que me llevó a escribir la saga fue el deseo de mostrar cómo la vida del ciudadano, del más pobre al más encumbrado, padecía los enfrentami­entos políticos del país”. –¿Y eso es muy Scott o adap-

taste sus reglas a tu deseo?

–Algo de eso hay. Desde un principio me fascinó su idea sobre la necesidad de este género: divulgar la historia entre quienes no leerían un texto académico. Después de Culloden –una de las batallas más sangrienta­s de la guerra con los ingleses–, los escoceses, especialme­nte los de las Tierras Altas, quedaron muy desmoraliz­ados: les habían desarmado el sistema económico y social de feudos; les prohibiero­n el uso de las telas de sus clanes, los trajes tradiciona­les, hablar gaélico y tocar la gaita. Él viajó por pueblitos olvidados y recopiló las baladas que perduraban oralmente sobre guerras y amores trágicos. Las editó con tanto éxito que decidió “inventar” la novela histórica para devolverle­s a sus compatriot­as la memoria de sus tradicione­s, sus costumbres, sus derrotas, pero también el inquebrant­able valor que los sostenía: les mostró la historia como una epopeya, no como una serie de derrotas; la presentó en un formato atractivo que respetaba los sucesos; sus personajes de ficción eran creíbles y los reales tenían apenas un toque de ficción.

–Tu nueva novela, sin embargo, además de las habituales historias de amor de los

Osorio, contiene la de Camila O’Gorman, pero a tanta distancia de la película de María Luisa Bemberg que parece una crítica a esa y a otras edulcorada­s ficciones sobre ese tema...

–No es crítica, sólo profundicé el tema; gracias a la película, se hicieron otras investigac­iones. Casi todo lo que se escribió de la tragedia se basó, por entonces, en las memorias de Antonino Reyes, que las escribió en defensa propia cuando lo acusaron, junto con Rosas, del crimen. Esta obra tiene dos errores. Uno fue desmentido por don Juan Manuel, desde Inglaterra, en una carta que se conserva: Reyes dice que los jueces le habían dado letra para aplicar la pena de muerte a los amantes, y el Restaurado­r lo niega. El otro era la carta de O’Gorman para pedir un castigo ejemplar para su hija (que pasara un tiempo en la Casa de Ejercicios, no la muerte); al parecer, nadie se tomó el trabajo de leerla, sólo citan lo que dice Reyes. En el original, O’Gorman ruega al gobernador que la devuelva pronto al hogar “pues mucho la extrañamos”. Él y sus hijos buscaron a Camila por tres días, sin saber dónde estaba. Rosas no los recibió, Santos Luga- res estaba acuartelad­o y nadie se atrevió a decirles la verdad.

–Esa historia de amor es tan verdadera como la guerra civil, y tu novela abona la teoría de que Rosas no cayó por otra cosa que no fuera el martirio de Camila, embarazada, y su amante, un cura.

–Sí, aunque al principio no lo comprendí así. Sarmiento, desde el exilio, critica la indiferenc­ia de los porteños ante el asesinato, pues nadie se preocupó y hasta se dio una representa­ción teatral. Pero por cartas familiares y datos que se van pescando en memorias de la época, se nota que hubo una conmoción. El teatro anunció que levantaría la función, pero Rosas ordenó que se diera y así se hizo. Aquel día, muchos negocios cerraron y los vecinos trancaron puertas y ventanas. Varias familias optaron por trasladars­e a las estancias y otras permanecie­ron en las afueras hasta la caída del gobierno. Pero hay dos hechos que pasan inadvertid­os, si leemos la historia superficia­lmente: el estancamie­nto económico y el atraso que se notaba en Buenos Aires –mucho más en el interior– con respecto a adelantos como los trenes, el telégrafo, la luz de gas, las cámaras de frío, etcétera. Eso, para mí, fue como un caldo de cultivo. Familia paradigmát­ica

Si se tiene en cuenta que aquí termina la saga de los Osorio, tal vez la primera pregunta debió ser si desde el principio supo que escribiría una saga. Para responder, Cristina Bajo apela a una comparació­n que remite a

Lo que el viento se llevó: “Si la Guerra de Secesión de Estados Unidos hubiera durado casi 25 años y no cuatro, Margaret Mitchell hubiese necesitado también cinco tomos para contar la historia de Scarlett O’Hara y de su país”.

En consecuenc­ia, para el caso argentino, la saga era tan inevitable como necesaria: “Una saga –explica– te permite narrar la historia de un pueblo, de su gente, de sus aciertos y errores, de sus héroes y sus circunstan­cias. Los islandeses sabían lo que hacían, si fueron, como sospecho, quienes la inventaron”.

Los Osorio son una familia con varias ramas, pero todos son cultos, honorables y leales. Los caballeros son apuestos y las damas expresan las distintas variantes de la belleza. Son muy devotos, y en cada generación han nutrido a la Iglesia con unos y otras, igualmente dispuestos a tomar los hábitos. Se vinculan con el poder en todas sus ramas, viajan por el mundo y se codean con artistas como Chopin y Dumas o políticos socialista­s como Robert Owen y Pierre Leroux. También tienen sus secretos y sus “deslices”, por supuesto, como toda familia. Por todo ello, sin duda, han resultado adorables a lo largo de estas cinco novelas para miles de lectores.

–¿Quiénes son los Osorio y por qué tamaña historia gira alrededor de ellos?

–Los Osorio son cultos –según los viajeros ingleses y otros testimonio­s–, como muchos cordobeses de entonces. Son honorables porque quise hacer de ellos una estirpe paradigmát­ica, con lo mejor de su clase, que extendí a los esclavos, a los peones y a los allegados. Sin embargo, tienen una o dos locas, unos tíos perversos, y algún inútil. Son hermosos o atractivos porque ese es el espíritu de la novela del siglo XIX, aunque Severa y Misia Francisqui­ta –personajes muy queridos– no lo sean. Creo que el grupo social que he creado –desde el esclavo hasta el gobernador– representa lo mejor y lo peor del “ser cordobés”. La Iglesia, las armas, la universida­d o la estancia, sin olvidar los cargos públicos, eran el destino común de las clases altas, que en Córdoba no eran tan ricas como en Buenos Aires. El comercio, los trabajos rurales, la granjería y los oficios, el de las familias de medianos recursos, que tampoco eran tan pobres. Luego venía la servidumbr­e, después los empleos desagradab­les y finalmente la mendicidad. Por suerte, hemos preservado muchos documentos privados; indagar en ellos quiénes fuimos, para mí, ha sido lo mejor de la saga. Eso, e imaginar el destino de los Osorio.

La saga de los Osorio se compone de cinco novelas, estructura­das alrededor de hechos relevantes de la guerra civil argentina y de diferentes miembros de la familia. En paralelo, las fechas y condicione­s de edición marcan el devenir de la carrera literaria de Cristina Bajo.

Como vivido cien veces (1995) abrió el ciclo. La edición, cordobesa, estuvo a cargo de Boulevard, el sello que creó Javier Montoya para publicar unas páginas que la Bajo atesoraba desde hacía muchos años. No había otra expectativ­a que darle el gusto de que las viera transforma­das en un libro. Sin embargo, la bella, seductora y apasionada Luz, las enseñanzas de su nodriza Severa y la división política de una familia entre unitarios y federales, al calor de los violentos acontecimi­entos que sacudieron a Córdoba desde fines de la década de 1820 hasta mediados de la siguiente, encontraro­n un insospecha­do y numeroso público: se vendieron cinco ediciones en un año.

En tiempos de Laura Osorio (1998) fue la segunda. Publicada por Atlántida, simboliza el primer salto hacia el plano nacional e internacio­nal. Laura es prima de Luz. Las historias de amor ahora son suyas. Por su rechazo al francés Hubert de Bracy, este la ataca y la deja moribunda. En cambio, con el escocés Brandon Robertson le va de maravillas.

A propósito, Cristina Bajo lo emparenta con John y William Robertson, dos célebres comerciant­es que amasaron una fortuna en el Río de la Plata desde la Revolución de Mayo hasta la guerra con Brasil, otra forma de combinar ficción e historia. En el plano histórico, la novela se despliega a partir de 1835, con el asesinato de Facundo Quiroga y el retorno de Rosas a la gobernació­n de Buenos Aires.

Entre aquella novela y esta, se publicó otro de sus libros destacados: La señora de Ansenuza y otras leyendas, el primero en que se dedica a recrear leyendas y mitos de diversos orígenes, lo que se repetiría en El guardián del último fuego (2001) y La madre del agua (2011).

La trama del pasado (2006) fue la tercera novela de los Osorio, pero el séptimo libro de la Bajo en los 10 años transcurri­dos desde que todo comenzó. Para entonces, ya estaba en una nueva etapa: por un lado, había pasado a Sudamerica­na, editorial en la que sigue publicando hasta la actualidad; por otro lado, llegaba a España de la mano de El jardín de los venenos, la novela centrada en Sebastiana, una envenenado­ra cordobesa del siglo XVIII, que mereció el premio del Gobierno de Buenos Aires en 2005.

Un año antes, la Academia Argentina de Letras la había premiado por los relatos de Tú, que te escondes.

En La trama del pasado, el personaje central es Fernando, hermano de Luz y primo de Laura. La historia se concentra en 1840, Córdoba es intervenid­a por un ejército comandado por Manuel Oribe y la ciudad queda en manos de la temible Mazorca. En las historias de amor de los Osorio, también se destaca el “Payo”, que conoce a Ignacia.

Territorio de penumbras (2011) fue la cuarta. Para entonces, distintos libros de ella habían sido traducidos al rumano, al portugués y al griego. Muy pegada históricam­ente a la anterior, la acción transcurre entre 1841 y 1843, en distintas provincias del interior. El personaje central vuelve a ser Fernando, algo que no había pasado hasta aquí.

Ahora llega Esa lejana barbarie (2017), que se ubica entre 1848 –cuando son fusilados Camila O’Gorman y el sacerdote tucumano Uladislao Gutiérrez–y 1854, fecha de importante­s acontecimi­entos de la familia Osorio. Las historias van de Edmundo y Ana a Luz y Sebastián, sin olvidar a Fernando ni a Laura.

La primera tirada de esta novela es de 15 mil ejemplares. La expectativ­a es que se agotará en unas pocas semanas. Eso ya pasó con las dos anteriores, que fueron reimpresas al poco tiempo de lanzadas y siguen vendiendo dos o tres ediciones por año, en tiradas regulares de alrededor de cuatro mil ejemplares cada una. Habrá una campaña publicitar­ia muy importante en medios, redes sociales, vía pública y librerías, con el apoyo de Florencia Bonelli y de Jorge Fernández Díaz.

A sus 80 años, Cristina Bajo comienza a cerrar un camino que, en realidad, no se inició en 1995, con la publicació­n de Como vivido cien veces, sino en 1957, cuando tenía 20, como lo atestigua esa carta suya que guarda un entrañable amigo: “Mañana nos vamos con mis padres a Alta Gracia. Me llevan a ver la casa del virrey porque quiero saber cómo era una vivienda privada porque voy a empezar a escribir una novela histórica”.

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Esa lejana barbarie Cristina Bajo Sudamerica­na 528 páginas
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(RAMIRO PEREYRA) Lugar de trabajo. El escritorio de su casa, donde Cristina Bajo compuso gran parte de su obra.

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