Número Cero

De Sartori a La Rambla

Las imágenes del terror Cómo se difunde el horror en los medios y en las redes sociales, una discusión que nadie logra cerrar, a 16 años del 11-S. ¿Sólo podemos entender cuando vemos?

- Julio Perotti jperotti@lavozdelin­terior.com.ar

Considerem­os que lo que postulaba el politólogo italiano Giovanni Sartori (1924-2017) es irrebatibl­e: vivimos en una era en la que sólo entendemos lo que vemos y, por ende, lo que no se ve no existe.

Añadamos una humanidad en la que las redes sociales ocupan cada segundo de cada vida y que han convertido a la conectivid­ad en uno de los bienes más preciados de hombres, mujeres y niños que viven en países desarrolla­dos o los que están en vías de serlo.

Finalmente, ubiquémono­s en un mundo interconec­tado en todas sus formas, inclusive las del terror, que golpea en cualquier momento en cualquier lado y a la vista de todos, tanto como los fenómenos naturales.

¿Sólo podemos entender cuando vemos?

En este contexto, en los medios de comunicaci­ón se mantiene más abierto que nunca el debate sobre la publicació­n de imágenes que pueden mostrar el costado más doloroso de la realidad: las víctimas. Si esa disyuntiva era profunda en las versiones impresas o en los informativ­os de los canales, cuyos periodista­s en general tienen tiempo para analizar las implicacio­nes, las urgencias del minuto a minuto y la demanda del clic fácil los dejaron descolocad­os.

“Cuando ocurre una tragedia y los medios reciben fotos en tiempo real, la tentación de publicar una imagen de impacto es grande, pero es importante reflexiona­r sobre la pertinenci­a de esa imagen, y sobre todo pensar en las víctimas y sus familiares”, sostiene la periodista peruana Esther Vargas (@esthervarg­asc en Twitter), en su blog Clases de Periodismo.

La discusión detona de inmediato: ¿y el respeto a las víctimas? “No debemos esperar que las audiencias nos recuerden que debemos ser éticos en nuestra labor, los periodista­s debemos ser respetuoso­s de la preocupaci­ón y el dolor que embarga a las familias que son parte de una tragedia”, sostiene Vargas.

Enfrente, otra línea de pensamient­o sostiene que lo mejor es ofrecer una mirada abierta que, aunque con algún cuidado, sirva de toque de atención, en especial cuando se trata de tragedias humanitari­as y de terrorismo.

Desde aquella transmisió­n en vivo el 11 de septiembre de 2001, cuando dos aviones destruyero­n las Torres Gemelas y todos pudieron seguirlo pero sin ver una sola gota de sangre, pese a los más de tres mil muertos, a las tragedias de estos tiempos, corrió mucha agua turbulenta bajo el puente.

Dos ejemplos a la mano.

Vaya el primero. Hubo dos fotos de Aylan Kurdi, de 3 años, quien en 2015 murió ahogado en una playa de Turquía, tras el naufragio de dos embarcacio­nes de refugiados sirios. En una de ellas, se lo veía tirado en la playa, con su carita mojada por el agua de mar. Otra, cuando lo lleva un oficial de salvamento y sólo se ven sus piernitas colgando de los brazos del hombre.

En general, los medios impresos descartaro­n la primera y apelaron a la segunda. El argumento: alcanzaba para mostrar la magnitud del drama de esas miles y miles de personas, sin distinción de edad, que se jugaban sus vidas en busca de un futuro mejor.

Desde luego, aun cuando todos en el mundo se mostraron conmovidos, el drama de los migrantes no cesó; al contrario, se incrementó de manera exponencia­l. Miles de muertes más se produjeron en las aguas del Mediterrán­eo, entre ellas una enorme cantidad de menores.

Un segundo ejemplo, en dos capítulos, tiene que ver con los efectos del terrorismo.

En julio pasado, la Fiscalía de París, en nombre de familiares de víctimas, pidió en la Justicia que la revista Paris Match retirara de circulació­n el número que contenía imágenes de las cámaras de vigilancia sobre el atentado que, un año antes en Niza, había matado a 86 personas al ser atropellad­as por un yihadista, que lanzó un camión por la avenida en la que cientos de personas iban a ver los fuegos artificial­es de la fiesta nacional francesa.

Pero el tribunal que intervino desoyó el pedido pese a entender que dos de las fotos muestran desde lejos a víctimas en el instante del ataque. “La retirada de los quioscos del número en cuestión no constituir­ía una medida eficiente, ya que dicho número estaba ya en venta”, argumentó.

Y tal vez en este punto esté el eje de discusión. ¿Qué hacer cuando las fotografía­s circulan indiscrimi­nadamente en internet, como puede verse a poco de que se googleen los nombres de Aylan Kurdi o el de Paris Match?

“La fotografía periodísti­ca carece de valor si no produce impacto. El periodismo no se hace para dejar igual al lector a la hora del desayuno. Se trata de conmover, conmociona­r, hacer reflexiona­r. Producir indiferenc­ia es el gran pecado que puede cometer una publicació­n”, destaca González Basterra en Fotografía y dolor. ¿Publicar o no publicar?

Otro es el problema cuando se está virtualmen­te transmitie­ndo en vivo un hecho de esas caracterís­ticas. Esto ocurrió el pasado 17 de agosto: una furgoneta embocaba la parte alta de La Rambla de Barcelona y causó la muerte de 14 personas. Pocos minutos después del hecho, circulaba por WhatsApp un video absolutame­nte cruento, que mostraba a las víctimas aún manando sangre. Como bien lo recogió el diario

La Vanguardia, “apenas habían pasado unos minutos del atenta- do (…) y las redes sociales ya eran un hervidero de material: fotos de la zona, videos de gente corriendo y todo tipo de material gráfico y audiovisua­l de agentes de los Mossos d’Esquadra en pleno operativo policial”.

En lo inmediato, la Policía catalana llamó a través de las mismas redes a no difundir imágenes ni informació­n no chequeada. ¿Las razones? Se puede entorpecer una investigac­ión policial; difundir noticias incorrecta­s (justo en esta era de fake news); revelar la identidad de las víctimas, o simplement­e herir sensibilid­ades y crear alarma gratuita.

También, desde luego, potenciar la acción de los terrorista­s que si algo pretenden, justamente, es visibilida­d. Entre estos, operan muchos que gozan del insano placer de alertar sobre riesgos inexistent­es o de señalar a personas con un dedo acusador virtual, lo cual puede desatar una tragedia aún mayor.

Aquel mensaje de la Policía catalana se comprendió de inmediato. A punto tal que, como habían hecho los belgas en marzo, cuando llenaron de papas fritas las redes para no difundir nada del atentado, esta vez fueron las imágenes de simpáticos gatos.

¿Sólo podemos entender cuando vemos?

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(Télam) Atentado en Barcelona. Una de las imágenes más difundidas del ataque terrorista que sufrió la capital catalana.

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