Número Cero

Seis episodios sobre las ruinas

- ELOÍSA OLIVA

Uno. Año 2008. Visito a una amiga en su nuevo trabajo. Queda a pocas cuadras del mío, en el que escucho llamadas deslocaliz­adas, voces que flotan en algún lugar, si es que la voz tiene un lugar más allá del cuerpo. El mío es un empleo bastante común para el capitalism­o transnacio­nal, el de mi amiga no tanto.

Ella trabaja en una casa, o en la ruina de una casa, en barrio Ducasse. Fue contratada, junto con un grupo de personas, por el proyecto Demolición/Cons

trucción. Sus tareas: picar las paredes, despegar los mosaicos, desarmar los cables para hacer preciosos rollitos de cobre. Deben hacerlo de a poco, en una intervenci­ón que tiene algo de artística y bastante de albañilerí­a.

¿En qué momento la casa se deshace y se convierte en una ruina?, ¿en qué momento el tiempo queda congelado?

Dos. El proceso de gentrifica­ción (despiadado) nos habituó a esos escenarios del entretiemp­o –alguien dejó un lugar, alguien vendrá– de manera normalizad­a. Las casas, despanzurr­adas, se ofrecen como un teatro de fantasmas, y, aunque involuntar­io, el voyeurismo agujerea la experienci­a cotidiana: retazos de paredes dejan abierta la posibilida­d de fantasear sobre la dicha o la desdicha de los ausentes, los motivos del abandono de ese hogar, que pronto será tierra de arquitecto­s y negociante­s.

Tres. Años después de la demolición en Ducasse, visita Córdoba una artista española, Lara Armacegui. Se ocupa de los agujeros urbanos. Organiza un paseo al terreno de una casa demolida; ahí está el espacio: sin la carga de ser algo para los humanos, libre al fin de todo uso, todo propósito.

Cuatro. Según la RAE, ruina viene del latín “ruere”, que quiere decir caer. Tiene cinco acepciones: acción de caer o destruirse algo; pérdida grande de los bienes de fortuna; destrozo, perdición, decadencia y caimiento de una persona, familia, comunidad o Estado; causa de la ruina física o moral de una persona, familia, comunidad o Estado; restos de uno o más edificios arruinados.

Cinco. Martín Gambarotta publica, en 1996, Punctum, un relámpago en medio de la noche. Ahí está la Buenos Aires de los años 1990: fábricas abandonada­s, el río contaminad­o, un cielo de plomo y la tenue conciencia del desocupado: sin tiempo, sin historia. En el primer poema dice: “La ruina de una idea que corre / por una red de nervios, / palabras de acero / contenidas en un soplo: / un orificio cabeza de alfiler / en una cavidad del corazón.

Seis. Agosto de 2017. Glenda Zapata es una de las residentes de Zona Habitada, Mercado de Arte. Viene de Bolivia y trabaja con la cultura kollana y con la muerte. Cuenta: “En el idioma kollana no existe la palabra ‘muerte’, se le llama ‘el gran viaje’”. Glenda parte una mañana al cementerio de San Vicente, enterada de las fosas clandestin­as de la última dictadura cívico-militar y del trabajo del Equipo Argentino de Antropolog­ía Forense. Lleva tres bolsas y un changuito de supermerca­do, los llena de piedras del lugar. Algo de la historia permanece en ellas, piensa Glenda.

El viernes 18 de agosto, nos lleva por la peatonal hasta el puente Suquía. Arrastra esas piedras para arrojarlas al río. En ese acto sencillo, hace y hacemos un voto necesario por esos cuerpos, muchos de los cuales aún siguen sin nombre. Hoy hago también un voto por los nombres sin cuerpo.

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