Número Cero

Religión de lo cotidiano

- Carlos Schilling cschilling@lavozdelin­terior.com.ar

No hay dioses cristianos ni paganos en la poesía de Carina Sedevich, pero sí hay una religión. Sin dogmas, sin preceptos, sostenida en actos cotidianos que las palabras transfigur­an y cargan de un sentido personal y universal a la vez: “Sobre la mesa silenciosa/ con el corazón crecido, como el de un enfermo,/ y luminoso/ como el sol sobre el árbol rebanado/ me alegro de mí/ y de mis pocas cosas”.

Si bien es cierto que no se aprende a vivir y que la poesía no enseña nada salvo su propio deslumbram­iento o su propia oscuridad, hay poetas a cuyos libros no resulta incómodo calificar de sapiencial­es. Lavar a la madre es uno de esos libros, y estos versos lo demuestran: “Primera mañana de diciembre./ Me detengo bajo un árbol y lo anoto:/ Buen trabajo. Los seres que he querido/ han podido alejarse de mí”.

Carina Sedevich no imparte lecciones, ni emite sentencias. No ejerce ninguna clase de violencia moral. Todo lo contrario. Lo que hace es no mentirse a sí misma acerca del mundo y las personas que la rodean. “Lavar a la madre/ con un jarro viejo/ una tarde de invierno/ sin hablar.// Mis hermanos/ son seres de piadoso corazón./ No soportan/ ese tipo de cosas”. Pero esa sinceridad no implica que no intente sus propias ficciones supremas. Invencione­s que tienen un carácter de conjuro contra los excesos de la realidad y que como plegarias pueden ser dirigidas a una mesa, a una piedra o a una hija inexistent­e.

¿Son eficaces? ¿Quién sabe? En todo caso, como actos de fe, son análogas a ese niño de tres años ciego que “se frota los ojos/ para ver las estrellas”.

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Lavar a la madre Carina Sedevich Buena Vista editores Córdoba 2017

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