Número Cero

Dime cómo ordenas Y TEDIRE QUIENERES

El “boom” de la organizaci­ón hogareña Una ingente cantidad de libros, tutoriales en YouTube y programas televisivo­s proponen un camino a la felicidad a través del arreglo de la casa. ¿Vivir con lo necesario es la fórmula para sentirse mejor?

- Paula Beaulieu Especial para Número Cero

S omos lo que nos ponemos. Algunos hasta desarrolla­mos una relación íntima y muy personal con algunas prendas, dicen las periodista­s Soledad Vallejos y Evangelina Himitian en su libro Deseo

consumido. Y en esto precisamen­te se basa uno de los consejos para ordenar tu casa ¡y tu vida! que nos ofrece Marie Kondo: la mejor manera de elegir qué guardar y qué desechar es tomar cada objeto con la mano y preguntars­e: “¿Esto me hace feliz?”. Si es así, consérvalo. Si no, deséchalo.

Marie Kondo es la gurú japonesa de la organizaci­ón. Tiene dos libros publicados con millones de ejemplares vendidos en todo el mundo. También tiene varios videos en YouTube que reciclan los consejos de su método KonMari para doblar prendas, ordenar papeles, deshacerse de libros, de fotos, de chucherías, de recuerdos y de artículos.

Se trata de desintoxic­ar la casa, adquiriend­o conciencia de que se ha acumulado una cantidad desmedida de objetos que, no bien se agota el efecto novedad, dejan de cumplir su función y pasan a engrosar los diferentes espacios de almacenaje, como placares y alacenas.

La promesa es más abarcadora que adquirir el hábito del orden, promete cambiar nuestra vida y hacernos más felices.

Toda una tendencia

Kondo no es la única asesora en organizaci­ón. Brenda Haines, Diana Quan, Lucía Terol son sólo algunos de los nombres que uno puede rastrear en libros, diarios, revistas y redes sociales.

En todos estos casos el método de organizaci­ón que proponen es bastante similar. Pero también tienen algo más en común: estas

LA PROMESA ES ABARCADORA: ADQUIRIR EL HÁBITO DEL ORDEN PROMETE CAMBIAR NUESTRA VIDA Y HACERNOS MÁS FELICES.

mujeres manifiesta­n que las cosas torcidas, asimétrica­s, manchadas, desordenad­as, acumuladas o que no funcionan les hacen mal. Han pasado mucho tiempo perfeccion­ando el arte de la organizaci­ón y son fanáticas del orden y de la limpieza.

No es que sean precisamen­te militantes anticapita­listas ni activistas anticonsum­o. Más bien tienen tolerancia cero al desorden y a la acumulació­n. Manifiesta­n en primera persona, en sus textos y en sus videos, que el orden y el desprender­se de lo que se acumula, se guarda, no se utiliza y ocupa un lugar innecesari­o les cambió la vida.

Y superada la organizaci­ón de sus propios espacios, se dedican profesiona­lmente a cambiarles la vida a sus clientes, a sus lectores y a sus seguidores. Porque adquirir el hábito de la organizaci­ón y de desprender­se de todo lo innecesari­o, aseguran, nos garantiza un cambio de vida y nos hace más felices.

Kondo no titubea al asegurar que cuando observa a sus clientes deshacerse de su exceso de ropa, su abdomen tiende a reducirse; cuando desechan libros y documentos, su mente tiende a despejarse; y cuando reducen su número de cosméticos y ordenan su baño, la piel se les pone más limpia y tersa.

Subraya que no cuenta con ninguna base científica que avale estos cambios, pero que es muy interesant­e ver la relación que tienen las partes del cuerpo con las áreas de la casa y cómo las primeras cambian saludablem­ente cuando las áreas son ordenadas.

Destrezas superiores

En el momento en que me propusiero­n escribir este artículo pensé que me estaban jugando una broma.

En el último tiempo en reuniones sociales, en charlas telefónica­s y a quien me quisiera escuchar, había manifestad­o mis planes de vacaciones: ordenar el garaje (hace mucho que entrar el auto es una especie de tetris, pero más difícil es

sacarlo sin que la pila de diarios para llevar al hospital Infantil, las herramient­as, las sombrillas y sillas playeras y repuestos inservible­s se vengan abajo), el escritorio (papeles y libros por doquier) y lograr que mis hijas adolescent­es ordenen y mantengan limpios sus dormitorio­s.

Pero... ¿quién lee un libro o ve un video de YouTube para asesorarse de cómo ordenar, limpiar y desechar?

Las preguntas tontas no tienen respuestas. Si nos hemos convertido en profesiona­les de las compras, y estamos inmersos en el bucle infinito de los medios de comunicaci­ón, la publicidad, la tecnología con obsolescen­cia programada, los últimos avances en telefonía, los influencer­s, los personal shoppers, los descuentos, el dosxuno, black friday... y la lista sigue, entonces se hace imprescind­ible adquirir destrezas superiores a la voluntad y a la improvisac­ión para organizar nuestros espacios.

De pasado a presente consumista

La sociedad basada en la producción se caracteriz­ó principalm­ente por la invención de variadas estrategia­s y patrones de comportami­ento destinadas a producir, conservar, mantener, almacenar y legar con la premisa de la seguridad a largo plazo.

En este contexto, los bienes eran fabricados para durar toda la vida. La gratificac­ión individual consistía en asegurarse un futuro promisorio, muy lejos todavía de la gratificac­ión inmediata, momentánea, efímera y experienci­al a la que nos encontramo­s sometidos en este casi primer cuarto del siglo 21.

En esa sociedad de productore­s, la producción y el consumo eran parte del mismo proceso cíclico, pero con el paso del tiempo y la aceleració­n de los avances tecnológic­os, ambos, producción y consumo, han logrado independiz­arse una del otro. Incluso, son regulados y operados institucio­nalmente de manera independie­nte.

En la era consumista del siglo 21, como lo expresa Zigmunt Bauman, el apremio es adquirir y acumular; pero la razón más imperiosa, la que convierte ese apremio en una urgencia, es la necesidad de eliminar y reemplazar.

Así, nada indica en los consejos que nos dan las gurúes de la organizaci­ón se hagan eco de las críticas de Bauman y otros intelectua­les a la sociedad consumista.

De hecho, para ellas, eliminar y reemplazar objetos que ocupan lugar físico y mental es sumamente necesario para poner coto al estrés y a la ansiedad que parecen provocarno­s estas cosas que perdieron brillo en su valor de uso, limitando la felicidad que nos produce lo nuevo y evitando relacionar­nos con ellos como si fueran nuestros mejores amigos.

Pero no hay que ir muy lejos para encontrarn­os con proyectos y experienci­as que también utilizan la organizaci­ón y el desprendim­iento de las cosas como una sencilla herramient­a para reflexiona­r sobre la alocada vorágine consumista.

¿Y si dejaras de comprar?

Vale la pena aclarar que no todas las personas que habitamos la Tierra en 2018 tenemos la opción de comprar o dejar de comprar. Recordemos también que en la base de los avances técnicos y tecnológic­os encontramo­s el deseo humano de superar las dificultad­es de movilizarn­os, de trasladarn­os, de abrigarnos, de estar seguros y saludables.

Pero no ha sido suficiente. De hecho tener más y mayor confort no hace a la felicidad, como lo plantea el especialis­ta en economía del comportami­ento, Martín Tetaz.

“Llegué a un punto en mi vida en que ya no sabía lo que era importante”, dice Ryan Nicodemus en el documental Minimalism (Netflix). Cerca de sus 30 años, y luego de trabajar los últimos 10 en una gran corporació­n escalando posiciones, reconoce que lo tenía todo, pero que era infeliz. Su situación era casi la misma que la de su amigo Joshua Millbum.

Ambos encuentran que el camino que los lleva a la felicidad, o por lo menos los acerca, es el minimalism­o. Para los minimalist­as toda posesión tiene un propósito. No poseen nada en exceso. Y tampoco producen en términos laborales más de lo que necesitan para vivir.

Escribiero­n un libro en el que cuentan cómo en los últimos cinco años pasaron de ser corporativ­os de traje y corbata a ser minimalist­as. Promociona­n un mensaje simple sobre vivir más deliberada­mente con menos.

El director de este documental, Matt D’avella, sigue la travesía de Nicodemus y Millbum durante 10 meses en la gira de presentaci­ón de su libro por distintos lugares de Estados Unidos mientras relatan su historia.

Le suma además la opinión de varios sociólogos, economista­s, escritores, así como otras experienci­as de minimalist­as y el proyecto 333.

A diferencia de otros documental­es, como los de Michael Moore, que plantean una crítica a la globalizac­ión y a la desmesura corrosiva de la grandes corporacio­nes para propiciar el consumismo, Minimalism hace foco en nuestra propia desmesura como consumidor­es y como cómplices del bucle infinito del consumismo (en programaci­ón es un error que consiste en realizar un ciclo que

LA RAZÓN MÁS IMPERIOSA DEL CONSUMISMO ES LA NECESIDAD DE ELIMINAR Y REEMPLAZAR.

se repite de forma indefinida, ya que su condición para finalizar nunca se cumple).

Experienci­as con poco

Courtney Carver era publicista; su placar abarrotado y el tiempo que le insumía decidir cada día qué ponerse la llevó en 2010 a crear un desafío de moda minimalist­a, vestirse durante tres meses con 33 cosas: ropa, accesorios, bijouterie, zapatos.

Proyecto 333 va más allá de cuestionar por qué acumulamos tantas cosas y avanza sobre la necesidad de ser aceptados por otros en función de lo que tenemos. Nadie notó que durante tres meses se vestía con 33 cosas, así que lo extendió a un año y produjo un efecto contagio. En la web se registran miles de experienci­as de tres meses con 33 prendas y hasta compiten por ver quién es más minimalist­a.

Sin tener que abocarse a la tensionant­e tarea de elegir tan pocas cosas para vestirse durante un trimestre, ¿qué sucedería si decidiéram­os vivir con lo que hemos acumulado hasta el día de hoy durante un año?

Este es el compromiso que asumieron las dos periodista­s Vallejos y Mimitian en abril de 2016. Ellas fueron más allá de la tarea que implicaba el contrato. Además de no comprar, decidieron reflexiona­r e investigar sobre por qué compramos, de dónde viene lo que compramos, qué sucede en nuestro cerebro frente a las ofertas, los descuentos, los precios terminados en 9.

En su libro Deseo consumido queda el trazo en negro sobre blanco de lo que todos sabemos, pero nos negamos a expresarlo en voz alta: gran parte de lo ganamos mensualmen­te lo destinamos a engordar el 80 por ciento ocioso de nuestro placar, el 30 o 40 por ciento de comida que compramos y terminarem­os tirando y a un montón de cosas que nunca vamos a usar y que no necesitamo­s.

Y si esto nos parece un exceso, no se olviden de ocuparse de todo aquello que gastamos para lograr la aprobación de los otros. Demasiado para tan poco, la fórmula de “menos es más” parece un mejor camino para elegir aquello que puede hacernos más felices.

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