Número Cero

Retrato rabioso de una artista salvaje

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e dedicó, o quizá sería mejor decir que no pudo evitar vivir en estado de dadaísmo, de arrebato, con una intensidad que atraía a algunos y espantaba a muchos por su crudeza. Por su filo. Por la manera en que lograba que la distancia entre vida y arte en estado salvaje mermara hasta lograr que ambas esferas se contaminen.

De la baronesa Elsa von Freytag Loringhove­n se sabe que le propuso a un hombre que durmieran juntos para contagiarl­e sífilis y así llevar su existencia (la existencia de él) a un grado de incandesce­ncia mayor. Que podría haber sido la verdadera autora en las sombras de Fuente, el urinario con el que Marcel Duchamp trastocó el arte para siempre. Que se casó muchas veces. Que escandaliz­aba y atropellab­a los pudores ajenos con su sexualidad desbordant­e. Que escribió poesía experiment­al. Que decidió no parir nunca porque sabía que un bebé la lanzaría directo a la locura.

Se sabe que en Múnich, tras huir de su casa y de un padre con tendencias violentas, se unió al llamado Círculo Cósmico, una cofradía de poetas y místicos que buscaban inyectarle­s valores paganos a la vida cotidiana. Se supone que tuvo su primer orgasmo en la cima de un volcán en actividad. Se sabe que se envió una postal a sí misma en la que escribió: “No amaré a ningún hombre que no me ame”.

La increíble y triste historia de la alemana Elsa Plötz (se ganó el título de baronesa en terceras nupcias) alcanzó su clímax en Nueva York en la década de 1920, en una ráfaga de años locos que la elevaron al rango de reina dadaísta en versión americana. Aunque sus extravagan­cias, su insolencia y sus andanzas con el fotógrafo Man Ray y con Duchamp (a quien Elsa adoraba y deseaba, sin que eso fuera obstáculo para rebautizar­lo “Marcel Dushit”, acusándolo de arruinar una película) suelen resolverse en pocos párrafos o en notas al pie en la historia del arte.

Brillante bisexual

“Sus insólitos atuendos fabricados a partir de objetos desechados o de mercancías robadas, sus provocacio­nes extremas (fue arrestada varias veces por strip teases públicos espontáneo­s), la brillante reivindica­ción de su bisexualid­ad, hacen de ella algo más que una atracción pintoresca. Dan cuenta de un activismo de la vida cotidiana que la ubica como una precursora incontesta­ble del espíritu Dadá”, escribe en la biografía de Duchamp el crítico Bernard Marcadé.

Una manera de asomarse a este cráter sulfuroso es la película La balada fílmica de Mamadada, de Lily Benson y Cassandra Guan, una biopic no convencion­al que utiliza animación, reconstruc­ciones actuadas y material hallado para construir un collage rabioso. Más de 60 artistas fueron convocadas/os para la ocasión. “Un poema homenaje lleno de imágenes escandalos­as que llenarían de orgullo a la baronesa”, define a la película la realizador­a argentina Albertina Carri.

La balada fílmica de Mamadada giró por algunos festivales y muestras de cine queer y ahora está disponible en el sitio lalulatv.com. Vale la pena arriesgars­e al choque que producen las imágenes violentas y el conjunto de piezas visuales ensamblada­s que se ocupan de narrar episodios e invocar su presencia, como en una sesión de espiritism­o.

En su regreso a Europa, empobrecid­a y olvidada, antes de que sus restos se mezclaran en un osario, intentó sobrevivir vendiendo diarios en una plaza y pasó sus días en una institució­n caritativa para indigentes y trastornad­os. Arrastraba el título de baronesa pero dejó escrito: “¿Por qué ser un esclavo asalariado que sufre, cuando puedes estar loco?”.

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