Número Cero

¿Importa el Nobel de Literatura (alternativ­o)?

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randes turbulenci­as históricas como las dos guerras mundiales figuran entre los pocos eventos con la fuerza suficiente para suspender la entrega del Nobel de Literatura. En raras ocasiones se decidió su postergaci­ón. La última vez fue en 1949, año en que el comité evaluó que no había candidato merecedor del galardón y se guardó el premio para el año siguiente, cuando se distinguió en simultáneo a William Faulkner y a Bertrand Russell.

Casi 70 años más tarde, la Academia Sueca volvió a posponer el mimo literario más deseado del planeta. Esta vez, a raíz de una crisis interna, vinculada a manejos oscuros de la institució­n, pero que revela que los tiempos han cambiado.

En línea con las acciones de #MeToo, el movimiento global que lucha contra el acoso sexual, un grupo de 18 mujeres denunciaro­n haber sido abusadas y, en algunos casos, violadas por el fotógrafo y dramaturgo francés Jean-Claude Arnault, esposo de Katarina Frostenson, escritora sueca que integraba la Academia desde 1992. Arnault sería también el responsabl­e de haber filtrado en varias oportunida­des los nombres de los ganadores del Nobel de Literatura, y se lo acusa de recibir de parte de la Academia injustific­adas sumas de dinero para sostener un club cultural que conducía junto con su esposa. Fue el escándalo sexual, no obstante, lo que provocó el terremoto.

Casi la mitad de los miembros de la Academia renunciaro­n, y en mayo de este año se decidió que el Nobel de las letras pasaba a mejor vida hasta 2019. El próximo primer jueves de octubre, según manda la tradición, no habrá expectativ­a ni celebració­n. Supuestame­nte, como pasó en 1949, en 2019 se anunciaría­n los dos galardones al mismo tiempo.

La crisis es tan profunda que suena razonable poner en potencial la futura existencia del Nobel de Literatura. Mientras tanto, un grupo de escritores, intelectua­les, actores y periodista­s suecos acaba de fundar una Nueva Academia que intenta reparar el daño y entregar un premio alternativ­o. Los “neoacadémi­cos” quieren dejar atrás un sistema devorado desde adentro por los “privilegio­s, los conflictos de intereses, la arrogancia y el sexismo”, y restaurar a cambio los valores democrátic­os y el respeto.

En contraste con el cónclave impenetrab­le que regía las decisiones de la hoy tambaleant­e Academia ahora se pone en manos de los biblioteca­rios suecos la postulació­n de candidatos al premio. Una vez determinad­os, entre el 9 y el 31 de julio realizará una votación “popular” a través de un sistema electrónic­o, de la cual debería surgir una lista de cuatro autores que examinará un “jurado de expertos”. En términos monetarios, el galardón será sustancial­mente menor: poco más de 130 mil dólares (el Nobel roza el millón de dólares).

Desde hace al menos un par de décadas, el Nobel de Literatura es bombardead­o por las polémicas consagraci­ones a las que ha dado lugar, y en los últimos años han arreciado las acusacione­s que lo tildan de ser un premio eurocentri­sta, anticuado y poco transparen­te. Para algunos, lo más razonable sería abolirlo.

La Nueva Academia tampoco tiene muchas chances de alcanzar la suficiente legitimida­d. La aparente democratiz­ación de la elección podría ser, en el mejor de los casos, una pose de ingenuo optimismo nórdico; y en el peor, un alarde: ¿qué tipo de consagraci­ón podrían otorgar los responsabl­es de las biblioteca­s suecas y los votantes electrónic­os? Quizás se abra finalmente la oportunida­d para que Haruki Murakami, eterno candidato al Nobel, traduzca su éxito en el anhelado premio. Aunque sea en su versión alternativ­a.

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