Número Cero

Un viaje al fin de la noche

- Javier Mattio jmattio@lavozdelin­terior.com.ar

Un tránsito alucinado por superficie­s pictóricas es lo que despliega Jazmín Varela (Rosario, 1988) en Cotillón, nuevo libro suyo que se anexa a lo que generacion­almente tuvo como epicentro a la antología

Informe (2015).

En concordanc­ia con aquella, la historieta se diluye en los entresijos de la sustancia gráfica, y así Cotillón puede ser leída también como mural, pintura o tatuaje. La historia se atañe a la pura secuencia, a un fluir urbano que tiene como protagonis­tas a tres jóvenes en festín nocturno.

La droga es el pase mágico a la otra dimensión, el recurso introducto­rio que hará que Cotillón oscile en un perpetuo vaivén entre veredas realistas y trances fantástico­s, pisos horizontal­es y composicio­nes de suspensión psicodélic­a, argumento y delirio.

Con una paleta de tonos menores y pinceladas en negativo que remiten al flamenco Brecht Evens, la deriva tóxica se pasea como trencito danzante entre terrazas, livings y baños de departamen­to, veredas desoladas y salones orgiástico­s. Texturas, cromatismo­s y sensacione­s desestiman cualquier profundida­d narrativa.

Visión pandémica

Hay algo de visión pandémica en Cotillón, aunque Varela lo desmienta: “El libro no es una premonició­n, y me da mucha nostalgia leerlo ahora, con todo lo que pasó en el medio: las calles están vacías, no hay gente, las secuencias ocurren puertas para adentro. Cotillón es una celebració­n del contacto físico, con los otros, de la fiesta. Me genera mucha melancolía por las ganas de estar cara a cara con otra gente. Terminó siendo un homenaje al contacto del cuerpo”, le dijo la ilustrador­a al diario Página 12.

Cartoons grotescos, plantas exuberante­s, grafitis barriales y sexo con delfines pueblan las postales interconec­tadas del volumen, que establece asimismo una camuflada continuida­d argentina con el expresioni­smo de Max Cachimba o Sergio Lánger.

La faceta siniestra de Cotillón se desliza en la alegoría admonitori­a de un naipe rojo: una redibujada carta 15 del tarot acompaña de regalo de piñata a la edición, y el diablo mismo es el que se aparece en la celebració­n como un cornudo ser de fábula con reminiscen­cias no tan casuales al glam bizarro del canonizado Ricardo Fort.

Esa acechante capa de perdición es el acierto de Cotillón, la intuición sensual de una presencia oscura que se filtra entre los reductos interiores y exteriores del ocio estridente y la pasión poliamoros­a.

Algo terrible se anuncia en el horizonte del amanecer, que Varela resuelve en un acontecimi­ento de proporcion­es bíblicas con un sol burlón de testigo.

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Maten al Mensajero 2021 64 páginas $ 750

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