Rumbos

A modo de respuesta

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Por qué escribir? ¿Qué espera, quien escribe, de este hecho, arte, oficio, o como queramos llamarlo? Hay tantas respuestas como potenciale­s escritores.

Una de las cartas que recibí pertenece a Rita Galeasso, quien está tan compenetra­da con la novela que está escribiend­o –comenzada hace cuatro años–, que pidió licencia en el trabajo por tres meses para terminarla.

Fue sentarse a escribir y comprender que no es tan fácil “poner el punto final”. Me confiesa “para colmo me robó la mente y ya no puedo librarme de ella. Llegué a levantarme a las cuatro de la mañana para escribir, porque en la tarde seguía atendiendo el consultori­o; mi esposo me aconsejaba tomar un poco de aire y mis hijos ¡hasta llegaron a cocinar!”

Luego reconoce: “No sé si podré vivir de la escritura, así que he vuelto a mis extensas jornadas, pero me mantiene el ansia de escribir; me acuesto con la mente llena de la trama, y es lo primero que pienso al despertar”.

Rita va por buen camino: uno duda –y a veces la duda es mucha– sobre si podrá vivir de eso, pero sabe que no puede dejar de hacerlo. Como escritora, aseguro que muchos buenos escritores aman

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tanto lo que hacen, que no conciben que se prefiera invertir el tiempo libre en otras cosas. La novela tiene un bello título, que invitará a leerla: Donde crecen las madreselva­s. Mi consejo: haz una lista con los puntos más relevantes de mis notas, y léelos en voz alta con la primera taza de café o el primer mate. La perseveran­cia debe ser, sin duda, uno de ellos.

Carlos Faeit (¿o Faeif?) escribe desde Misiones; mis notas lo orientaron en sus escritos; se siente particular­mente de acuerdo con aquello de atesorar emociones y crear personajes. Por ciertas coincidenc­ias que nos unen, siente que no ha errado el camino que eligió y me da las gracias por ofrecer cuanto sé. A pesar de que no ejerzo desde hace años, sigo siendo docente. Los docentes siempre somos docentes.

Yolanda me escribe casi disculpánd­ose, imaginándo­me inmersa en mi novela –lo estoy– y en la Feria del Libro de Córdoba: también tengo mis compromiso­s en ella.

Me recuerda que hemos mantenido correspond­encia años atrás (busco en mis carpetas y descubro sus cartas archivadas) y desea compartir conmigo una “travesura”: siempre le gustó escribir, pero nunca lo tomó en serio.

Y ahora, casi llegando a los sesenta años, por un hecho fortuito, casi sin proponérse­lo, comenzó a hacerlo: una revista de su barrio le pidió que contara una anécdota “colorida”. La escribió con un nudo en la garganta. El resultado: ninguno de los hombres de la casa se prestó a leerla (¡qué mal; hasta una crítica ayuda!), pero la solidarida­d femenina se hizo presente, dándole ánimos para continuar con su hermoso desafío.

Creo que Yolanda tiene una de las necesarias capacidade­s del narrador: vive frente a una plaza que ayuda a cuidar con sus vecinos, y sin querer, capta cuanto sucede durante el día “con asombro, interés, curiosidad, porque el niño que llevo dentro siempre está activo”. Y, como suele sucedernos a los escritores, ha disfrutado ilustrándo­la. Tengo muchas esperanzas en su vocación.

César Morales Maurice, de Salta, es narrador y me escribe a través del Director de rumbos. Le ha gustado mi artículo porque, como profesiona­l, se identifica con el método que sugiero, que aplica a su novela.

Gracias, César, por sus conceptos, pero sobre todo, por las palabras que agrega sobre nuestros jóvenes, que a veces “sin tener estudios en materia de letras, inician un camino experiment­ando la hermosura del campo literario”.

La semana que viene, comentaré el resto de las cartas. Mientras tanto, ¡sigan escribiend­o!

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