Me duermo parado
Asociada al descanso fragmentado, puede provocar torpeza y accidentes.
La excesiva somnolencia diurna (alguien que se queda dormido en circunstancias no esperadas: manejando, en el cine, ante un televisor o a cualquier hora) es un problema de salud pública, que afecta al 12-20 por ciento de la población adulta. Y promueve accidentes automovilísticos y laborales, así como irritabilidad y deterioro de nuestra calidad de vida.
rumbos
¿Pero por dónde empezamos a abordar esta cuestión? ¿Qué hacer frente al sueño y las ganas de desplomarse en cualquier rincón para una siesta que nos reponga?
En primer lugar, ante una excesiva somnolencia diurna el médico tratante deberá descartar la llamada “apnea obstructiva del sueño”, una enfermedad caracterizada por la aparición reiterada de episodios de pausas de la respiración y ronquidos, que resultan en un sueño fragmentado e insuficiente para mantener un estado normal de alerta durante el día.
La excesiva somnolencia diurna es consecuencia de numerosos microdespertares que interrumpen el sueño. Se estima que aproximadamente 9-10 por ciento de la población presenta anormalidades respiratorias durante el sueño (ronquido con interrupciones de la respiración o apneas). Estas alteraciones se asocian, además, con secuelas definidas cognitivas, cardiovasculares y metabólicas.
La reducción del peso corporal y, en último término, el uso de aparatos de presión positiva durante el sueño (CPAP) mejoran marcadamente las apneas del sueño y, por ende, la excesiva somnolencia diurna.
Como consecuencia de la sociedad actual, tan disruptiva del sueño, cada vez dormimos menos. Se estima que el tiempo de descanso se ha reducido un 25 por ciento (unas 2 horas diarias) en los últimos 40 años. Si se tiene en cuenta que nuestra biología oscila entre tres estados fisiológicos, con claras diferencias en sus funciones (la vigilia, el sueño lento y el sueño de los movimientos oculares rápidos), llegamos a la conclusión de que hemos modificado radicalmente esta secuencia haciendo que la vigilia predomine sobre las otras dos fases del sueño. Este desequilibrio impacta significativamente en la salud.
Numerosos estudios epidemiológicos subrayan el vínculo entre la falta de sueño y patologías como la obesidad, la hipertensión arterial, la diabetes y la apnea del sueño. Podemos decir que hemos creado un mundo para el cual ya no tenemos un diseño fisiológico adecuado para sobrevivir.