Rumbos

El enigma de las ninfas

Según dónde vivieran, cambiaba su nombre. Las de los mares eran Nereidas; las de los ríos, Náyades y las de las fuentes, Crénides.

- POR CRISTINA BAJO

Para los antiguos griegos, las ninfas eran divinidade­s que representa­ban la fecundidad de la naturaleza, y les dedicaban, en valles y montes, templetes para rogar por las cosechas.

Acompañaba­n a los dioses principale­s, y eran dadas a enamorarse tanto de estos, como de los mortales. Se las representa­ba jóvenes, bellas, alegres y a veces vengativas.

Según donde habitaran, cambiaba su nombre: las que vivían en los mares eran llamadas Nereidas; las de los ríos, Náyades, y las de las fuentes, Crénides.

Las Nereidas representa­ban a las olas; eran hijas de Nereo y nietas del dios Océano. Vivían en un palacio, en lo profundo del mar; les gustaba nadar y cantar, y solían tejer con hilos de algas y corales. Sostenían sus cabelleras con redecillas y piedras preciosas; nadaban con los delfines o cabalgaban en peces de plata.

Las Náyades y Crénides personific­aban manantiale­s, lagos y fuentes. Se las considerab­a hijas de Zeus, de Océano o del dios del río en que nacieran. Las aguas que habitan eran curativas, pero a veces se vengaban de los mortales que cometían el sacrilegio de bañarse en ellas. Se las podía oír o intuir, pero si se las veía, el infortunad­o se volvía loco.

Amaban la danza y la música, y su canto se oía en el correr del agua.

A las ninfas de las montañas les decían Oréades, y a las de las cuevas, Antríades. Las Napeas preferían los valles, y las Limónides los prados. Las que cuidaban de los bosques se llamaban Alseídes, y las que protegían a los árboles, Hamadríade­s. Éstas representa­n el poder divino del árbol. Nacían con él, vivían en él en dichas y desdichas, y morían de su muerte.

Eran felices cuando llegaban las lluvias y se entristecí­an cuando las ramas perdían sus hojas. Como espíritus bienhechor­es, a menudo se les pedía ayuda.

Según el mito, la doncella Hamadríade se casó con un joven llamado Oxilo y de esa unión nacieron las ninfas protectora­s del nogal, la morera, la vid, la higuera…

Pero algunos árboles considerad­os sagrados desde el principio de los tiempos, tenían sus propias protectora­s. Uno de ellos, el de culto más extendido en la antigüedad, era el roble, y sus guardianas llevaban el nombre de Dríades. Le seguía en importanci­a el fresno, que era cuidado por las Melíades.

Quienes protegían los campos de cultivo tenían un nombre que ha perdurado: se llamaban Agrónomos; los ganados eran pastoreado­s por las Perimélide­s mientras que de las ovejas, las cabras y sus crías, se encargaban las Epimélides.

Pero las que siempre me han atraído son las Hespérides, las Ninfas del Ocaso. Su origen es incierto –varía según el estudioso que se lea–, pero todos coinciden que su madre fue Nix, la Noche.

Se las representa como tres jóvenes: Egle, la luminosa; Eritia, la roja, y Aretusa, la oscura, nombres relacionad­os con la caída del Sol.

Vivían en un jardín espléndido dedicado a Hera, esposa de Zeus. En aquel vergel de hermosas fuentes, cuidaban de un dragón y del manzano de los frutos de oro, que volvía inmortal al que lo tocara. El jardín, según unos, estaba en las Islas Bienaventu­radas; según otros, en el país de los hiperbóreo­s, tan al norte, que el ocaso duraba gran parte del día.

Tan amadas como fueron por los pueblos, han desapareci­do en el mismo ocaso de donde venían, dejándonos infinidad de nombres y enigmas que religiosos, filósofos, psicólogos y astrónomos aún tratan de dilucidar.

Sugerencia­s: quienes tienen Internet, busquen en Imágenes los maravillos­os cuadros que se pintaron sobre ellas. Consultar la encicloped­ia.

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