El enigma de las ninfas
Según dónde vivieran, cambiaba su nombre. Las de los mares eran Nereidas; las de los ríos, Náyades y las de las fuentes, Crénides.
Para los antiguos griegos, las ninfas eran divinidades que representaban la fecundidad de la naturaleza, y les dedicaban, en valles y montes, templetes para rogar por las cosechas.
Acompañaban a los dioses principales, y eran dadas a enamorarse tanto de estos, como de los mortales. Se las representaba jóvenes, bellas, alegres y a veces vengativas.
Según donde habitaran, cambiaba su nombre: las que vivían en los mares eran llamadas Nereidas; las de los ríos, Náyades, y las de las fuentes, Crénides.
Las Nereidas representaban a las olas; eran hijas de Nereo y nietas del dios Océano. Vivían en un palacio, en lo profundo del mar; les gustaba nadar y cantar, y solían tejer con hilos de algas y corales. Sostenían sus cabelleras con redecillas y piedras preciosas; nadaban con los delfines o cabalgaban en peces de plata.
Las Náyades y Crénides personificaban manantiales, lagos y fuentes. Se las consideraba hijas de Zeus, de Océano o del dios del río en que nacieran. Las aguas que habitan eran curativas, pero a veces se vengaban de los mortales que cometían el sacrilegio de bañarse en ellas. Se las podía oír o intuir, pero si se las veía, el infortunado se volvía loco.
Amaban la danza y la música, y su canto se oía en el correr del agua.
A las ninfas de las montañas les decían Oréades, y a las de las cuevas, Antríades. Las Napeas preferían los valles, y las Limónides los prados. Las que cuidaban de los bosques se llamaban Alseídes, y las que protegían a los árboles, Hamadríades. Éstas representan el poder divino del árbol. Nacían con él, vivían en él en dichas y desdichas, y morían de su muerte.
Eran felices cuando llegaban las lluvias y se entristecían cuando las ramas perdían sus hojas. Como espíritus bienhechores, a menudo se les pedía ayuda.
Según el mito, la doncella Hamadríade se casó con un joven llamado Oxilo y de esa unión nacieron las ninfas protectoras del nogal, la morera, la vid, la higuera…
Pero algunos árboles considerados sagrados desde el principio de los tiempos, tenían sus propias protectoras. Uno de ellos, el de culto más extendido en la antigüedad, era el roble, y sus guardianas llevaban el nombre de Dríades. Le seguía en importancia el fresno, que era cuidado por las Melíades.
Quienes protegían los campos de cultivo tenían un nombre que ha perdurado: se llamaban Agrónomos; los ganados eran pastoreados por las Perimélides mientras que de las ovejas, las cabras y sus crías, se encargaban las Epimélides.
Pero las que siempre me han atraído son las Hespérides, las Ninfas del Ocaso. Su origen es incierto –varía según el estudioso que se lea–, pero todos coinciden que su madre fue Nix, la Noche.
Se las representa como tres jóvenes: Egle, la luminosa; Eritia, la roja, y Aretusa, la oscura, nombres relacionados con la caída del Sol.
Vivían en un jardín espléndido dedicado a Hera, esposa de Zeus. En aquel vergel de hermosas fuentes, cuidaban de un dragón y del manzano de los frutos de oro, que volvía inmortal al que lo tocara. El jardín, según unos, estaba en las Islas Bienaventuradas; según otros, en el país de los hiperbóreos, tan al norte, que el ocaso duraba gran parte del día.
Tan amadas como fueron por los pueblos, han desaparecido en el mismo ocaso de donde venían, dejándonos infinidad de nombres y enigmas que religiosos, filósofos, psicólogos y astrónomos aún tratan de dilucidar.
Sugerencias: quienes tienen Internet, busquen en Imágenes los maravillosos cuadros que se pintaron sobre ellas. Consultar la enciclopedia.
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