Mi nene robó un lápiz
Los adultos nos preocupamos por la transgresión del orden establecido socialmente. Cuando nos enteramos de que niños “roban” pequeñas cosas, nos preocupamos y desorientamos. Creemos que este comportamiento está anticipando un futuro de delincuencia. Nos enojamos si nuestro pequeño tomó algo que no era suyo y lo retamos, en pos de evitar que se repita. ¿Pero nos hemos detenido a pensar que un chico no responde a las mismas circunstancias que un adulto? ¿Cómo estamos pensando a este niño en crecimiento? Para afrontar esta situación debemos hacer una lectura que incorpore su historia y nos permita entender la significación del acto.
Antes de los cinco años, los niños no tienen la madurez emocional necesaria para comprender el concepto de propiedad: si les gusta algo lo toman. Obedecen las reglas por miedo o para conseguir premios. Las consideran como algo impuesto por los adultos, incluso arbitrariamente, porque no logran aún percibir el interés del otro y sus razones. Son receptivos a estas normas culturales, pero aún necesitan el control de agentes externos como padres y profesores. Por lo tanto, es frecuente que tomen un objeto que no es suyo e intenten que el adulto no lo sepa para no ser reprendidos: en principio, para los chicos los actos son “buenos” o “malos” en base a sus consecuencias materiales, recompensas o castigos, y no en función de la moralidad de los mismos.
Aunque estos pequeños hurtos no son apropiados, no constituyen un robo tal como lo definimos los adultos, debido a la edad del niño. Debemos hacer el esfuerzo por leerlos como parte de la infancia y ligados a etapas de desarrollo donde prevalece el interés propio. Sólo se convierten en un problema cuando son frecuentes y van ligados a otros comportamientos inapropiados para la edad o a dificultades emocionales. Sino, por lo general, estos actos desaparecen y son la oportunidad para que los niños adquieran un aprendizaje importante. Los papás tenemos que educar de manera activa acerca de los derechos a la propiedad y la consideración hacia los demás. Para lograrlo, se puede plantear el tema en familia, resaltar lo inapropiado de estas conductas y facilitar maneras de que el niño pueda remediar lo que hizo. En estas charlas debe prevalecer el valor de la honestidad, por lo tanto no son adecuados los castigos excesivos ni etiquetas como “ladrón” o “mala persona”. Tampoco hay que exponer al niño a una situación vergonzosa, sino brindarle la posibilidad de hacer algo reparador, para facilitar su desarrollo, su tolerancia a la frustración y la renuncia a la satisfacción inmediata de sus deseos. •