La jerarquía de las fuerzas naturales II
En las leyendas indígenas existen espíritus primigenios que protegían a la mujer del rapto, la violación y la muerte.
Hace años, una comprometida indigenista me dijo que los pueblos originarios no conocían la violación, ni practicaban ningún tipo de crueldad contra la mujer. Le recordé las historias de cautivas –casi nunca terminaban como en nuestras novelas de amor– y me respondió que éstas eran “la enemiga”.
No pude desmentirla, pues no había leído tanto como ahora a los estudiosos de nuestro folclore, de nuestros pueblos y de sus creencias.
Descubrí que las leyendas puramente indígenas, creadas antes de la llegada del español, desmienten a mi bien intencionada amiga. Porque entre los espíritus primigenios, existían seres sobrenaturales que protegían a las mujeres de “el rapto, la violación y la muerte”.
Y fueron creados porque en los grupos que vivían en el monte o en la selva, el temor de la mujer a salir a buscar leña, agua, recolectar comida, era muy fuerte. Estos espíritus guardianes las mantenían a salvo.
Si consideramos que todas las tribus respetaban –excepto en casos imponderables, claro, como el hambre o las catástrofes naturales– el territorio de las demás, es poco probable que le temieran al forastero, pues los hombres que estaban cerca solían ser los de su propio asentamiento.
Lo mismo sucedía, según Berta Vidal de Battini, con los niños. Aunque nuestras tribus –salvo las que estaban bajo el dominio incaico– no acostumbraban ofrendar a sus hijos en sacrificio, seguramente habría algún peligro además del de aventurarse por lugares peligrosos, pues los seres protectores nacen de la necesidad de paliar un mal.
Pero muchos de los espíritus ancestrales no siempre eran benévolos: había entre ellos los que provocaban, adrede –como diría una anciana de mi infancia en las sierras– enfermedades. Y otros, terroríficos, que practicaban el canibalismo; dentro de nuestra mitología indígena, 9 eran femeninos y 7 masculinos.
Según las crónicas, se parecían a los ogros de los cuentos europeos, aunque éstos no tuvieran nada que ver con los nuestros, que son precolombinos.
Los “machis” o “curacas” –los últimos, no sólo como funcionarios del Inca, sino también como encargados de los ritos religiosos– tenían el poder de expulsar demonios de los cuerpos y de las aldeas. Los poderes del médico brujo, del chamán de la tribu para emprender esta tarea eran, a su vez, recibidos de un ser sobrenatural.
Se les llamaba espíritus, categoría superior a la de “alma”; podían ser visibles o invisibles y adoptar cualquier apariencia, como el Pillañ de los araucanos, los Payak de los tobas, los Negritos del agua de los guaraníes.
Había espíritus cuyo dominio era inmenso, como la Pachamama de nuestro Noroeste, o todas las deidades femeninas que denominaban Señoras o Madres: del agua, del aire, de la yerba, incluso de las enfermedades.
Nuestro folclore cuenta también con personajes legendarios en los que el imaginario del pueblo despliega una gran inventiva, como el Basilisco, el Pombero, el Familiar, el Runa-Uturunco, el Futre, el Duende, la Viuda, la Mula-ánima, el Ucumar, pero casi todos ellos provienen de la mezcla entre las creencias indígenas y las españolas.
Es tan sorprendente el imaginario de nuestros pueblos que, para interesados, docentes y padres, sugiero buscar: Santiago (del Estero) y la leyenda, de Carlos Argañaraz; Leyendas mendocinas, de Jorge Ammar; Cuentos de los tehuelches, de Miguel A. Palermo y Relatos del Viento (Norte cordobés). Algunos pueden encontrarse y leerse en internet. •