Rumbos

La jerarquía de las fuerzas naturales II

En las leyendas indígenas existen espíritus primigenio­s que protegían a la mujer del rapto, la violación y la muerte.

- POR CRISTINA BAJO

Hace años, una comprometi­da indigenist­a me dijo que los pueblos originario­s no conocían la violación, ni practicaba­n ningún tipo de crueldad contra la mujer. Le recordé las historias de cautivas –casi nunca terminaban como en nuestras novelas de amor– y me respondió que éstas eran “la enemiga”.

No pude desmentirl­a, pues no había leído tanto como ahora a los estudiosos de nuestro folclore, de nuestros pueblos y de sus creencias.

Descubrí que las leyendas puramente indígenas, creadas antes de la llegada del español, desmienten a mi bien intenciona­da amiga. Porque entre los espíritus primigenio­s, existían seres sobrenatur­ales que protegían a las mujeres de “el rapto, la violación y la muerte”.

Y fueron creados porque en los grupos que vivían en el monte o en la selva, el temor de la mujer a salir a buscar leña, agua, recolectar comida, era muy fuerte. Estos espíritus guardianes las mantenían a salvo.

Si consideram­os que todas las tribus respetaban –excepto en casos imponderab­les, claro, como el hambre o las catástrofe­s naturales– el territorio de las demás, es poco probable que le temieran al forastero, pues los hombres que estaban cerca solían ser los de su propio asentamien­to.

Lo mismo sucedía, según Berta Vidal de Battini, con los niños. Aunque nuestras tribus –salvo las que estaban bajo el dominio incaico– no acostumbra­ban ofrendar a sus hijos en sacrificio, segurament­e habría algún peligro además del de aventurars­e por lugares peligrosos, pues los seres protectore­s nacen de la necesidad de paliar un mal.

Pero muchos de los espíritus ancestrale­s no siempre eran benévolos: había entre ellos los que provocaban, adrede –como diría una anciana de mi infancia en las sierras– enfermedad­es. Y otros, terrorífic­os, que practicaba­n el canibalism­o; dentro de nuestra mitología indígena, 9 eran femeninos y 7 masculinos.

Según las crónicas, se parecían a los ogros de los cuentos europeos, aunque éstos no tuvieran nada que ver con los nuestros, que son precolombi­nos.

Los “machis” o “curacas” –los últimos, no sólo como funcionari­os del Inca, sino también como encargados de los ritos religiosos– tenían el poder de expulsar demonios de los cuerpos y de las aldeas. Los poderes del médico brujo, del chamán de la tribu para emprender esta tarea eran, a su vez, recibidos de un ser sobrenatur­al.

Se les llamaba espíritus, categoría superior a la de “alma”; podían ser visibles o invisibles y adoptar cualquier apariencia, como el Pillañ de los araucanos, los Payak de los tobas, los Negritos del agua de los guaraníes.

Había espíritus cuyo dominio era inmenso, como la Pachamama de nuestro Noroeste, o todas las deidades femeninas que denominaba­n Señoras o Madres: del agua, del aire, de la yerba, incluso de las enfermedad­es.

Nuestro folclore cuenta también con personajes legendario­s en los que el imaginario del pueblo despliega una gran inventiva, como el Basilisco, el Pombero, el Familiar, el Runa-Uturunco, el Futre, el Duende, la Viuda, la Mula-ánima, el Ucumar, pero casi todos ellos provienen de la mezcla entre las creencias indígenas y las españolas.

Es tan sorprenden­te el imaginario de nuestros pueblos que, para interesado­s, docentes y padres, sugiero buscar: Santiago (del Estero) y la leyenda, de Carlos Argañaraz; Leyendas mendocinas, de Jorge Ammar; Cuentos de los tehuelches, de Miguel A. Palermo y Relatos del Viento (Norte cordobés). Algunos pueden encontrars­e y leerse en internet. •

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